Es motivo de gran gozo compartir este tiempo con Usted, amiga, amigo oyente. Bienvenida o bienvenido al estudio bíblico de hoy dentro de la serie titulada La Familia Auténticamente Cristiana. Cuando los conflictos no son bien manejados en la pareja y en la familia en general, pueden agravarse tanto que amenazan la estabilidad del matrimonio y de la familia en general. En estas condiciones, el divorcio comienza a esgrimirse como una opción válida. Pero veamos qué es lo que enseña la Biblia en cuanto a este controversial asunto. De eso se encargará inmediatamente David Logacho.
Estamos por culminar esta serie sobre la familia auténticamente cristiana. Cuánto nos hubiera gustado terminar con una nota positiva, describiendo las responsabilidades de cada uno de los miembros de la familia. Pero lamentablemente no es así, porque tenemos que tocar un tema triste, delicado y controversial. Se trata del divorcio. Estamos plenamente conscientes de que estamos pisando terreno movedizo, pero a la vez vemos la necesidad de compartir nuestro punto de vista sobre este asunto. Fácil sería simplemente callar y no tocar el tema, para evitar la controversia, pero eso no nos parece lo adecuado. Es hora de que los creyentes adoptemos convicciones bíblicas personales sobre asuntos controversiales y que estemos dispuestos a jugarnos por ellas, aun cuando eso signifique ir en contra de la opinión de reconocidos expositores bíblicos. Es conocido que sobre el asunto del divorcio, no ha existido nunca una unidad de criterio entre los maestros bíblicos. Sabemos que connotados hombres de Dios se encuentran tanto en uno como en otro bando con respecto al asunto del divorcio. Nuestra postura en cuanto al divorcio, en ninguna manera debe ser interpretada como un ataque a alguien que tenga una convicción diferente sobre este mismo asunto, simplemente es un esfuerzo por comunicar lo que el Señor ha puesto en nuestro corazón sobre tan delicada temática. Un análisis del divorcio puede ser abordado desde distintos puntos de vista. Uno de estos puntos de vista es por el resultado que produce. Solo basta ver el cuadro de dolor que deja en las vidas de los que se divorcian y en sus hijos para concluir que el divorcio es algo contrario a la voluntad de Dios. Solo hace falta mirar los ojos tristes de los niños que han sido víctimas del divorcio en sus hogares para concluir que el divorcio es despreciable. Pero en la vida cristiana no se juzga la validez de las acciones por los resultados que produce, sino por lo que dice la palabra de Dios sobre ellas. Nadie se divorcia a sabiendas que el divorcio es malo. Las parejas que se divorcian siempre afirman que el divorcio era la mejor de las opciones que tenían a su disposición. Para ellos, el divorcio era la única salida, y por eso piensan que el divorcio no es tan malo como parece. Pero para nosotros será la Biblia la que nos dé la última palabra sobre el divorcio. Debemos dar gracias a Dios quien no nos ha dejado a la deriva en este trascendental asunto. La confusión existente sobre este tema no se debe a que no haya información en la Biblia acerca del divorcio, sino más bien al deseo del ser humano de adaptar lo que la Biblia dice sobre el divorcio a una situación particular, muchas veces para justificar una acción que de antemano ya ha sido decidida. Consideremos por tanto algunas declaraciones que hace la Biblia en cuanto al divorcio. En primer lugar, la Biblia declara que el divorcio estaba siendo objeto de abuso por los judíos de la época que el Hijo de Dios vino a este mundo. En cierta ocasión, Jesús fue abordado por los fariseos, los más conspicuos cumplidores de la ley, aunque su cumplimiento era un mero rito externo, vacío de realidad interna. Mateo 19:3 dice: “Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” Recordemos que los fariseos estaban afanosos por encontrar un motivo para entregar a Jesús a la muerte. La trampa que estaban tendiendo les parecía efectiva. Si Jesús respondía diciendo que es lícito para un hombre divorciarse de su mujer por cualquier causa, hubiera ido en contra de algunos fariseos que no opinaban así. Si Jesús respondía diciendo que no es lícito para un hombre divorciarse de su mujer por cualquier causa, se hubiera ido en contra de la mayoría de los fariseos quienes estaban convencidos que cualquier motivo es válido para que un hombre se divorcie de su mujer. De cualquier manera Jesús hubiera salido perdiendo y los fariseos tendrían un buen motivo para justificar su muerte. Jesús no cayó en la trampa sino que se refirió a lo que era el ideal de Dios para el matrimonio. Pero en la pregunta que los fariseos hicieron a Jesús es sencillo distinguir que entre ellos había un total abuso del divorcio. Según el rabí Hillel, casi cualquier cosa era motivo para que el esposo halle impura a su esposa y le extienda carta de divorcio. Si la esposa cocinaba algo que no le gustaba al marido, ya era suficiente motivo para que el marido le extienda carta de divorcio. Motivos que se consideraban válidos para extender carta de divorcio eran por ejemplo, que la esposa salga a la calle sin velo, que la esposa sonría a un extraño, que al esposo no le guste la suegra, que el esposo encuentre una mujer más bonita que la esposa, etc. Es decir que para los judíos de la época de Jesús, en realidad el motivo para el divorcio era un asunto secundario. Estaban más preocupados por escribir la carta de divorcio que por la razón para el divorcio. Qué triste, ¿verdad? Pero aún más triste es que hoy, viviendo como 2000 años más tarde, el asunto sigue igual en cuanto al divorcio. La causa más frecuente para un divorcio en la actualidad es lo que se da por llamar incompatibilidad de caracteres. El nombre suena extraño, pero simplemente indica que los esposos no pudieron arreglar un conflicto doméstico. La solución es entonces el divorcio. Un divorcio para solucionar un problema doméstico ha sido comparado con amputarse un brazo para resolver el problema de una astilla incrustada en un dedo de la mano. Así es amigo oyente. El hombre sin Cristo actúa de la misma manera en cualquier época de la humanidad. El abuso del divorcio en la actualidad lo confirma. Una segunda declaración bíblica sobre el divorcio es que el divorcio jamás fue ordenado o instituido por Dios. Los que piensan que porque la Biblia habla de divorcio, Dios ha ordenado o instituido el divorcio, están muy, pero muy equivocados. Mire lo que dice Mateo 19:4-6 “Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” Este es el ideal de Dios para el matrimonio y como Usted podrá notar, en ningún momento se insinúa siquiera la idea de un divorcio, más bien se excluye toda posibilidad de divorcio. La frase: no son ya más dos, sino una sola carne, habla de una obra creativa que solo la omnipotencia de Dios puede realizar. Tomar dos personas, y hacer de esas dos personas una sola carne significa que Dios ha puesto en funcionamiento todo su poder creativo. Por esto, Dios ha dicho: Lo que Dios juntó no lo separe el hombre. El divorcio viene a ser equivalente a la destrucción de la obra creativa de Dios. En cierto sentido el divorcio tiene varios paralelos con el aborto. Tanto en el divorcio como en el aborto se mata la obra creativa de Dios. En el matrimonio Dios hace uno de dos, el divorcio mata esa obra sobrenatural de Dios. En la concepción, Dios hace de dos uno, el aborto mata esa obra sobrenatural de Dios. Muchos tienen profundos prejuicios en contra del aborto, jamás pensarían siquiera en practicar un aborto, pero incomprensiblemente toman al divorcio como algo natural de la vida, a pesar que tanto el divorcio, como el aborto, acaba o mata algo que Dios ha realizado haciendo uso de su poder sobrenatural. La idea original de Dios es la permanencia del matrimonio. Dios por tanto, jamás podría ordenar o instituir el divorcio. Si vemos el matrimonio en la forma que Dios lo ve, comprenderemos que es una unidad monógama y cualquier violación a esa unión acarreaba la muerte en el Antiguo Testamento. El séptimo mandamiento dice: “No cometerás adulterio” La desobediencia a este mandamiento se castigaba con la muerte. Levítico 20:10 dice: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” Posteriormente, Jesús llevó a un plano mucho más elevado el principio de la permanencia y santidad del matrimonio, cuando en Mateo 5:27-28 dijo: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” Es tan santo el matrimonio que aún con el pensamiento el hombre o la mujer pueden atentar contra él. Jesús condenó tanto el pensamiento como el acto mismo y así puso muy en alto el matrimonio. Tenemos entonces que el divorcio era objeto de abuso en el pasado y sigue siendo objeto de abuso en el presente. El divorcio jamás fue ordenado o instituido por Dios. El ideal de Dios para el matrimonio es una unión monogámica que dura toda la vida. En nuestra próxima entrega sobre este asunto, analizaremos las causas por las cuales el ideal de Dios se ha pervertido y ha traído como consecuencia esa ola indiscriminada de divorcios.
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