Reciba cordiales saludos amable oyente. Soy David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Juan. En esta oportunidad veremos en acción al Señor Jesús, recogiendo a un hombre que fue expulsado de la sinagoga.
Abramos nuestras Biblias en Juan 9:35-41. En nuestro último estudio bíblico vimos que los fariseos expulsaron de la sinagoga a un hombre que nació ciego y recibió la vista de forma milagrosa por obra del Señor Jesús, en un día de reposo. La razón para esto fue porque el hombre que había sido ciego confesó que el Señor Jesús, quien hizo el milagro, debe haber venido de Dios, por cuando nadie que no haya venido de Dios puede hacer una obra semejante. Esta declaración hizo encender la furia de los fariseos y después de agredirlo verbalmente diciendo que este hombre había nacido del todo en pecado, le expulsaron de la sinagoga. Esto era una severa forma de castigo en la sociedad judía de aquel tiempo. Una vez expulsado de la sinagoga, el hombre que había sido ciego sería tratado como si fuera gentil y por tanto estaría impedido de entrar en la sinagoga y en el templo de Jerusalén, sería motivo de vergüenza para sus familiares y amigos y en algunos casos, inclusive sería privado de sus propiedades. El precio que tuvo que pagar este hombre que había sido ciego, por identificarse con el Señor Jesús fue extremadamente alto, pero la recompensa que estaba por recibir fue tan enorme que no guarda ninguna relación con lo que se pagó por ella. Lo primero que tenemos en el pasaje bíblico que estamos por estudiar el día de hoy es el encuentro del hombre que había sido ciego con el Señor Jesús. Juan 9:35 dice: Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?
Una vez expulsado de la sinagoga, el hombre que había sido ciego, debe haberse sentido en el profundo valle del desaliento. Imagínese, por haber estado ciego en el pasado, no podía apreciar todo lo que había en la sinagoga, todo lo que había en el templo de Jerusalén, y ahora, que podía ver, de todas maneras, no podía entrar a la sinagoga ni al templo en Jerusalén, y esto sin mencionar el dolor por experimentar el rechazo de su familia y sus amigos. Todos podían fallar al hombre que había ciego, excepto una persona. Esa persona es el Señor Jesús. Lo mismo puede suceder en su caso amigo oyente. Puede ser que todos le fallen, pero hay alguien que no le fallará jamás. Es el Señor Jesús. Juan relata que el Señor Jesús oyó que el hombre que recibió la vista había sido expulsado de la sinagoga. Los fariseos deben haberse asegurado que toda la población sepa lo que pasó con el hombre que había sido ciego, como resultado de haberse identificado con el Señor Jesús, para que nadie se atreva a hacer algo similar. Tan pronto el Señor Jesús supo lo que había pasado, comenzó a buscar al hombre. Qué hermoso. Rechazado por algunos pero anhelado por el Señor Jesús. Aquí podemos ver al Señor Jesús, buscando a una de sus ovejas que se había perdido. En el capítulo que sigue, justamente vamos a ver que el Señor Jesús es el buen Pastor, que da su vida por las ovejas. Una vez que el Señor Jesús halló al hombre que había sido ciego, le dirigió la palabra y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Veamos cuál fue la respuesta del hombre que había sido ciego. Juan 9:36 dice: Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?
No olvide que hasta ese momento, el que había sido ciego no había visto a quien hizo el milagro. Lo único que por lo pronto sabía el que había sido ciego es que quien le devolvió la vista proviene de Dios. Esto fue justamente lo que resultó en ser expulsado de la sinagoga. Había llegado el momento para que el que había sido ciego tenga la oportunidad de ver al Señor Jesús cara a cara. Que maravilloso, un día futuro, también nosotros los creyentes, vamos a tener la oportunidad de ver al Señor Jesús cara a cara. Por ahora creemos en él pero le vemos oscuramente, como detrás de un velo, pero tenemos la esperanza viva de verle tal cual como es en el futuro, cuando estemos con él en el cielo. El Señor Jesús preguntó al que había sido ciego si creía en el Hijo de Dios. Lleno de fe el hombre respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? El hombre que había sido ciego, no tenía duda que fue el Hijo de Dios quien le devolvió la vista, quien provenía de Dios, pero no sabía quien era, porque hasta ese momento no le había visto. Por eso dijo al Señor: ¿Quién es para que crea en él? Note cual fue la respuesta del Señor Jesús. Juan 9:37 dice: Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es.
Ponga atención al diálogo. ¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es para que crea en él? El que habla contigo, él es. En conclusión, el Señor Jesús es el Hijo de Dios, o Dios mismo, o el Mesías, o el Cristo, o el Rey de Israel. El hombre que había sido ciego fue expulsado de la sinagoga y despreciado por la sociedad judía, pero en esas condiciones fue recibido por nada más y nada menos que el Hijo de Dios, el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel. Mejor no podía estar. Cuando alguien experimenta lo que parece una desgracia y eso resulta en algo maravilloso, se dice que se ha caído hacia arriba. Pues, eso fue lo que pasó con el hombre que había sido ciego. Se cayó hacia arriba, porque recibió algo que no tiene ni punto de comparación con lo que perdió al ser expulsado de la sinagoga. Mucha gente tiene temor de recibir a Cristo como Salvador, porque atesora lo que tiene en el mundo y no está dispuesto a dejarlo. Si este es su caso, aprenda del hombre que había sido ciego. Perdió sus privilegios en su mundo, pero ganó algo extraordinariamente superior. Extasiado por ver cara a cara al Señor Jesús, note lo que hizo el hombre que había sido ciego. Juan 9:38 dice: Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.
Lo que hizo el hombre que había sido ciego es lo único que cabía en esas circunstancias. Reconociendo que estaba cara a cara ante Dios, dijo al Señor Jesús: Creo, Señor. Acto seguido le adoró. Aquí tenemos otra evidencia de la deidad del Señor Jesús. Si no fuera Dios, como creen algunas sectas falsas, el Señor Jesús debería haber rechazado ser adorado por el hombre que había sido ciego, pero no lo hizo, porque Él es Dios, y merece la adoración que sólo a Dios se le rinde. El hombre que había sido ciego comenzó con un conocimiento superficial del Señor Jesús y llegó a conocer totalmente al Señor Jesús. Ante la confesión del hombre que había sido ciego, el Señor Jesús añadió su comentario personal sobre lo sucedido. Juan 9:39 dice: Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.
El Señor Jesús no vino para condenar, sino para salvar lo que se había perdido. Algunos se salvan y otros son condenados. Todo depende de la decisión que se tome en cuanto al Señor Jesús como Salvador. Los que no ven, son aquellos que saben que están en tinieblas espirituales y eso les motiva a acudir a la luz que es el Señor Jesús. Los que ven, son aquellos que piensan que están en la luz espiritual, como los fariseos, y por eso se resisten a acudir a la luz que es el Señor Jesús. Al oír esto, algunos de los fariseos manifestaron su inconformidad. Juan 9:40 dice: Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos?
Los fariseos se sintieron aludidos con razón cuando el Señor Jesús dijo: Y los que ven, sean cegados, y por eso le hicieron la pregunta: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? La respuesta del Señor Jesús a estos fariseos fue de lo más interesante. Se encuentra en Juan 9:41. La Biblia dice: Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece.
Este dicho del Señor Jesús guarda relación con lo que dijo anteriormente cuando afirmó: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. Envueltos en su orgullo, los fariseos se negaban a admitir su ceguera espiritual para acudir a la luz que es el Señor Jesús. Por eso el Señor Jesús les dice en esencia, si reconocieran su ceguera espiritual, podrían llegar a la luz que yo soy, y como resultado sus pecados serían perdonados, pero por el hecho que no reconocen su ceguera espiritual, sino que se jactan de que ven, en realidad permanecen en pecado y si siguen en esas condiciones hasta morir físicamente, terminarán en condenación. Esto es el triste final de todo aquel que no quiere admitir que necesita de un Salvador. Su destino eterno es la condenación eterna.
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