Todo en la vida tiene un comienzo. La vida cristiana no es una excepción. También tiene su comienzo.
Eso fue lo que, en esencia, dijo Jesús al célebre fariseo llamado Nicodemo, según Juan 3:3 “ De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”
El comienzo de la vida auténticamente cristiana es el nuevo nacimiento del cual habló Jesús. Sin este nuevo nacimiento no se puede hablar de vida auténticamente cristiana.
Permítame por tanto explicar qué es lo que está implicado dentro de este nuevo nacimiento.
El nuevo nacimiento es necesario, porque sin él, el hombre está muerto espiritualmente.
Hablando acerca de lo que son en la actualidad los creyentes, una vez que han nacido de nuevo, con relación a lo que eran en el pasado, cuando eran incrédulos, antes de nacer de nuevo, el apóstol Pablo dijo lo siguiente en Efesios 2: 1-3 “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.”
Antes de nacer de nuevo, todo ser humano está muerto en delitos y pecados. Esto significa, que en un sentido espiritual está separado de Dios y su vida se desenvuelve en un ambiente caracterizado por delitos y pecados. Así era mi vida antes de nacer de nuevo.
Obviamente no estaba cometiendo todos los pecados de la lista, pero me parecía que no hay nada de malo con mentir, engañar, chismear, tener malos pensamientos, desobedecer, etc. No tenía ningún interés en Dios ni en su palabra.
Es más, la Biblia me parecía un libro árido. No me atraía en lo más mínimo. Estaba muerto en delitos y pecados. Es algo muy trágico estar extraviado, pero más trágico es estar extraviado y no saberlo. Así está todo ser humano antes de nacer de nuevo. Además de esto, el nuevo nacimiento es necesario, porque sin él, el ser humano está en peligro de ser condenado por la eternidad en el infierno.
La Biblia habla de un libro en el cual están registrados los nombres de todos los que han nacido de nuevo. Es el libro de la vida. Con esto en mente, note lo que dice Apocalipsis 20:15 “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Esto es lo peor que puede pasar a un ser humano, porque significa pasar la eternidad separado de Dios y como si eso fuera poco, significa pasar la eternidad en tormento en fuego.
Es la consecuencia de no haber experimentado jamás el nuevo nacimiento. Pero también, el nuevo nacimiento es necesario porque para hacerlo posible, tuvo que morir el Señor Jesucristo. Dios odia el pecado pero ama al pecador. Su odio al pecado demanda que él castigue al que lo comete, pero su amor al pecador demanda que él busque alguna forma de perdonarlo.
Para ello, Dios tuvo que enviar a su Hijo unigénito al mundo para que tomando forma humana, reciba el castigo que el ser humano merece por su pecado. Por ser Hijo de Dios, Jesucristo es puro, santo, perfecto, sin la más mínima mancha de contaminación. Sin embargo de ello, fue clavado en una cruz para morir como el peor de los criminales. ¿Por qué? Pues porque estaba pagando la culpa del pecador, para que el pecador pueda obtener el perdón de sus pecados por parte de Dios.
2ª Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”
Esta es la maravilla del drama del Calvario. Jesús tuvo que morir, para que nosotros podamos vivir. Jesús tuvo que hacerse pecado, para que nosotros podamos ser libres del pecado. A Dios el Padre le costó ver a su único amado Hijo muriendo en la cruz en medio de un tormento atroz. Al Hijo le costó ofrecerse a sí mismo como ofrenda por el pecado.
Esto me hace pensar en una historia que leí en un libro escrito por Arturo Hotton.
Bajo el título de “Renunciamiento” dijo lo siguiente: La tarde moría en quietud contagiosa, las aguas del callado Pasaic volvieron a la serena normalidad. A la distancia, un desmantelado petrolero se perdía en la creciente bruma, el herrumbrado puente había quedado abierto. Alberto Drecker estaba pensativo, una extraña melancolía lo aletargaba peligrosamente, debía cerrar el puente, no mucho después pasaría el expreso nocturno. Los minutos fueron corriendo, la vida parecía reeditarse en los ojos tristes del guardapuente, sus primeras travesuras, su novia joven, aquella mañana gris cuando su esposa murió y… su hijo, lo único que tenía en el mundo. Con una sonrisa miró a su pequeño jugando cerca de él, el pecho guardó un suspiro. De pronto, el silbato del tren le volvió a la realidad, de un salto se paró y corrió a la casilla de control para bajar el vetusto puente, su hijo corrió tras él, pero con un paso en falso resbaló y a pesar que intentó aferrarse a algunos arbustos, cedieron, cayendo finalmente al río. Con todas sus fuerzas comenzó a manotear para mantenerse a flote mientras clamaba a su padre por auxilio. Las pitadas del expreso indicaban que ya estaba en la curva norte. Drecker estaba atrapado por el destino, tenía que hacer una decisión: o salvaba a su hijo o trataba de salvar las vidas de quienes, ajenos al drama, se acercaban vertiginosamente a la tragedia. Sus manos callosas comenzaron a girar la palanca, el chirrido de los hierros era un grito de renunciamiento, lentamente el puente se fue cerrando, segundos más tarde, el rápido de la noche había pasado como un relámpago. El atribulado padre se arrojó a las aguas para ayudar a su pequeño… pero ya era tarde, su inocente Pedro estaba muerto. Mezclando sus lágrimas candentes con el agua helada que le caía de la ropa empapada, subió la barranca, cuando llegó a las vías miró la noche como tratando de divisar el tren perdido en la distancia. En sus brazos, callado, descansaba el cuerpo exhausto de un niño que ya no volvería a sonreír jamás. Qué final más triste de esta historia, pero así concluyó la escena del Gólgota. Aquella tarde, al caer el telón del último acto de la redención humana, en las sombras de un universo conmovido, el Padre eterno recogió en sus brazos la ofrenda consumada de su Hijo que, desde un madero de sangre y soledad imploró que sus manos lo recibiesen. Él también tuvo que hacer una elección: la inocencia prístina de su Ungido o la necesidad desesperante de la humanidad perdida.
Hasta aquí esta historia conmovedora de amor y renunciamiento. Dios abandonó a su Hijo para ampararnos a nosotros. Todo esto tuvo que pasar para que el hombre pueda tener la posibilidad de nacer de nuevo.
Cuando una persona se resiste a nacer de nuevo está despreciando lo que aconteció en el monte Calvario. Dios castiga con severidad a los que se atreven a despreciar el sacrificio de Cristo en la cruz. ¿Por qué es necesario nacer de nuevo? Pues porque sin él, el ser humano está muerto espiritualmente, sin él, el ser humano está en peligro de ser condenado por la eternidad en el infierno y porque para hacer posible el nuevo nacimiento, Cristo Jesús tuvo que morir en la cruz del Calvario.
¿Ha nacido usted de nuevo? Si lo ha hecho, en buena hora usted ya está en la carrera de la vida auténticamente cristiana. Pero si no lo ha hecho, ¿No le gustaría hacerlo este mismo instante? Para ello, hable con Dios en sus propias palabras.
Dígale a Dios que usted reconoce que es un pecador.
Dígale a Dios que usted reconoce que está en peligro de ser condenado para siempre en el infierno como consecuencia de su pecado.
Dígale a Dios que usted reconoce que Cristo pagó la culpa que usted como pecador merece.
Por último, dígale a Dios que usted recibe a Cristo como su Salvador personal.
Si usted habla así con Dios, él perdonará sus pecados y usted habrá nacido de nuevo. ¿No le gustaría tomar esta decisión que significa la diferencia entre la vida y la muerte? ¿Hay algo que le impide? ¿Quizá el temor a lo que será su vida en el futuro? No tenga miedo. Más bien, lo que debería temer es lo que será su vida en lo futuro si rehúsa nacer de nuevo. No hay nada mejor que vivir el futuro en la quieta confianza de que nuestro destino eterno está asegurado junto a Dios.
¿Teme lo que dirán sus conocidos cuando se enteren que usted ha nacido de nuevo? No importa lo que otros piensen de esto. Es un asunto entre usted y Dios. Más importante es la aprobación de Dios que la aprobación de la gente. A decir verdad, cualquier motivo que le impida tomar la decisión de recibir a Cristo como Salvador, no es sino un hábil ardid de Satanás para evitar que usted obtenga salvación y quede libre de su dominio. No le haga el juego a Satanás. Hoy mismo reciba a Cristo como su Salvador.
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