Damos gracias al Señor por esta nueva oportunidad de estar junto a usted, amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando la epístola de Pablo a los Romanos, en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta ocasión, David Logacho continuará tratando el tema de los deberes del creyente.
Después de explayarse en doctrina, en los primeros doce capítulos, Pablo pasa a mostrar los principios prácticos que deben regir la vida de los creyentes. En nuestro último estudio bíblico vimos los deberes personales del creyente y los deberes familiares del creyente. En esta ocasión, vamos a ver los deberes hacia otros creyentes y los deberes hacia aquellos que nos consideran sus enemigos. Vayamos pues a lo primero, los deberes de los creyentes hacia otros creyentes. Lo primero que menciona Pablo es tratar bien a los que nos tratan mal. Romanos 12:14 dice: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis.” Cuando un creyente vive como Dios espera, es inevitable que sufra algún tipo de persecución. Esa persecución puede provenir de incrédulos, lo cual hasta cierto punto es natural que acontezca, pero lo triste es que puede provenir de otros creyentes, lo cual hace que sea muy doloroso. Cuando algo como esto acontece, la reacción natural del creyente, digamos en su carne, es bien sea luchar para demostrar su inocencia o lo injusto de ser perseguido, o contraatacar para tomar venganza del ofensor. Así es como se originan las peleas y rivalidades entre creyentes. Esta es la razón por la cual Pablo nos muestra el trato que como creyentes debemos dar a otros creyentes que nos persiguen. Por dos ocasiones en el versículo leído, aparece el verbo bendecir. Este verbo literalmente significa “hablar bien de” Tiene que ver con expresión verbal. La lengua es un pequeño órgano del cuerpo, pero cuando no se sujeta al Espíritu Santo puede ocasionar verdaderos desastres. Una lengua controlada por el Espíritu Santo se abstendrá de agredir a otro creyente que nos ha hecho mal y estará muy dispuesta a hablar bien del creyente que nos ha ofendido. Esta es la forma de bendecir a los que nos persiguen. Los creyentes de Roma, a quienes escribió Pablo, no estaban sometiéndose a este principio bíblico sobre el trato a los que nos persiguen sino que estaban maldiciendo a sus perseguidores. Por eso es que Pablo les dice: Bendecid, y no maldigáis. El verbo que se ha traducido como “maldecir” significa primariamente “orar en contra de” o desear el mal para una persona o cosa, de ahí, “maldecir” Así que, amable oyente, la próxima vez que un hermano manifiesta total y abierta oposición a usted, no pida a Dios que haga descender fuego del cielo para que consuma a este hermano, al puro estilo de lo que pidieron algunos discípulos a Jesús. Más bien someta su voluntad y su lengua al control del Espíritu Santo y hable bien, o bendiga, a quien le ha hecho tanto mal. ¿Cómo empiezan las guerras?-preguntó un chico a su padre. En un alarde de sabiduría, el padre empezó: -Pongamos por caso la primera guerra mundial; aquella guerra empezó cuando Alemania invadió Bélgica… Su mujer, quien estaba escuchando la conversación, le interrumpió y dijo a secas: -Explícale todo al chico. Empezó cuando alguien asesinó al duque de Sarajevo. El marido, algo molesto, replicó: -¿Quién está contestando la pregunta, tú o yo? La esposa se puso roja como un tomate y salió refunfuñando del cuarto, dando un portazo que casi destroza la puerta. Un silencio tenso siguió a la salida tempestuosa de la mujer. El padre entonces dijo a su hijo:-¿En qué estábamos? El chico dijo: -Papá, no hace falta que me expliques cómo empiezan las guerras. ¡Ya lo sé! Cuidado amable oyente con la manera como usa su lengua. Quiera Dios que sea para bendecir, no para maldecir. El segundo deber que un creyente debe manifestar a otros creyentes es identificarse con ellos. Eso es lo que tenemos en Romanos 12:15 donde dice: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.” Esto denota una total y absoluta identificación con otros creyentes. Hasta cierto punto no reviste mucha dificultad el llorar con los que lloran. Existen creyentes que con tan sólo ver llorar a otro creyente ya se ponen ellos también a llorar, sin saber ni por qué. Los creyentes nos contagiamos fácilmente de las emociones que conducen a las lágrimas. Pero lo que se nos hace difícil es gozarnos con los que se gozan. ¿Sabe por qué? Pues porque se nos cruza ese indeseable gusanillo que se llama envidia. Si el Señor por ejemplo provee a algún creyente para que se compre un auto nuevo, lo cual es motivo de mucho gozo para él, ¿cuántos creyentes que saben del caso se gozarán sinceramente con él? Tal vez podríamos contarlos con los dedos de una mano, porque la gran mayoría pensará para sus adentros: La vida es injusta, Dios le da a él un auto nuevo mientras a mí no me da ni siquiera una bicicleta. Este pensamiento irá acompañado de pesar. Estos creyentes no se están gozando con el que se goza. Han permitido que la envidia destruya el gozo que deben experimentar por el bien ajeno. El tercer deber de un creyente para con otros creyentes es actuar con humildad. Romanos 12:16 dice: “Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.” Cuando este texto habla de ser unánimes entre los creyentes, se está refiriendo a vivir en armonía con otros creyentes. Es como si Pablo estuviera diciendo: Vivan en armonía los unos con los otros. ¿Sabe cuál es el principal, o tal vez el único enemigo de la vida en armonía con los demás? Se llama orgullo. Por eso Pablo dice: No sean arrogantes sino háganse solidarios con los humildes. Se dice que la humildad es esa cualidad de carácter que cuando pensamos que la tenemos es justo cuando la perdemos. La humildad se manifiesta cuando no imponemos nuestros propios puntos de vista sobre los demás, cuando no exigimos que los demás piensen como nosotros, cuando no nos creemos como los únicos depositarios de la verdad. Por eso es que Pablo ordena: No seáis sabios en vuestra propia opinión. Una forma de decir: No se crean los únicos que saben. Por último, Pablo habla acerca de los deberes del creyente hacia los que le consideran como enemigo. Romanos 12:17-21 dice: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” Alguien ha dicho que el hombre no sólo debe ser conocido por los amigos que tiene sino también por los enemigos que tiene. Es inevitable que personas, inclusive creyentes, se tornen en nuestros enemigos, algunas veces sin razón, otras veces con mucha razón. La Biblia condena que un creyente sea enemigo de un incrédulo, peor de otro creyente, pero también la Biblia habla de la posibilidad que otros se tornen en enemigos del creyente. La gran incógnita es: ¿Cómo tratar a los que se han vuelto nuestros enemigos? El primer principio sobre esto es no tratar al enemigo como el enemigo nos trata a nosotros. No paguéis a nadie mal por mal dice Pablo. El segundo principio es aprovechar oportunidades para favorecer a nuestro enemigo. Procurad lo bueno delate de todos los hombres dice Pablo. El tercer principio es hacer todo lo posible para propiciar que el enemigo se reconcilie con nosotros. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres, dice el texto. Interesante que la Biblia reconoce que a pesar de todo lo que uno pueda hacer, existe la posibilidad de que el enemigo no quiera saber nada de nosotros. El cuarto principio es no tomar venganza por mano propia. El creyente pertenece a Dios, es hijo de Dios, debe ser Dios quien se ocupe de reivindicar al creyente. Eso es lo que dice la Escritura cuando afirma: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. El quinto principio es aplicar la enseñanza de Proverbios sobre el trato a los enemigos. Pablo hace referencia a lo que dice la Palabra en Proverbios 25:21-22 donde dice: “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas amontonarás sobre su cabeza, y Jehová te lo pagará.” Esto de amontonar ascuas de fuego sobre la cabeza de alguien tiene que ver con una antigua costumbre egipcia, según la cual una persona que quería mostrar su arrepentimiento públicamente, llevaba un recipiente con carbones ardiendo sobre su cabeza. Los carbones ardiendo simbolizaban el ardiente dolor que sentía por la falta que había cometido y de la cual se había arrepentido. Cuando un creyente hace bien a su enemigo, esto traerá una vergüenza que consume al enemigo que persiste en su enemistad. El sexto y último principio, es vencer con el bien el mal. Pablo ordena que los creyentes no debemos ser vencidos por lo malo sino que debemos vencer el mal por medio de hacer el bien. Esto es una referencia a aplicar todo lo que Pablo ha mostrado en cuanto a la manera de tratar a los que se consideran como nuestros enemigos. Que por la gracia de Dios si usted es creyente cumpla con los deberes hacia los demás y hacia los que muy a pesar suyo se han erguido como sus enemigos.
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