Damos gracias al Señor por la oportunidad de compartir este tiempo junto a Usted. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Proseguimos estudiando la segunda epístola de Pablo a Timoteo, en la serie titulada: Consejos para una iglesia en peligro. De la imagen de un atleta y de un labrador, el apóstol Pablo va a sacar lecciones espirituales, útiles para Timoteo y también útiles para todos los que somos creyentes.
Si tiene una Biblia a la mano, le invito a abrirla en la segunda epístola de Pablo a Timoteo.
Mientras el apóstol está en la cárcel esperando el momento de su ejecución, está pensando en principios espirituales útiles para su joven discípulo Timoteo, quien se encontraba en Efeso, ciudad importante de la provincia romana de Asia en aquella época.
Luego de aconsejar a Timoteo a imitar la dedicación de un soldado, prosigue aconsejando que imite también la disciplina de un atleta y la determinación de un labrador.
Como es típico de Pablo, toma cosas o situaciones del diario vivir para sacar de allí inolvidables principios espirituales. Comencemos por analizar el consejo de Pablo a Timoteo en el sentido de imitar la disciplina de un atleta.
2ª Timoteo 2:5 dice: «Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente.»
La figura de un atleta no era en absoluto desconocida ni para Pablo ni para Timoteo, ni para cualquier otra persona en el tiempo de Pablo. El imperio romano había incorporado a sus valores el amor al deporte del conquistado imperio griego.
En otras ocasiones Pablo había ya echado mano de la figura de un atleta para extraer lecciones espirituales. Por ejemplo, ponga atención a lo que escribió a los corintios. Leo en 1ª Corintios 9:24-27 donde dice: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.»
Aquí aparece un atleta, un luchador y un boxeador. De ellos se ha sacado inmejorables lecciones espirituales. Escribiendo a Timoteo, en su segunda carta, Pablo recurre a la figura del atleta. Al pensar en un atleta vienen a la mente varios factores. La preparación física y el entrenamiento, el respeto a las reglas del juego, la alimentación adecuada, la vestimenta apropiada, el respeto a los otros competidores, los premios y las derrotas.
Así como todo atleta necesita una rigurosa preparación física y un plan de entrenamiento apropiado, el creyente también debe prepararse adecuadamente y entrenarse adecuadamente. La preparación y entrenamiento ocurren cuando el creyente pone en práctica lo que conoce de la palabra de Dios. Cada vez que un creyente dice: No, a los impulsos de su carne, y dice: Sí, a los impulsos del Espíritu Santo, se fortalece algún músculo espiritual.
La constante obediencia a la palabra de Dios y la constante desobediencia a lo que pide la carne o el mundo o el diablo, pone en buena forma espiritual a cualquier creyente.
Así como el atleta necesita conocer y respetar las reglas de la disciplina deportiva que practica, el creyente también necesita conocer y sobre todo respetar las reglas de la vida cristiana. Estas reglas están en la Biblia. Es indispensable que el creyente conozca a fondo la palabra de Dios y más importante, que respete lo que Dios dice en su palabra.
Así como el atleta necesita alimentarse adecuadamente, para no excederse de peso o disminuir su rendimiento, el creyente también necesita alimentarse bien. El alimento espiritual para el creyente es la palabra de Dios. Este es el alimento que fortalece espiritualmente a todo creyente. Si el creyente se alimenta de cualquier otra fuente para satisfacer su necesidad espiritual, es probable que ese creyente no esté en buena forma para la competencia atlética.
Así como un atleta necesita un atuendo apropiado para la competencia de modo que no estorbe su rendimiento, el creyente también debe despojarse de cualquier cosa que estorbe su rendimiento espiritual. Las cosas que estorban pueden ser muy inocentes y hasta legítimas, pero si están impidiendo que un creyente se dedique totalmente al Señor, es necesario abandonarlas.
Así como un atleta debe respetar a los otros competidores, los creyentes también deben respetar a los demás creyentes, porque ellos también están en la misma carrera. Nada de mirarlos como inferiores, nada de abusar de ellos, nada de estorbar el rendimiento de ellos.
Así como el atleta busca siempre la victoria y si en lugar de eso cosecha una derrota, no se desanima, el creyente también debe esforzarse hasta el agotamiento por obtener victorias sobre la carne, el mundo y el diablo. Es posible que experimente una que otra derrota, pero eso no será el fin. No debe desanimarse sino levantarse y seguir con todo entusiasmo en la carrera.
Todo esto tiene en mente el apóstol Pablo cuando aconseja a Timoteo diciendo: El que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. Si el creyente no se esfuerza hasta el agotamiento por obtener la victoria y sobre todo, si el creyente no echa mano de la palabra de Dios para gobernar su vida, jamás será un vencedor, jamás será coronado, jamás recibirá recompensa alguna del Señor Jesucristo en lo que la Biblia llama Tribunal de Cristo.
En medio de la terrible persecución que estaba sufriendo la iglesia, es imprescindible que los creyentes imitemos la disciplina de un atleta. Además de imitar la disciplina de un atleta, es necesario también imitar la determinación de un labrador. 2ª Timoteo 2: 6-7 dice: «El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo.»
Nuevamente estamos ante una figura harto conocida para Pablo, Timoteo y las personas de su época. La labranza era probablemente la actividad más común en el primer siglo. Al pensar en labranza y labradores vienen a la mente algunos elementos como la preparación del terreno y los fertilizantes, la semilla, la siembra, el cuidado de los cultivos, la determinación, el trabajo incansable y la esperanza de obtener la preciosa cosecha.
Todos estos elementos tienen su paralelo en el campo espiritual. El corazón del hombre es como un terreno para ser cultivado. Así es como se lo ve en la parábola del sembrador, relatada por el Señor Jesucristo. El corazón del hombre tiene que ser previamente preparado para que pueda recibir la semilla. El Espíritu Santo tiene poder para suavizar el corazón más endurecido por el pecado. La semilla que se planta en el corazón del hombre es la palabra de Dios. La obra conjunta de la palabra de Dios con el Espíritu Santo trae como resultado el fruto de salvación.
Los creyentes necesitamos hacer todo el esfuerzo posible para sembrar, entre comillas, la palabra de Dios en los corazones de la gente, en la confianza que Dios por medio de su Espíritu haga germinar esa semilla y se produzca el milagro sin igual de la salvación.
Pero una vez que germina la semilla, no termina el trabajo del labrador, porque después viene el paciente y cuidadoso trabajo de cuidar esas plantas. Esto no es un trabajo fácil. Demanda bastante esfuerzo y sobre todo determinación por parte del labrador.
Imagine un labrador que se cruza de brazos y se acuesta a dormir después de que la semilla ha germinado. De seguro que ese labrador no cosechará mayor cosa. Los labradores se levantan antes de la salida del sol y se acuestan después que el sol se oculta y todo el tiempo están ocupados en regar sus plantas, en abonar el terreno, en podar, en eliminar los parásitos e insectos. Es un trabajo arduo.
Igual debe ser en el campo espiritual. Si queremos ver fruto en la vida de las personas que han nacido de nuevo, es necesario trabajar denodadamente en ellas. Por supuesto que es el Señor quien da el crecimiento, pero los creyentes tenemos el privilegio de participar en la labranza. No es un trabajo fácil. Demanda esfuerzo y determinación.
Pero si no existe este esfuerzo y determinación, no puede haber fruto. Esto es justamente lo que quiere enfatizar Pablo en su consejo a Timoteo. Básicamente está diciendo a Timoteo: No pienses que vas a ver fruto ni en tu vida ni en la vida de los creyentes en la iglesia, a menos que imites el esfuerzo tenaz de un labrador.
Timoteo, no te quedes cruzado de brazos si quieres ver fruto en tu vida y en tu ministerio. Cuán importante es este consejo para nosotros hoy en día. Muchos creyentes están muy perplejos porque no ven fruto en sus vidas. Piensan que el fruto debe aparecer como por arte de magia, sin que nadie haga nada. No hay tal. El fruto, o la madurez en la vida cristiana es el resultado de arduo trabajo.
Cuesta trabajo estudiar la Biblia con discernimiento. Cuesta trabajo aplicar la Biblia a las situaciones que a diario se presentan. Cuesta trabajo mantener a la carne en sumisión. Cuesta trabajo mantener al mundo a prudente distancia.
Pero si Usted está dispuesto a realizar este trabajo, de seguro que verá un hermoso fruto en su vida cristiana. Pero el fruto tiene también que ver con el crecimiento y madurez espiritual de la iglesia. Una iglesia grande y fuerte no es producto del azar. Es producto del paciente trabajo de sus líderes, quienes con la determinación del labrador hacen todo lo que está a su alcance para crecer tanto en número como en nivel espiritual.
Cada vez que Usted vea una iglesia local numerosa y muy consagrada al Señor, siempre piense que debe haber uno o más líderes que están trabajando hasta el punto del agotamiento para lograrlo. Obviamente es Dios quien da el crecimiento y de esa manera toda la gloria es para él, pero para que exista ese crecimiento es necesario que los creyentes trabajen con determinación.
Dios jamás va a premiar a los ociosos con abundante fruto. No olvide jamás este consejo tan importante: Para participar de los frutos, debe trabajar primero. Así es como el labrador obtiene su precioso fruto.
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