Muchas veces Dios no va a responder positivamente a todo lo que queremos, pero sin importar eso, el acto de orar nos otorga cosas maravillosas: confianza, relación y asociación con el Reyes de reyes. La oración nos entrelaza con Él.
Orar sin actuar es hipocresía, pero a la vez actuar sin orar es presunción. Mire, tristemente muchas veces pensamos que con la oración nos liberamos de nuestras responsabilidades que, como hijos de Dios tenemos delante de Él. Pero hoy, Ron Moore nos muestra la verdadera responsabilidad de un hijo de Dios.
Hemos empezado una serie a la que hemos titulado “Mas que palabras” y bueno, hace algún tiempo ya hablamos sobre la oración y vimos algunos pasos a seguir, permíteme volver a recordarlos; empezamos con la adoración, continuamos con la confesión, le sigue la Acción de Gracias y por último realizamos la súplica, y hoy quiero que vayamos al modelo por excelencia: la Oración del Señor Jesucristo.
Así que toma tu Biblia y vamos al capítulo 6 de Mateo. En este pasaje, Jesús nos da una oración modelo, Él no nos la da para que hagamos esa oración una y otra vez, Él nos la da como modelo para mostrarnos algunas de las cosas por las que debemos orar; a veces tendremos que pasar todo el día en adoración, a veces tendremos que pasar todo el día confesándonos, a veces tendremos que presentar nuestra súplica al Señor porque estamos llenos de cosas por las que debemos orar, pero siempre debemos comunicarnos con Él, siempre debemos orar.
La mayoría de las veces, cuando hablamos de oración, siempre pensamos en nuestras necesidades personales ¿verdad? Así que dediquemos un poco de tiempo a pensarlo desde el lado de Dios. Vamos a 1 Samuel capítulo 3. Aquí está Dios hablando a Samuel. En ese momento Samuel es un niño pequeño y vemos una hermosa imagen de Dios en la oración. Antes de empezar, me tomare unos instantes para señalar que Dios siempre ha sido Dios, pero cuando quiere explicarnos quién es o cómo trabaja, Él atribuye términos humanos a Sí mismo para que podamos entender. Y aquí vemos un ejemplo de ello, mira el versículo 10 del capítulo 3 de Samuel: «Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye.»
Bien, pensemos en ese pasaje. Antes que nada, ¿qué pasó aquí? Pues el texto dice que el Señor vino. ¡Asombroso! ¿verdad? Dios mismo viene a nosotros. La religión se trata de que el hombre intenta hacer su camino hacia Dios, pero la relación con Dios siempre se trata de que es Dios mismo quien viene a nosotros. Vemos esto a lo largo del Antiguo Testamento, vemos a Dios acudir a personas específicas tal cómo un Padre lo haría con su hijo. Lo hace de una manera significativa en Dios el Hijo que viene a la tierra y hace su morada entre nosotros y muere por nosotros en la cruz. Lo hace en la forma de Dios, el Espíritu Santo, que vive dentro de nosotros. Es Dios quien siempre viene a nosotros, ¡nunca deberíamos olvidar eso! Dios viene a nosotros. Él viene a ti en tu enojo, en tu frustración, en tu dolor; Él viene a ti cuando no puedes salir de la cama, porque estás tan deprimido que no logras hacerlo. Él viene a ti en tu ansiedad con esa reunión de trabajo, Él siempre viene a ti, no importa lo que hagas o cómo te encuentres. Lamentablemente, muchas veces pensamos que si hacemos algo específico entonces Dios puede escucharnos, pero eso es un gran engaño.
En segundo lugar, vemos en este pasaje que Dios se paró allí. ¡Me encanta eso!; Dios sólo espera por nosotros, se para allí a esperarnos, Él no interviene. De hecho, en este momento Él está ahí de pie esperándote, Dios desea una comunicación personal contigo. Él viene y te encuentra donde sea que estés, Él se pone de pie y espera por nosotros. Y entonces, ¿qué hace Él? Él llama. Él te habla. Ahora, nunca escuché la voz audible de Dios, pero ha habido muchas veces que Él me ha hablado en mi espíritu: ya sea en oración, ya sea en una prédica o incluso a través de una canción, Dios me ha hablado de muchas maneras, pero para que podamos escuchar su voz es necesario que mantengamos nuestra boca cerrada. Incluso este instante podría ser un buen momento para escuchar la voz del Señor a través de las Escrituras, Él siempre nos habla.
Continuemos con este versículo, dice: «y llamó como las otras veces” Ahora eso es genial porque Él es persistente. Él es constante al hablar con nosotros. Él no nos llama una vez y deja de insistir. Leamos nuevamente el verso 10, este dice: “y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel!” Él nos llama por nuestros nombres y, cuando llama a nuestro nombre, no sólo dice una palabra, Él está expresando nuestra persona. Y cuando Él llama a nuestro nombre, Él sabe exactamente dónde estamos, que necesitamos y con lo que estamos tratando. Esa misma imagen está en el Nuevo Testamento. En Apocalipsis capítulo 3 versículo 20, este es un versículo que a menudo se usa en la presentación del Evangelio. Técnicamente no deberíamos usarlo en la presentación del Evangelio porque está dirigido a los creyentes, es un versículo que habla acerca del compañerismo.
Apocalipsis capítulo 3 versículo 20 dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.» ¿No es hermoso? Cada vez que leo esto me parece un cuadro hermoso. Ahí está Jesús y Él viene a ti, viene a tu casa, no tienes que esperar más, Él te dice: “Estoy aquí, estoy parada en la puerta de tu corazón, estoy tocando y si sólo escuchas mi voz y abres la puerta, entraré y tendremos una hermosa relación juntos: hablaremos de confianza, de nuestra relación y seguiremos adelante juntos para siempre.”
Entonces ¿Abrirás la puerta? ¿Responderás como Samuel: «Habla, porque tu siervo oye«? Mira, sinceramente creo que hemos hecho de la oración algo demasiado complicada, demasiado misterioso y siempre la colocamos en la categoría de un deber espiritual. C. S. Lewis dice esto: «Ahora lo inquietante no es que escatimamos o envidiemos el deber de la oración, lo realmente inquietante es que debe ser enumerado entre los deberes de un cristiano» Esto es algo así como si la única razón por la que hablas con tu esposa, con tus hijos o con un amigo es porque es un deber y no porque tienes una muy buena relación con ellos y te deleitas en su conversación. Y la verdad es que muchos cristianos oramos solamente porque creemos que es un deber como cristianos y no porque sea nuestro deleite.
Una de las mejores explicaciones que he escuchado de la oración es la de un tipo llamado Francois Fenelon del siglo XVII, un teólogo francés. Él describe la oración de una manera tan cruda y hermosa a la vez. Fenelon dice: «Dile a Dios todo lo que pasa en tu corazón, como quien descarga con un amigo todas sus alegrías y tristezas. Dile tus problemas, para que Él te pueda consolar, cuéntale tus alegrías, para que Él pueda moderarlas, dile tus deseos, para que Él pueda purificarlos; exprésale tus antipatías, para que Él te ayude a superarlas; dile de tus tentaciones, para que Él te proteja de ellas, muéstrale las heridas de tu corazón, para que Él te las sane, exponle tu indiferencia hacia el bien, tú la inclinación al mal, tu inestabilidad. Dile cómo el amor por ti mismo te hace ser injusto con los demás, de cómo la vanidad te tienta para no ser sincero, como el orgullo enmascara lo que en realidad eres para ti mismo y para los demás. Si derramas de esta manera delante de Él, todas tus debilidades, necesidades y problemas, no tendrás falta de temas de conversación. Nunca podrás agotar cada tema, ya que siempre se renovarán. Las personas que no tienen secretos el uno al otro nunca se quedan sin tener de que hablar. Ellos no miden sus palabras, porque no hay nada que tenga que ser reservado para sí mismos, ni necesitan estar buscando cosas que cosas decir. Hablan de la abundancia del corazón, sin detenerse a evaluar, dicen lo que piensan.” Así que bienaventurados los que pueden lograr este grado de familiaridad y profundidad en su comunión con Dios.
Esa es la verdadera oración, es una conversación personal con Dios. Corta las repeticiones, corta esas frases desgastadas. La oración es una conversación con Dios y, una última cosa: creo que muchos cristianos aman a Dios, pero no lo disfrutan. Lo amamos, Él es nuestro Dios, el único y verdadero Dios, así que nuestra oración a lo largo de esta serie es, que no sólo lo amemos, sino que también lo disfrutemos a través de la oración.
Mi padre falleció en agosto de 1977. Yo era un estudiante universitario y fue muy difícil para mí todo eso, pero un día, mientras iba de regreso a mi casa, encontré, entre mis cuadernos, un pasaje que cambio mi forma de entender la muerte de mi padre. Fue Juan capítulo 5 versículo 24, donde Jesús dice: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.» Ahora, aunque no entendía los por qué de la enfermedad de mi padre y, mientras todavía estaba trabajando en las emociones de perderlo, esa promesa fue muy alentadora para mí. Había sido testigo del proceso no tan agradable de morir de mi padre, pero ahora sabía que, debido a la fe en Cristo de mi padre, él había pasado de muerte a vida eterna.
Mira, Dios no desperdicia palabras; Su mensaje inspirado es para enseñarnos y animarnos. La Escritura es su carta de amor que nos muestra el camino a Él y luego nos guía a su corazón. No sé por lo que estás pasando hoy. Pero si sé que algunos de ustedes están pasando por cosas bastante difíciles, así hoy los animo a que lean la Palabra de Dios. Te animo a pasar tiempo en las Escrituras, lee los salmos, lee el Evangelio de Juan. Aunque no conozco tu situación, sé que Su Palabra te dará esperanza, Su Palabra te dará ánimo, te dará consuelo. Lee la Palabra de Dios y deja que Él te hable directamente al corazón.
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