Reciba cordiales saludos amiga, amigo oyente y la bienvenida a un nuevo estudio bíblico en el libro de Santiago. Muchas gracias por su sintonía. Muchas gracias por sus oraciones. Sus ofrendas han sido una bendición para nosotros. La negligencia ha causado más desastres de lo que podemos imaginar. En la mañana del 7 de Diciembre de 1941, por ejemplo, 353 aviones japoneses rugieron sobre los cielos de Pearl Harbor, donde Estados Unidos tenía la base aérea más grande en el Pacífico. Más o menos en un par de horas destruyeron ocho enormes navíos de combate, seis pistas de aterrizaje, casi todos los aviones que estaban allí estacionados y lo peor, cegaron la vida de unas 2400 personas. Todo esto comenzó a las 7:50 de la mañana en lo que se supone fue un ataque sorpresa. Digo se supone porque la historia cuenta que esa misma mañana, a las 7:00 de la mañana cuando los aviones japoneses estaban todavía a 220 kilómetros de distancia de Pearl Harbor, es decir a 50 minutos de vuelo, dos soldados que escudriñaban el espacio aéreo utilizando un pequeño radar en una estación de avanzada en el Pacífico detectaron unos pequeños puntos en la pantalla de su radar. En cuestión de minutos, los puntos en la pantalla de radar se multiplicaron. Los soldados notificaron inmediatamente esta novedad a su supervisor, un joven teniente, por cuanto todos los otros oficiales no estaban de servicio puesto que era Domingo. El joven teniente miró lo que tenía ante sus ojos en la pantalla de radar y sin pensar mucho asumió que serían aviones norteamericanos que estaban viniendo desde California. Acto seguido pronunció las fatídicas palabras: No hay de qué preocuparse. Si hubiera investigado con mayor diligencia lo que mostraba la pantalla de radar hubiera detectado la presencia de aviones enemigos con suficiente anticipación como para permitir que en Pearl Harbor se proteja los aviones, se preparen los navíos de combate y que la gente entre a los refugios antiaéreos, para evitar la masacre. Pero en el momento crucial, por su negligencia este teniente le falló a su país. Triste final de la historia. Lo triste también es que hay muchas personas que en el plano espiritual están manifestando igual o peor negligencia que este teniente. De esto justamente tratará el estudio bíblico de hoy.
Le invito a abrir su Biblia en el libro de Santiago capítulo 1, versículos 22 a 25. En nuestro estudio bíblico último, Santiago nos exhortó a desechar toda inmundicia y abundancia de malicia para recibir con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas. La palabra se refiere a la Biblia, la palabra de Dios. Muchos están conscientes de este mandato y por eso leen al menos una vez al día una porción de la Biblia, pensando que con eso están cumpliendo con todo lo que Dios demanda de ellos. Esta lectura sin embargo, no ayuda en absoluto cuando uno es negligente con lo que ha entendido de la lectura de la palabra. La negligencia en lo que se lee de la Biblia se manifiesta en lo poco que cumplimos con lo que dice la palabra de Dios. Cada vez que abrimos nuestras Biblias para leerlas y hacemos lo contrario a lo que allí hemos leído estamos demostrando que somos negligentes en cuanto a la palabra de Dios. No será extraño por tanto que tengamos que pagar muy caro por esta negligencia. Algunos incrédulos leen la Biblia pero fallan en ponerla en práctica al no recibir a Cristo como Salvador. Su negligencia en esto les llevará al infierno. Alguien ha dicho que la mejor manera de llegar al infierno es no hacer nada. No haga nada en cuanto a lo que Cristo hizo por usted al morir en la cruz del Calvario y de seguro le espera un lugar en el infierno una vez que salga de este mundo. Cuan importante es por tanto ser hacedor de la palabra. Veamos en primer lugar el mandato a ser hacedores de la palabra. Santiago 1:22 dice: Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Como vemos en este texto ser hacedores de la palabra es un mandato. El verbo ser está conjugado en modo imperativo, lo cual denota una orden. Algunos creyentes piensan que si quieren obedecerán la palabra, y si no quieren no la obedecerán, como si ser hacedores de la palabra fuera algo opcional para el creyente. No amable oyente, no es opcional, es un mandato. Cada vez que abrimos la Biblia para leerla debemos estar buscando con diligencia cosas que allí se dicen para ponerlas en práctica. Esto es el significado de ser hacedores de la palabra. Leer la palabra y no hacer nada de lo que allí se dice es equivalente a ser oidores de la palabra, lo cual es contrario al mandato de ser hacedores de la palabra. Veamos ahora el peligro de no ser hacedores de la palabra. Santiago 1:22 termina diciendo: Engañándoos a vosotros mismos. El peligro de ser solamente un oidor de la palabra es que fácilmente podemos engañarnos a nosotros mismos. ¿De qué forma? Pues pensando que porque leemos la palabra ya estamos bien con Dios, que ya somos espirituales. Conozco a muchos hermanos en la fe que piensan así. Hermanos en la fe que mienten a cada paso, que andan en chismes, que murmuran, que malgastan su tiempo, que tienen un vocabulario soez. Sin embargo cada día leen la palabra y hasta oran con mucha solemnidad. Estos hermanos en la fe están engañados, quien sabe si siquiera son genuinos hermanos en la fe, porque a lo mejor hasta en eso están engañados pensando que son salvos sin serlo en la realidad. Recuerde que la salvación se manifiesta en una vida de santidad. No nos engañemos a nosotros mismos amable oyente oyendo la palabra y no haciendo nada de lo que ella dice. Veamos ahora lo absurdo de no ser hacedor de la palabra. Santiago usa una ilustración para hacernos entender cuan ilógico es oír la palabra y no ser hacedor de ella. Santiago 1:23-24 dice: Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.
Jas 1:24 Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
Uno que lee la palabra y no hace nada de lo que ha leído, es como el varón que se mira en un espejo. El espejo muestra que su cara está toda sucia, pero incomprensiblemente da la vuelta y se aleja sin hacer nada. Actúa como si hubiera olvidado lo que vio en el espejo. Que absurdo. ¿Qué haría si al mirarse en el espejo encontrara que necesita lavarse la cara? Lo más seguro es que se la lavaría. A nadie que sea normal le gustaría andar con su cara sucia. Así de absurdo es oír o leer la palabra pero no ser hacedor de ella. Interesante que la Biblia se compara con un espejo en esta ilustración. Un espejo nos muestra tal como somos, con nuestras arrugas, con nuestros lunares, con nuestros hermosos ojos. La imagen es fiel a la realidad. La Biblia es el espejo del alma. Allí podemos vernos tal cual como somos, con nuestras virtudes y con nuestros defectos. Al mirarnos en la Biblia podemos saber en qué estamos fallando y podemos dar los pasos necesarios para corregirlo. Qué gran bendición es poder mirarnos en la Biblia. Veamos ahora el beneficio de ser un hacedor de la palabra. Santiago 1:25 dice: Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.
El que se mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, no negligentemente como el varón de la ilustración anterior y hace lo que allí dice no siendo oidor olvidadizo es bienaventurado. Bienaventurado significa dichoso, realmente feliz. Qué interesante la fuente de la dicha o de la felicidad no está tanto en leer la palabra sino más bien en hacer lo que ella dice. ¿No será esta la razón por la cual a veces estamos tristes, apesadumbrados, muy lejos de ser bienaventurados a pesar de que cada día leemos lo que el calendario de lectura bíblica nos aconseja para ese día? Qué interesante también el nombre que se da en este versículo a la palabra de Dios. Dice que es la perfecta ley, la de la libertad. Al pensar en una ley viene a la mente la idea de la pérdida de la libertad. De hecho, muchos piensan que al ser hacedores de la palabra perderán su libertad, pero lo que no se dan cuenta es que la única libertad verdadera surge de ser hacedor de la palabra. Deje de ser hacedor de la palabra y muy pronto se encontrará esclavizado al pecado, al vicio, a la maldad. Sea hacedor de la palabra y muy pronto se encontrará en libertad y de paso será bienaventurado. Comenzamos este estudio bíblico hablando de cuan desastroso puede llegar a ser la negligencia. En el plano espiritual la negligencia a la palabra conduce a ser oidores olvidadizos de la palabra. Santiago nos exhorta por tanto a ser hacedores de la palabra. Que con la ayuda de Dios podamos poner en práctica lo que leemos y entendemos de la palabra de Dios.
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