En realidad resulta difícil determinar cuál de los eventos que tuvieron lugar en la vida de Cristo es el más importante, porque todo lo que él hizo fue importante. Sin embargo, quizá pudiéramos decir, que en un contexto de importancia de todo su ministerio, los dos eventos sobresalientes que tuvieron lugar fueron el de su encarnación y el de su muerte, que fue ciertamente la culminación de su encarnación.
Leemos en la segunda mitad del versículo 21 de Hebreos capítulo 9 lo siguiente: “…pero ahora en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado…”
Durante su vida terrenal, el Señor Jesús demostró con claridad absoluta como es que Dios desea que viva el ser humano, así como supo ilustrar y exponer el significado de las leyes del Creador, dejándonos un ejemplo para que quienes creemos en él sigamos sus pasos.
1ª Pedro 2:21 “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.”
Por cierto que es un lamentable error, que nos conduce a la frustración, el pretender seguir a Cristo sin antes estar en Cristo, o poniéndolo en otras palabras: Primero es menester creer en Cristo como nuestro Salvador, para entonces, con su propia ayuda, poder seguir sus pisadas; de tal suerte que, como nos dice Juan: El que dice que está en él, esto es en Cristo, debe andar, o debe vivir, como él anduvo.
En resumen, amigo oyente, aunque es difícil afirmar cuál es el evento más importante en la vida de Jesús, por sus implicaciones para nosotros, podemos decir que fueron su encarnación, mediante la cual tomó nuestra humana naturaleza y su muerte en la cruz, que fue precisamente la meta de su encarnación. Todo en aras de alcanzar nuestra salvación.
Ante todo esto, cada uno de nosotros estamos en la responsabilidad de decidir lo que hemos de hacer con Cristo. O negarle para condenación eterna o creer en él para vida eterna.
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