Es un gozo para La Biblia Dice… darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Continuando con la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús, en esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca de la culpabilidad tanto de los que han recibido la ley de Dios como aquellos que no la han recibido.
En nuestro último estudio bíblico, conocimos al señor moralista. Es la típica persona que se cree muy moral y que está presto para juzgar el pecado en otros. El gran problema del señor moralista es que comete los mismos pecados que condena en los demás. Por eso es que Dios lo considera inexcusable. En otras palabras es culpable delante de Dios. Para ilustrar lo errado del juicio del señor moralista, el apóstol Pablo muestra como es el juicio de Dios. Primero es un juicio según verdad. Segundo, nadie que comete el mismo pecado que condena puede escapar del juicio de Dios. Tercero, el juicio de Dios no siempre ocurre justo después que se comete el pecado. Cuarto, el juicio de Dios está en relación directa con la magnitud del pecado cometido. Hasta aquí llegamos en nuestro último estudio bíblico. Hoy vamos a retomar este asunto y considerar una quinta característica de la manera como Dios juzga al pecador. El juicio de Dios es sin acepción de personas. Romanos 2:11 dice: “porque no hay acepción de personas para con Dios” La frase: Acepción de personas, es la traducción de una sola palabra griega, que literalmente significa “recibir por la cara” Denota mostrar favoritismo por alguna razón, bien sea por la presencia física, el poder económico, la influencia, la amistad, etc. Pero por el hecho que Dios es por naturaleza justo, es imposible que él manifieste cualquier tipo de favoritismo hacia el pecador. Una prueba de la imparcialidad de Dios juzgando al pecador aparece en Romanos 2:12 donde dice: “Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados.” Dios no puede mostrar favoritismo hacia los que recibieron su ley en desmedro de los que no han recibido su ley. El asunto funciona así: Los que sin haber recibido la ley de Dios han pecado, no es que no serán juzgados, sino, como dice el texto: Sin ley también perecerán. Estas personas serán juzgadas según la revelación que hayan recibido de Dios y habiendo fallado en vivir conforme a esa revelación que recibieron de parte de Dios, perecerán. Por su lado, los que han pecado estando bajo la ley de Dios, serán juzgados por la ley y si no han obedecido, ellos también perecerán. No se debe olvidar que la ley de Dios demanda obediencia absoluta. Es decir que el hecho de haber recibido la ley de Dios no hace que Dios les otorgue trato preferencial. Dios no hace acepción de personas. Esto es lo que se enfatiza en Romanos 2:13 “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.” La mera posesión de la ley de Dios no es suficiente. La ley de Dios demanda perfecta y continua obediencia. Nadie es declarado justo por Dios por el solo hecho de saber lo que dice la ley de Dios. La única manera posible de ser declarado justo por Dios es por medio de cumplir la ley de Dios en su totalidad. Por supuesto que ningún hombre está en capacidad de cumplir totalmente con lo que Dios demanda en su ley, de modo que este texto no está exhortando al pecador a cumplir con toda la ley para poder ser declarado justo por Dios, sino que simplemente está ilustrando que el haber recibido la ley de Dios no pone al receptor de la ley de Dios en una situación de privilegio como para que Dios le trate con favoritismo. Más bien, el que una persona haya recibido la ley de Dios le hace más responsable ante Dios. A mayor luz, mayor responsabilidad ante Dios. Los versículos 14 y 15 de Romanos 2, forman una especie de paréntesis, para explicar la primera parte del versículo 12 donde dice que todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán. Dice así: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” Lo que Pablo está diciendo es que aunque la ley de Dios no fue dada a los gentiles, sin embargo, los gentiles tienen un innato conocimiento de lo que es bueno y de lo que es malo. Instintivamente los gentiles sin ley saben que cosas como robar, matar, cometer adulterio, etc., son malas. Por este motivo, los gentiles aunque no tienen ley, son ley para sí mismos. Su innato conocimiento de lo que es bueno y malo forma su propio código de ética. Esto conduce a lo que dice Pablo a continuación. Los gentiles aunque sin ley son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley en sus corazones. ¿Qué significa esto? El texto no está diciendo que los gentiles tienen la ley de Dios en sus corazones sino la obra de la ley de Dios en sus corazones. Eso hace una gran diferencia. La obra de la ley de Dios se refiere al propósito que tenía la ley de Dios en la vida y en los corazones de los israelitas y también de los gentiles. La ley de Dios jamás tuvo el propósito de otorgar salvación a los que la cumplen. La ley de Dios tuvo el propósito de mostrar al pecador que es imposible cumplir con todo lo que la ley de Dios demanda, de modo que el pecador se vea obligado a buscar la justificación de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Los gentiles también, de una manera innata saben lo que es bueno y lo que es malo, pero en lo profundo de su corazón encuentran que por más que quieren no logran cumplir con todo lo que saben instintivamente. Esto les condena. Es en estas condiciones cuando interviene la conciencia de los incrédulos. La conciencia es como el árbitro que juzga las obras de los incrédulos. Si hacen lo correcto, la conciencia lo aprueba, si hacen lo incorrecto, la conciencia los acusa. Queda claro entonces que tanto los que han recibido la ley de Dios como los que no han recibido la ley de Dios son culpables ante Dios, bien sea por haber desobedecido lo que de manera innata saben o bien sea porque han quebrantado la ley de Dios que han recibido. Dios por tanto está en lo justo al derramar su ira. Dios no sólo se fijará en los hechos sino en las motivaciones que originan esos hechos. Esa es la última característica de la manera de juzgar de Dios. Romanos 2:16 dice: “en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.” Por sus limitaciones, el hombre juzga por lo que ve, pero lo que se ve no siempre parte de una motivación sana. Puede ser que alguien por ejemplo, esté sirviendo al Señor no por amor al Señor, sino por amor a lo que puede obtener a cambio por servir al Señor. Por fuera parecería que todo está bien, pero ¿Quién sabe lo que hay en el corazón? El hombre no puede saberlo. Solamente Dios está en capacidad de saberlo. Dios no sólo se fija en los hechos sino en las motivaciones para esos hechos. Dice por tanto el texto leído que llegará un día cuando Dios juzgará los secretos de los hombres. Ese día es cuando todas las obras de los incrédulos sean investigadas por Dios. Esto ocurrirá al final del milenio, en lo que se conoce como el juicio del Gran Trono Blanco. Apocalipsis 20:11-15 lo pone en estos términos: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” De modo que, amable oyente, no piense que puede vivir como quiera y que no va a pasar nada. Va a pasar mucho, porque si no se arrepiente de su pecado y recibe a Jesucristo como su Salvador, tendrá que pagar por cada pecado que haya cometido mientras tuvo vida en este mundo. A mayor maldad, mayor castigo. El veredicto final será: Al lago de fuego. Para terminar, note algo muy interesante en cuanto al juicio de Dios de las obras de los incrédulos. El texto dice que Dios juzgará por Jesucristo, los secretos de los hombres. Esto concuerda con el testimonio del apóstol Juan. Juan 5:22 dice: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” Así es amable oyente. Si usted jamás ha recibido a Jesucristo como su Salvador, piense en que algún día lo tendrá frente a frente como su Juez. Pero ya será demasiado tarde, porque lo único que restará es recibir el castigo que merece en el lago de fuego. ¿Qué prefiere? Hacer de Jesucristo su Salvador, o hacer de Jesucristo su Juez. Usted tiene la última palabra. Todo esto forma parte de lo que Pablo califica como “mi evangelio” No es que el evangelio pertenecía a Pablo, o que Pablo fuera el autor del evangelio. No olvide que el evangelio es de Dios. Cuando Pablo dice “mi evangelio” se debe entender en el sentido de “el evangelio que yo predico” Esta es la manera como Dios juzga. Nadie puede escapara a este juicio. Es muchísimo mejor arreglar las cuentas con él mientras hay tiempo. De otra manera sólo resta condenación eterna. ¿No le gustaría hoy mismo recibir a Jesucristo como su personal Salvador?
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