Qué bendición es estar nuevamente junto a Usted, amiga, amigo oyente. Bienvenido al estudio bíblico de hoy. Dentro de la serie sobre la familia auténticamente cristiana, nos corresponde estudiar el tema de la función de la esposa. En instantes más estará con nosotros David Logacho para hablarnos sobre este asunto.
En lo que hemos avanzado en la serie sobre la familia auténticamente cristiana, hemos definido lo que es una familia auténticamente cristiana. En resumen, una familia auténticamente cristiana es básicamente aquella en la cual la persona de Cristo es el centro de la misma. Luego vimos que una familia auténticamente cristiana funciona armónicamente cuando todos los miembros de ella cumplen a cabalidad con las funciones o roles de cada uno de ellos. Comenzamos describiendo las funciones del esposo en la familia auténticamente cristiana. En primer lugar, el esposo debe amar a su esposa así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. En segundo lugar, el esposo es la cabeza de su esposa y de la familia auténticamente cristiana. Como tal, el esposo provee todas las necesidades de la esposa y de los hijos. En tercer lugar, el esposo es el líder espiritual de la familia auténticamente cristiana. Esto significa que mediante la llenura de la palabra de Dios y del Espíritu Santo, el esposo se constituye en el gobernante amoroso de la familia auténticamente cristiana. Pero ¿qué de las esposas? ¿Qué papel o función asigna Dios a las esposas en la familia auténticamente cristiana? Dejemos que sea la palabra de Dios quien responda a esta pregunta. Si Usted tiene una Biblia a la mano, ábrala en Efesios 5:21-24. La Biblia dice: “Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” Así como el esposo tiene una función que es más importante que todas las demás, la esposa también tiene una función que es más importante que todas las demás. Esta función de la esposa descansa sólidamente en el texto que acaba de ser leído. La función más importante de una esposa en la familia auténticamente cristiana no es criar a los hijos ni arreglar la casa, ni lavar los platos, ni limpiar los pisos, ni satisfacer a su esposo en todo, ni siquiera amar a su esposo y a sus hijos. Todo esto tiene su importancia y ciertamente toda esposa debe estar cumpliendo con esto, pero todas estas cosas son el resultado de otra función más importante que toda esposa debe cumplir en la familia auténticamente cristiana. El principio de sumisión. De la sumisión parte todo lo que la esposa cristiana debe hacer en la familia. Si una esposa no es sumisa, podrá hacer cualquier cosa pero siempre lo verá como una pesada carga, como algo indigno de hacer. Una esposa puede por ejemplo, arreglar la casa, pero si no es sumisa, verá a esta actividad como algo indigno para ella, como algo bajo. Lo hará, pero entre plato y plato que lava masticará su amargura: ¡Claro! Yo soy la esclava. Él no hace nada, se la pasa dizque en la oficina. Bien merecido lo tengo. ¿Quién me mando a casarme? Si no me hubiera casado, hoy estaría disfrutando de la vida. Qué triste que una esposa tenga una actitud así. La falta de sumisión hace que se cumpla una actividad pero sin la motivación correcta, por obligación más que por buena voluntad. Es por esta razón que el apóstol Pablo asigna a la esposa la sumisión como su función más importante. Ahora bien, estoy muy consciente que al hablar de sumisión de la esposa, estoy tocando un asunto polémico. Para el mundo incrédulo y para no pocos creyentes, hablar de sumisión de las esposas es lo mismo que retroceder en el tiempo a las épocas más tenebrosas de la humanidad. Según estas personas, cuando Pablo habló de sumisión estaba manifestando su propio punto de vista retrógrado, parcializado, machista y cargado de sentimiento contrario a la mujer. Algunos sociólogos y psicólogos modernos han tildado a Pablo de desadaptado, neurótico, egocéntrico y amargado. Las mujeres que miran con mucha simpatía el movimiento de liberación femenina, han usado términos aún más fuertes para atacar al apóstol Pablo por su enseñanza sobre la sumisión. ¿Cuál es la razón para esta reacción virulenta? Hay muchas razones, algunas de ellas muy lógicas y otras no tanto, pero en la mayoría de los casos, se debe a un mal entendimiento del principio de sumisión. Claro, algunas esposas son tratadas por sus esposos como esclavas con el pretexto de sumisión y es natural, aunque no justificable, que las esposas sobre reaccionen en contra de esta injusticia. Es por tanto importante que las esposas entiendan lo mejor que sea posible el principio de sumisión de la esposa. Y es más importante aún, o vital que los esposos entendamos a cabalidad el principio de sumisión de la esposa para evitar todo tipo de autoritarismo en nuestras familias. Para entender la sumisión de la esposa, es necesario volver a los mismos orígenes de la humanidad. Veremos el principio de sumisión delineado y el principio de sumisión desafiado. Sobre lo primero, ¿sabía que el principio de sumisión de la mujer, no fue una consecuencia de la caída del ser humano en pecado? Digo esto por cuanto muchas esposas aunque son sumisas sin embargo no tienen una buena actitud hacia la sumisión. Dicen: Pobre de mí, por el pecado de Adán y Eva, hoy tengo que someterme a mi esposo. Es decir, tienen un concepto tan bajo de la sumisión que ha llegado a ser comparable a una enfermedad con la cual tenemos que vivir aunque no la queramos. Pero no debe ser así. La sumisión fue la idea de un Dios perfecto como medida indispensable para que el hogar de Adán y Eva marche a la perfección. Génesis 2:18 dice: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” Note la frase: ayuda idónea. Eva fue creada por Dios para ser la ayuda idónea de Adán. No la cabeza o la autoridad sobre Adán. Ciertamente que tanto Adán como Eva eran idénticos en cuanto a su naturaleza. Adán no era en esencia superior a Eva en ningún sentido. Pero Dios soberanamente decidió que Adán sea la cabeza de Eva y Eva sea la ayuda idónea o ideal de Adán. Como ayudante ideal de Adán, Eva funcionó en sumisión a Adán y la relación entre ellos funcionaba a las mil maravillas. Tome nota que el pecado todavía no había hecho su ingreso fatal en el mundo, sin embargo, ya había una pareja con uno que era la cabeza, Adán y otra quien era la ayuda idónea, Eva. Hermoso, ¿No le parece? Adán amaba a Eva y Eva gustosamente se sometía a Adán, sin resistencia, sin sospecha, sin ninguna mala actitud. Una vez que hemos visto el principio delineado, veremos el principio desafiado. En algún momento de la historia humana, Usted y yo sabemos que Eva fue engañada por Satanás y dio crédito a la voz de Satanás y desechó la voz de Dios. Una vez que cayó, arrastró en su caída a su compañero Adán. Los dos tuvieron que sobrellevar la consecuencia de su desatino. Una de las trágicas consecuencias del pecado fue un impacto severo en el principio de sumisión. Note lo que dice Génesis 3:16: “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” Fijémonos especialmente en la frase: Tu deseo será para tu marido. Para muchos, esta declaración tiene que ver con la atracción sexual que la esposa sentiría hacia su esposo, pero esa atracción sexual de la esposa hacia su esposo ya existía antes de la caída, mal puede entonces referirse a ello. Recuerde que estamos hablando de consecuencias del pecado. No puede ser que algo tan hermoso y sublime como la atracción sexual en la pareja de casados sea una consecuencia de pecado. Lo que en realidad significa es que como consecuencia de la caída en pecado de la raza humana, quedó afectado el principio de sumisión de la mujer. La mujer ya no estaría tan dispuesta a someterse a su esposo como lo hacía antes de la caída. En cambio ahora, muy dentro de la mujer anidaría un deseo profundo por gobernar al hombre, de ejercer autoridad sobre él, de dominarlo, aun cuando si para ello necesita echar mano de la manipulación. ¿Ha visto por ejemplo a esposas que dicen a sus maridos: Si no haces esto o aquello, me voy de la casa? Esto es manipulación y es una manifestación del deseo innato en toda mujer por dominar. ¿Qué le quedaba hacer al hombre ante esta situación?. El texto dice: Y él se enseñoreará de ti. Esto significa que el esposo tendría que dominar por la fuerza el deseo de dominar de su esposa. Tendría que obligarla a ser sumisa. La esposa por su lado reaccionaría negativamente ante tan cruel señorío. Fue así como se inició la batalla por el poder, por el dominio, entre el esposo y la esposa. De modo que mi querida amiga oyente, Usted que es casada, tiene que reconocer que dentro de Usted existe ese deseo de ejercer dominio en la familia. Tiene que reconocer que este deseo es parte de su naturaleza pecaminosa, la cual todos heredamos de nuestros primeros padres. ¿Habrá alguna solución para mantener bajo control a este deseo tan profundo por gobernar en las mujeres? Gracias a Dios que si la hay. La solución es que las mujeres incorporen una nueva naturaleza capaz de dominar a esa vieja naturaleza. La nueva naturaleza se adquiere cuando se recibe a Cristo como Salvador personal. 2 Corintios 5:17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” Si no lo ha hecho antes, reciba hoy mismo a Cristo como su Salvador y entre los muchos beneficios de esa decisión estará este, de adquirir una nueva naturaleza que tiene la capacidad de contrarrestar los impulsos de su vieja naturaleza.
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