Saludos cordiales amable oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Prosiguiendo con el estudio del libro de Romanos, en esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca de la absoluta seguridad para su alma que disfruta todo genuino creyente. Este estudio es parte de la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús.
En nuestro último estudio bíblico, vimos que Dios tiene un propósito eterno para cada creyente. Todo lo que sucede en la vida del creyente contribuye de alguna manera al cumplimiento de ese propósito. Vimos también que el propósito de Dios para el creyente es como una cadena de cinco eslabones que va desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. El creyente es conocido por Dios, predestinado por Dios, llamado por Dios, justificado por Dios y glorificado por Dios. Al mirar esta maravilla, Pablo prorrumpe en un poema de adoración a Dios, en el cual se hace evidente la seguridad eterna para su alma que disfruta todo aquel que ha recibido a Cristo como Salvador. Dicho esto, abramos nuestras Biblias en Romanos 8:31-39. Pablo comienza su exposición declarando un postulado. Romanos 8:31 dice: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” Al pensar sobre lo que acabó de escribir, Pablo hace una invitación a sus lectores a reflexionar sobre el asunto. ¿Qué, pues, diremos con respecto a lo que Dios ha hecho a favor de todo creyente? La respuesta a esta pregunta aparece en forma de un postulado. Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Tal vez para ver el poder de este postulado, debemos interpretar el condicional “si” más bien como una afirmación, porque así es como aparece en el idioma en que se escribió el Nuevo Testamento. Leeríamos entonces: Siendo que Dios está de nuestra parte, ¿quién puede hacernos frente? ¿quién puede estar en contra nuestra? La única respuesta sensata es: Absolutamente nadie. Si el Omnipotente está de nuestro lado, no hay poder en el universo que pueda torcer el propósito de Dios. A partir de Romanos 8:32, Pablo presenta tres razonamientos para confirmar la seguridad que el creyente tiene en Cristo. El primer razonamiento aparece en Romanos 8:32 donde dice: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Qué palabras tan maravillosas. Cuando la humanidad necesitaba desesperadamente de un divino Sustituto, el gran Dios del universo no guardó para sí mismo el tesoro más precioso de su corazón, sino que lo entregó a una muerte vergonzosa en lugar del pecador. La lógica que sigue hace elevar el espíritu del hombre a lo más alto de la gratitud y admiración a Dios. Si Dios ya nos ha dado el regalo más grande, ¿habrá regalo menor que ese, que Dios no esté dispuesto a dar? Si Dios ya ha pagado lo que es más caro, ¿dudará en pagar algo que es más barato? Si Dios nos ha traído cerca a la orilla, ¿permitirá que allí nos ahoguemos cerca a la orilla? Por supuesto que no. Pablo lo pone en forma de interrogación ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? El creyente por tanto puede estar absolutamente seguro de que Dios va a cumplir su propósito en él. El segundo razonamiento se encuentra en el versículo Romanos 8:33 donde dice: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.” El pecador redimido está frente a frente a Dios quien es el Juez. Por el hecho que el pecador redimido ha confiado en Cristo como su Salvador, el Juez le ha declarado legalmente justo. Entonces en la sala del tribunal se hace una pregunta: ¿Existe alguien que tenga alguna acusación contra este pecador redimido que acaba de ser declarado justo por Dios? En la sala del tribunal se hará absoluto silencio. Nadie se atreverá a acusar a alguien a quien el mismo Dios ha declarado justo o justificado. El que halle una falta a algo que Dios ha hecho sería superior a Dios, lo cual es absurdo. El creyente por tanto puede estar absolutamente seguro de que ha sido justificado y no existe ser en el universo que pueda acusarlo y condenarlo. El tercer razonamiento aparece en Romanos 8:34 donde dice: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.?” Nuevamente el pecador redimido está frente a frente a Dios quien es el Juez. Dios ha dicho que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. Se hace entonces una pregunta en la sala del tribunal. ¿Quién es el que condenará? Se hará un absoluto silencio. Nadie se atreverá a condenar a alguien sobre quien Dios ha dicho ya que no tiene ninguna condenación. ¿Quién podría contradecir a Dios? Cristo Jesús ha muerto por el acusado, no sólo eso, sino que también se ha levantado de entre los muertos y ahora está a la diestra de Dios intercediendo ante Dios a favor del acusado. Si el Señor Jesucristo, a quien se le ha encomendado todo juicio, no tiene motivo para condenar al acusado, sino que intercede a favor de él ante Dios, no hay manera alguna de que el acusado pueda ser condenado. El creyente por tanto puede estar totalmente seguro que jamás, por la eternidad, podrá ser condenado. Por las razones expuestas, el creyente goza de seguridad eterna. Pablo por tanto hace una pregunta y plantea posibles respuestas. Note lo que dice Romanos 8:35 “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” Al contemplar la absoluta seguridad que goza el alma del verdadero creyente, Pablo hace una pregunta a los creyentes que están leyendo su carta. Como él mismo también es creyente, se incluye en la pregunta. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? No está hablando de nuestro amor a Cristo, sino del amor de Cristo a nosotros. Si Cristo nos amó tanto que se ofreció a sí mismo para morir en la cruz del calvario, ¿será posible que alguien o algo se interponga entre él y nosotros como para que deje de amarnos? Luego Pablo presenta una lista de posibles situaciones que al menos en las relaciones humanas han logrado romper vínculos de amor. Habla de tribulación, o el tipo de adversidad que es común a todos los hombres. Habla de angustia, palabra que tiene que ver con estar confinado en un lugar estrecho y difícil, o figuradamente, una situación que oprime por lo difícil de la misma. Habla de persecución que se refiere al sufrimiento por la causa de Cristo. Habla de hambre que se refiere a la privación forzosa de ingerir alimentos por el solo hecho de seguir a Cristo. Habla de desnudez, que se refiere a despojar a alguno de sus vestidos para que sufra vergüenza. Habla de peligro, que se refiere a toda situación que pone en riesgo la integridad de una persona. Por último habla de espada, lo cual se refiere al poner en riesgo la vida por la causa de Cristo. Pablo mismo padeció en forma personal todas estas cosas y en todas ellas experimentó con mucha fuerza el poder del amor de Cristo en su vida. Sobre esto habla Romanos 8:36 donde dice: “Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.” Esta es una cita del Salmo 42 versículo 22. Cuando Pablo recibió a Cristo, no sólo se conformó con saber que obtuvo salvación para su alma, sino que murió a sí mismo, o se entregó a Cristo Jesús absolutamente. Cualquier adversidad que sufra por la causa de Cristo no tiene poder para separarle del amor de Cristo, así como la adversidad, cualquiera que sea, no produce ningún efecto en un cadáver. Por eso es que Pablo se siente más que un vencedor. Romanos 8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” El creyente es invencible en todo sentido, no en su propia fuerza sino por medio de Cristo Jesús quien nos amó tanto que ofreció su vida por él. Pablo termina el capítulo 8 de Romanos, con una doxología que ratifica la seguridad absoluta del creyente. Romanos 8:38-39 dice: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Nuestra seguridad no depende de que nuestro amor a Cristo Jesús no cambie, sino del amor que Cristo Jesús tiene hacia nosotros. No son los brazos del niño sujetos al pecho de su madre lo que impide su caída, sino los fuertes brazos de la madre que lo envuelven y que no lo dejarán caer. Cristo nos ha amado con amor eterno, y aunque todo lo demás cambie, él nunca nos dejará ni nos abandonará. Razón tiene el apóstol al decir: Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los demonios, pues a esto se refiere la palabra “principados”, ni lo presente, ni lo porvenir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor de Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. Esta es la bendita seguridad que tenemos todos los creyentes. Si usted ya es creyente y ha estado navegando en las aguas de la duda en cuanto a la seguridad eterna de su alma, le animo a apropiarse de la seguridad absoluta para su alma, que ofrece la porción bíblica estudiada.
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