Es motivo de mucho gozo saludarle amable oyente. Soy David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el evangelio según Juan. En esta oportunidad vamos a concluir con el estudio del capítulo 12, en el cual vemos la terrible realidad del pecado de incredulidad.
Abramos nuestras Biblias en Juan 12:37-50. Después de hablar sobre la necesidad de creer en él, para estar en la luz, el Señor Jesús se ocultó de las personas que le rodeaba. Deben haber sido contadas las personas que recibieron la palabra del Señor Jesús y creyeron en él. La mayoría de la gente persistió en su incredulidad, especialmente los judíos, esto es, los líderes de Israel, compuesto por fariseos, saduceos, escribas y principales sacerdotes. Esto es inaudito y se hace necesaria una explicación. Juan se va a encargar de explicarlo. Juan 12: 37-41 dice: Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él;
Joh 12:38 para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo:
Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?
¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?(H)
Joh 12:39 Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías:
Joh 12:40 Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón;
Para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón,
Y se conviertan, y yo los sane.(I)
Joh 12:41 Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él.
El versículo 37 es uno de los versículos más tristes de la Biblia porque presenta la crudeza de la incredulidad del hombre. A pesar que el Señor Jesús hizo muchas y maravillosas señales sobrenaturales que demostraban a las claras que él es el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel, muchos no creían en él. ¿Por qué? La explicación que da Juan es para que se cumpliese algo que había profetizado Isaías. Juan toma el texto que se encuentra en Isaías 53:1 donde leemos: Quién ha creído a nuestro anuncio?(A) ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
Como preámbulo a la majestuosa profecía sobre la humillación y la exaltación del Siervo de Jehová, el Mesías, en el capítulo 53 de Isaías, el profeta manifiesta que no muchos iban a creer su anuncio. Esto se hizo realidad cuando el Siervo de Jehová se manifestó al mundo en la persona del Señor Jesús, no muchos iban a creer en él. Isaías lo anunció unos 700 años antes. Pero esta no es la única razón. Hay una más trágica. Para dar a conocer la gravedad de esta razón, Juan dice que los que no creían al Señor Jesús, no sólo no querían creer en él, sino que peor todavía, no podían creer en él. Para fundamentar esta razón, Juan cita Isaías 6:9 y 10. La Biblia dice: Y dijo: Anda, y dí a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis.
Isa 6:10 Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad.
Los que no creyeron en el Señor Jesús, no sólo no querían creer en él, sino que no podían creer en él. ¿Por qué? Pues porque el Señor mismo cegó sus ojos y endureció su corazón, para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, o sean salvos. Algunos piensan que estas personas que no querían creer en él y no podían creer en él, son los elegidos de antemano para condenación, y pretenden de esta manera justificar la errada doctrina que Dios elige a algunos para condenación. No hay tal amable oyente. Permítame explicarlo de esta manera. Cuando una persona recibe las buenas nuevas de salvación en Cristo, y comprendiendo todo lo que esto significa, voluntariamente se niega a recibir a Cristo como Salvador, Dios mismo entrega judicialmente a esa persona a una ceguera espiritual para que no les resplandezca la luz del evangelio. A esto se refiere las Escrituras cuando habla en términos de cegó los ojos de ellos y endureció su corazón. Es comparable a lo que el apóstol Pablo dice en Romanos 1:21-23 donde leemos: Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
Rom 1:22 Profesando ser sabios, se hicieron necios,
Rom 1:23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Rom 1:24 Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos,
Rom 1:25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
El resultado es que una vez que una persona llega a estas condiciones, no pueden creer en Cristo. No se trata entonces de una elección para condenación, sino de una entrega judicial a la incredulidad, a causa de la incredulidad. El Juez que enceguece y endurece el corazón de los incrédulos, es nada más y nada menos que el mismo Señor Jesús. ¿Cómo los sabemos? Pues por cuanto Juan dice que el profeta Isaías dijo esto cuando vio la gloria del Señor Jesús, y habló acerca de él. Así que, amable oyente, si ha oído el mensaje del Evangelio, no tarde en recibir a Cristo como su Salvador, porque de otra manera, corre riesgo de que Dios le entregue judicialmente a la imposibilidad de creer en el Señor Jesús. Pero además de los que no creían, había algunos que creían en él, pero lo guardaban en secreto. De esto nos habla Juan 12:42-43. La Biblia dice: Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga.
Joh 12:43 Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.
A pesar de los que no creían en el Señor Jesús, había muchos que creyeron en él, inclusive de los gobernantes. Tristemente, por las amenazas que habían lanzado los fariseos, estos gobernantes no lo confesaban abiertamente. Los fariseos advirtieron a la gente que si alguno creía en el Señor Jesús sería expulsado de la sinagoga. Esto era algo muy serio en aquellos tiempos, porque como resultado, eran rechazados por su familia, por la sociedad, y hasta se les despojaba de sus propiedades. Pero aun este precio, no era justificativo para no confesar públicamente al Señor Jesús. Juan dice que los gobernantes que llegaron a ser seguidores secretos del Señor Jesús, amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Sucedió lo mismo que sucede hoy en día con tanta gente. Me refiero a las personas que por temor al rechazo de sus conocidos, aunque han recibido al Señor Jesús, sin embargo se resisten a identificarse con él y por eso no hablan de él, no se congregan, no se bautizan. Se avergüenzan del Señor y algún día el Señor se avergonzará de ellos. Ante esto, el Señor Jesús pronunció palabras que deben hacer reflexionar mucho a los que todavía vacilan entre recibir o no al Señor Jesús como Salvador. Juan 12:44-50 dice: Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió;
Joh 12:45 y el que me ve, ve al que me envió.
Joh 12:46 Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.
Joh 12:47 Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.
Joh 12:48 El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.
Joh 12:49 Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.
Joh 12:50 Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.
Creer en el Señor Jesús, es lo mismo que creer en Dios el Padre quien le envió. Ver al Señor Jesús, es lo mismo que ver a Dios el Padre quien le envió. Todo lo que es el Padre, es el Hijo, todo lo que es el Hijo es el Padre. No se puede creer en Dios y rechazar al Hijo. El mundo está lleno de personas que se llenan la boca diciendo que creen en Dios, pero jamás han recibido a Cristo como Salvador. El hecho que no han recibido a Cristo como Salvador es prueba de que en el fondo no creen en Dios. El Señor Jesús es la luz. El Señor Jesús ha venido al mundo, para que todo aquel que cree en él no permanezca en tinieblas. Estar en tinieblas es equivalente a estar en pecado, a estar en peligro de recibir condenación eterna. La única manera de salir de este estado y pasar a la luz, es por medio de recibir a Cristo como Salvador, porque Cristo es la luz del mundo. Estar en la luz es equivalente a ser perdonado de pecado y por tanto tener vida eterna. El Señor Jesús prosigue diciendo que el que oye su palabra, y no cree en él, o no le recibe como Salvador, no va a ser juzgado por él, porque él no ha venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Quien obstinadamente rechaza al Señor Jesús, o lo que es lo mismo, no recibe sus palabras, tiene quien le juzgue. El Juez va a ser las palabras que el Señor Jesús pronunció anunciando que él es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Va a llegar un día, en el cual todos los que han rechazado a Cristo como Salvador, serán confrontados con todo lo que el Señor Jesús dijo acerca de él como Salvador. La palabra del Señor será lo que juzga y condena a los incrédulos. El Señor Jesús jamás habló por su propia cuenta, de modo que cada palabra que dijo es los que su Padre le dio para que dijera. Esto implica que recibir la palabra del Señor Jesús, es lo mismo que recibir la palabra de Dios el Padre. Rechazar la palabra del Señor Jesús es lo mismo que rechazar la palabra de Dios el Padre. Horrenda cosa es rechazar la palabra de Dios el Padre, entonces ¿Por qué rechazar la palabra del Señor Jesús? El Señor Jesús dice por tanto que el mandamiento de Dios el Padre es para vida eterna. Lo que ha hablado el Señor Jesús, lo ha hecho como el Padre se lo ha dicho. La incredulidad es algo terrible amable oyente. No juegue con ella. Si persiste en su incredulidad, llegará un momento en que le será imposible creer. Qué tal si mejor en este mismo instante, arroja a un lado su incredulidad, y recibe a Cristo como su único Salvador personal. Que el Señor le bendiga.
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