Qué bendición es estar nuevamente con Usted, amiga, amigo oyente. Sean todos bienvenidos al estudio bíblico de hoy. Seguimos en la serie: Gálatas, la carta magna de emancipación de la iglesia. En esta ocasión sacaremos una lección espiritual de una historia muy conocida del Antiguo Testamento. En instantes más estará con nosotros David Logacho para guiarnos en el estudio de este tema.
Si tiene una Biblia a la mano, le invito a abrirla en Gálatas 4:21-31 donde dice: “Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley? Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; en uno que proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido. Así que, hermanos, nosotros como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.” Como antecedente, debemos reconocer que los Gálatas eran un pueblo gentil quienes llegaron a ser salvos por gracia, sin embargo, cayeron bajo la influencia de falsos maestros conocidos como judaizantes, quienes estaban tratando de ponerles bajo la ley. En su carta a los Gálatas, Pablo trata el tema de la Ley y la Gracia, en la cual deja muy claro que la salvación no es por las obras de la ley sino totalmente por el oír con fe. Pablo comienza preguntando a los que querían estar bajo la ley de Moisés: ¿No habéis oído la ley? Con esto está diciendo: Antes de someterse a la ley, ¿Por qué no leen con cuidado los libros de la ley para saber qué es lo que dice Dios? No olvide que los cinco libros del Pentateuco se los conocía también como la ley. Inmediatamente les lleva a Génesis, donde se relata que Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava, Agar y otro de la libre, Sara. Es una historia muy conocida. La esposa de Abraham fue Sara y Dios prometió que Abraham y Sara serán los progenitores de uno que será el precursor de la simiente en quien serán benditas todas las naciones de la tierra. Pero pasaban los años y no se veía el cumplimiento de esta promesa. Sara perdió la paciencia y sugirió a su esposo someterse a la costumbre de la época para el caso de una pareja acomodada pero sin hijos. Abraham por tanto tomó a una de sus esclavas, cuyo nombre era Agar, como su concubina. Como fruto de esta unión nació un hijo que se llamó Ismael. Abraham pensó que por medio de Ismael, Dios cumpliría su promesa, pero Dios dijo: No. La promesa de dar un hijo a Abraham y Sara seguía en pie. En el tiempo de Dios y a la manera de Dios, se cumplió la promesa y Sara dio a luz a Isaac. Pablo dice que estos eventos, además de ser reales, tenían un significado simbólico. Estas dos mujeres representan los dos pactos. Sara el pacto Abrahamico y Agar el pacto Mosaico. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos pactos? El pacto Abrahamico, representado por Sara, fue un pacto de gracia soberana. Fue un pacto incondicional. Todos los beneficios del pacto dependían del dador del pacto, no del receptor del pacto. Esto es gracia o favor inmerecido. Por otro lado, el pacto Mosaico, representado por Agar, es un pacto de obras. Agar era esclava de Abraham, esto habla del pacto de la ley, del pacto Mosaico, entregado en el monte Sinaí. Fue allí donde Dios dijo: Haciendo estas cosas vivirás por ellas. Pero no existe ningún hombre que pueda cumplir con todas las demandas de la ley. Sara, quien representa la gracia, llegó a ser la madre del hijo de la promesa. Agar, quien representa a la ley, llegó a ser la madre del hijo de la carne. El hijo de la promesa es infinitamente superior al hijo de la carne. Agar tipifica a Jerusalén terrenal, porque en la Jerusalén terrenal estaba concentrado todo el sistema religioso de acercamiento a Dios mediante las obras de la ley. En cambio Sara tipifica la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros. La ley es el sistema terrenal, tiene que ver con gente terrenal, con hombres según la carne, mientras que la gracia es el sistema celestial, el cual tiene que ver con los hijos de la promesa. La Jerusalén de arriba es nuestra madre. ¿En qué sentido? Pues porque Cristo está allí. ¿Ha confiado en Cristo como su Salvador? ¿Ha recibido esa gracia? ¿Puede Usted decir: Yo soy ciudadano del cielo; la Jerusalén de arriba es mi madre? Abraham tenía esta esperanza. Pero Dios también prometió a Abraham una herencia en la tierra, y algún día sus hijos la tendrán. Por ahora están tratando de obtenerla en el puro esfuerzo de la carne y lo único que están consiguiendo es derramar sangre de mucha gente. Pero llegará un día, cuando según la promesa, lo tendrán. Esto ocurrirá cuando abran sus ojos para ver al Señor Jesucristo como su Mesías. Nosotros como creyentes somos hijos de la promesa por medio de la gracia, como Isaac. Cuando nació Isaac, el hijo de la promesa, fue perseguido por Ismael, el hijo de la carne. Lo mismo ocurre entre los que somos hijos de la promesa por gracia. Somos perseguidos por los hijos de la carne o por los que piensan que pueden alcanzar el favor de Dios por medio de las obras de la ley. Por eso es que los judaizantes querían que los creyentes de Galacia se sometan a la circuncisión y a la ley de Moisés en general. ¿Qué hacer en este caso? Es imposible armonizar la gracia con la ley. Las dos cosas no pueden vivir juntas. Son como el agua y el aceite. No se pueden mezclar. Isaac e Ismael no pudieron vivir juntos en armonía. Los Gálatas estaban intentado armonizar la gracia con la ley, pero solo les estaba llevando gradualmente a la esclavitud. Los maestros falsos de hoy nos dicen: No abandonen a Cristo, pero tendrán una vida cristiana más abundante practicando la ley de Moisés junto con su fe en Cristo. Inviten a Agar e Ismael que regresen al hogar de Sara y Abraham. Pero este es el camino que conduce a destrucción. La única opción es echar fuera a Agar e Ismael. La nación de Israel había estado en esclavitud bajo la ley, pero esto era temporal y les preparó para la venida de Cristo. Ahora que Cristo había venido, la ley tenía que ser echada fuera. Cristo Jesús, como Isaac, fue hijo de la promesa, nacido por el poder milagroso de Dios. Una vez que Cristo vino y murió por el mundo, la ley tuvo que salir. Por tanto, las iglesias, como los creyentes en forma individual deben echar fuera a la ley. El legalismo es uno de los problemas más grandes para los creyentes en la actualidad. Debemos entender que legalismo no es establecer normas para la vida cristiana, legalismo es sobreestimar esas normas y llegar a pensar que uno es más espiritual cuando las obedece, o que uno logra el favor de Dios cuando las obedece. Legalismo también tiene que ver con juzgar a otros creyentes según las normas que tenemos para nosotros. Una persona podría dejar de fumar, de beber, de bailar, etc. y aún así no ser espiritual, porque piensa que con esto está ganándose el favor de Dios. El favor de Dios no es algo que el hombre puede ganarlo. Es algo que Dios da como un regalo inmerecido, por gracia, a todo aquel que recibe a Cristo como Salvador. La vieja naturaleza ama el legalismo porque le da oportunidad de quedar bien. El creyente que se cree espiritual porque no hace esto o aquello solo se engaña a sí mismo. Una vida espiritual plena es más que negarse esto o aquello. Los judaizantes sin duda que eran personas atractivas. Tenían las recomendaciones de las autoridades religiosas, tenían normas elevadas, tenían cuidado de lo que comían y bebían. Tenían claramente establecidas la lista de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, de modo que todos sepan quien es espiritual y quien no es espiritual. Pero los judaizantes estaban llevando a la gente a la esclavitud en lugar de a una vida de libertad en Cristo. Una trágica consecuencia del legalismo es que brinda oportunidad a la carne para hacer que quiera y lo que quiere la carne siempre es algo malo. La vieja naturaleza no puede jamás ser controlada por la ley. Algún momento se ha de revelar y causar graves estragos. Usted al igual que yo habrá oído que tal o cual persona que se jactaba de ser muy recta porque tenía normas estrictas de comportamiento, pero un aciago día se le vino todo abajo cuando la carne pudo más que la fría lista de esto hagas y esto otro no hagas. Toda iglesia o todo ministerio donde predomina el legalismo se ve plagada de escándalos que traen vergüenza a la obra de Dios y a la persona de Cristo. La única manera de mantener en raya a la vieja naturaleza es por medio de reconocer que el creyente ha muerto con Cristo y ha resucitado a una nueva vida. Una nueva vida que como característica tiene el poder del Espíritu Santo para dominar a la vieja naturaleza.
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