Es un gozo saludarle amable oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy en el libro de Santiago. Antes de ir al pasaje bíblico de hoy me gustaría expresar un agradecimiento a los oyentes que nos apoyan con sus oraciones. Gracias también a los oyentes que ofrendan para que esta obra del Señor pueda seguir adelante. Que Dios en su gracia les recompense grandemente. Caminando un día por una calle, en la pared habían escrito un graffiti que me causó gracia. Decía: Yo jamás propago rumores, sólo los inicio. Esto trajo a mi mente una historia de la vida real. Se trata de la esposa de un granjero que había iniciado un falso rumor muy perverso en contra del pastor de la iglesia del pequeño pueblo. En cuestión de días todo el pueblo hablaba de eso, añadiendo cada uno detalles de su propia cosecha para hacer más dramático el asunto. Algunos se resistían a creer el falso rumor pero la mayoría lo daba como un hecho. Pero sucedió que la mujer que inició el falso rumor cayó gravemente enferma, al punto que pensaba que iba a morir. Como quería salir de este mundo sin ningún cargo de conciencia, confesó que había sido ella quien había iniciado el falso rumor en contra del pastor de la iglesia. Por la misericordia de Dios, la mujer recuperó su salud. Una vez sana, acudió al pastor para implorar perdón por el daño causado al iniciar ese falso rumor. El anciano pastor le miró a los ojos y le dijo: Con mucho gusto le perdonaré si usted me hace un pequeño favor. Encantada dijo la mujer. A lo cual el pastor dijo: Vaya a su casa y mate una gallina negra, luego quítela todas las plumas y póngalas en una canasta, y tráigamelas acá. No mucho tiempo después volvió la mujer con su canasta llena de plumas negras. Ahora, le dijo el pastor, vaya por el pueblo y en cada esquina arroje un puñado de esas plumas al aire. Lo que sobre de las plumas arrójelas al viento desde la torre del campanario de la iglesia, y regrese acá con su canasta vacía. La mujer, muy sumisa y obediente cumplió al pie de la letra con las instrucciones del pastor. Cuando volvió a donde estaba el pastor para decirle que había cumplido con todo lo que él le había pedido y así obtener su perdón, el pastor le dijo: Falta una pequeña cosa. Ahora le pido que vuelva al pueblo y recoja cada una de las plumas sin que le falte una sola de ellas. La mujer le miró atónita, luego con voz entrecortada dijo: Pero eso es imposible. El viento debe haber arrastrado las plumas quien sabe a donde. A lo cual el pastor añadió: Yo le perdono por iniciar ese falso rumor en mi contra, pero recuerde que el daño que ocasionó jamás puede ser reparado, así como usted jamás podrá recuperar las plumas que esparció al viento. Interesante historia que nos viene bien para introducir el tema del estudio bíblico de hoy.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Santiago 4 versículos 11 a 12. En este pasaje bíblico encontramos un mandato, un peligro y una reflexión. Veamos en primer lugar el mandato. Santiago 4:11 dice en su primera parte: Hermanos, no murmuréis los uno de los otros. Santiago se dirige a los hermanos para ordenar que dejen de murmurar los unos a los otros. La conjugación del verbo murmurar denota que los hermanos estaban murmurando los unos de los otros en la práctica, como un hábito, por tanto era hora que dejen de hacerlo. El verbo murmurar tiene varias connotaciones que nos será muy útil señalarlas para determinar si nosotros también, en alguna medida, hemos caído en tal error. Murmurar primeramente significa hablar mal de otro cuando éste no está presente. Es decir, hablar a espaldas de alguien. ¿Tiene esta costumbre? ¿Le produce placer atacar a otro en ausencia de éste? Si lo está haciendo es un murmurador. Un maestro de escuela dominical me dio un consejo que ha hecho carne en mí. Me dijo: Si lo que vas a decir sobre alguien lo dirías aunque esa persona esté presente, entonces dilo. Eso me ha ayudado muchas veces a no caer en el pecado de la murmuración. Murmurar significa también difamar, es decir desacreditar a alguien publicando cosas contra su buena fama u opinión. A veces pensamos que echando tierra sobre la imagen de otro vamos a mejorar nuestra propia imagen. Esto es murmuración. Murmurar significa también despreciar, es decir rebajar la opinión que alguien tiene sobre otro. En ocasiones nos sentimos menos que otros y ese sentimiento nos atormenta. En lugar de superarnos, escogemos el camino fácil, nos esforzamos para rebajar a otros hablando mal de ellos, eso es murmurar y Santiago manda que dejemos de hacerlo. ¿Por qué debemos dejar de murmurar? Será quizá la pregunta de algunos. Santiago responde diciendo: Porque existe un peligro en murmurar. Santiago 4:11 continúa diciendo: El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.
Antes de hablar del peligro de murmurar contra el hermano, notemos que Santiago ha introducido otro verbo. Juzgar. El significado de este verbo es separar, condenar, pronunciar sentencia o condenación sobre alguien. El juzgar es normalmente el paso siguiente de murmurar. Cuando escuchamos que alguien habla mal de otro en su ausencia, inmediatamente damos por sentado como un hecho lo que oímos y emitimos un juicio de condenación sobre él. Hemos por tanto juzgado al hermano, sobre la base por supuesto de la murmuración. Los creyentes que juzgan a los hermanos se tornan en críticos despiadados. Es este espíritu crítico el que normalmente conduce a arruinar las vidas de otros. No se imagina amable oyente, cuanto daño causa el que juzguemos a los hermanos. En las iglesias o ministerios es quizá donde más se evidencia el efecto desastroso de juzgar a los hermanos. Conozco de primera mano de casos en los cuales los hermanos, si se puede llamar hermanos, han murmurado y han juzgado a los pastores o ancianos de la iglesia, condenándolos como incapaces, faltos de autoridad, inmorales, ignorantes y tantas otras cosas más. Este juicio ha herido tanto a los pastores o ancianos que en muchos casos ha causado un colapso en ellos, alejándolos para siempre del servicio al Señor. Cuidado amable oyente con juzgar a los hermanos. La palabra del Señor nos exhorta a todos a animarnos unos a otros no a juzgarnos unos a otros, no a ser críticos unos a otros, no a destruirnos unos a otros. Romanos 14:4 dice: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.
Mateo 7:1 dice al respecto también: No juzguéis, para que no seáis juzgados.
Una vez que hemos explicado el significado de juzgar al hermano, veamos cual es el peligro que enfrentamos al murmurar del hermano y juzgar al hermano. El peligro radica en que al hacerlo en realidad estamos murmurando y juzgando a la ley. El problema serio es que la ley no ha sido dada para que los creyentes murmuremos contra ella y la juzguemos. La ley ha sido dada para que la obedezcamos, para que seamos hacedores de ella. El momento que pretendemos murmurar contra ella y juzgarla nos erigimos en jueces, lo cual es equivalente a estar sobre ellas. Ante esta situación, Santiago hace una reflexión, se encuentra en el versículo 12 y dice así: Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?
Al murmurar del hermano y juzgar al hermano estamos murmurando de la ley y juzgando a la ley, es decir nos hemos auto-promocionado a la posición de juez. El problema con esto es que el Juez o el dador de la ley es Uno y ése es nada más y nada menos que Dios. Isaías 33:22 dice: Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará.
Murmurar del hermano y juzgar al hermano es equivalente a pretender usurpar el papel de Dios. Cosa demasiadamente seria amable oyente. Dios como dador de la ley es el que puede salvar o librar de las consecuencias de haber roto la ley. ¿Cómo es posible que nosotros usurpemos ese papel al juzgar al hermano? De modo que amable oyente, murmurar del hermano, es decir habla mal del hermano es un grave pecado que afecta a Dios y destruye al hermano. Juzgar al hermano es también un grave pecado e igualmente destruye al hermano. Que Dios nos guíe a dejar de murmurar los uno de los otros y a dejar de juzgarnos los uno a los otros. En lugar de ello debemos animarnos los unos a los otros.1 Tesalonicenses 5:11 dice: Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.
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