Cuanto más deseo que venga tu reino a mi corazón y que hagas tu voluntad, más fe tengo para orar por las cosas que Dios sabes que necesito en lugar de todas esas cosas que realmente quiero.
Si le pides al Padre por algo en el nombre de Jesús, ¿lo concederá? ¿Qué pasa si tienes una fe tan pequeña como una semilla de mostaza y no persistente?, ¿crees que Dios te escuche y las ventanas del cielo se abran? Hoy, Ron Moore habla de las promesas a las que nos aferramos y arroja luz sobre la reverencia ante Dios mientras levantamos nuestros corazones en oración.
Hola amigo oyente, en el programa anterior hablamos sobre la soberanía de Dios y los diversos nombres que Él tiene y, sin ningún tipo de vacilación debo decirte que Dios es soberano. Ahora, cuando tenemos eso claro en nuestro corazón, queremos que se haga su voluntad en nuestra vida, ¿verdad? Y, sin embargo, hay esos versículos, esas promesas de orar con fe y muy seguramente lo has hecho pero no ha sucedido nada, por eso, tal vez te has sentido confundido, frustrado e incluso decepcionado con Dios al no recibir lo que pediste y, algunos de ustedes me han dicho que han decidido rendirse y se preguntan: ¿por qué seguir orando? Quizás Dios ni siquiera está escuchando.
C.S. Lewis ha escrito un gran pequeño libro sobre la oración llamado “Cartas a Malcom” y en uno de los capítulos, Lewis discute este tema de las promesas, y como algunas de esas promesas no se hace realidad. Lewis nos recuerda esas promesas y luego dice: ¿cómo pueden reconciliarse con el incumplimiento de esas promesas? Primero pregunta: ¿cómo pueden reconciliarse con los hechos observados? Lewis dice que «cada guerra, cada hambre y plaga, cada muerte de cama es el monumento a una súplica que no fue concedida. Algunos han buscado y no encontrado. Algunos han golpeado y la puerta no se ha abierto”. En segundo lugar, preguntó: ¿cómo pueden conciliarse esas promesas con la oración de Jesús? Cuando Jesús oró en Getsemaní: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”, ¿cómo reconciliarlos con eso? Entonces Lewis pregunta: «¿Cómo es posible, en el mismo momento, tener una fe perfecta, una fe tranquila y sin vacilaciones de que obtendrás lo que quieres y, sin embargo, también prepararse sumisamente por adelantado para un posible rechazo?, ¿cómo puede tener simultáneamente la perfecta confianza de que lo que pida no será rechazado y al mismo tiempo saber que tal vez seré rechazado? »
Es un tema difícil, ¿verdad? Pues bien, eso es precisamente de lo que hablaremos hoy. Tomen sus Biblias y regresen conmigo al capítulo 6 de Mateo. Justo en el medio de su sermón inaugural al que a menudo nos referimos como el Sermón del Monte, Jesús aborda este tema de la oración y Él dice muy claramente que la oración no debe ser complicada. Él dice que la oración es simplemente una comunicación con tu Padre. Jesús deja en claro que la oración nunca debe usarse para impresionar a la gente, nunca debe usarse con alguna fórmula que hayas aprendido a seguir como los paganos. Jesús dijo que la oración, ya sea privada o pública, debería estar libre de distracciones para que nos centremos en esta conversación con nuestro Padre celestial. Nuestro corazón, nuestra mente y nuestra boca deben estar conectados con Dios. Me encanta lo que dice John Bunyan al respecto, el dice: «Es mejor tener un corazón sin palabras que tener palabras sin corazón».
Bien, con esto en mente, comencemos; en Mateo 6 versículo 9, Jesús nos enseña cómo orar y, quiero enfatizar que esta es una oración modelo que nos enseña los principios de la oración. Entonces, Jesús dijo: «Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.» “Padre mío”, tengo una relación con Dios a través de Jesucristo y es por eso por lo que puedo llamarlo “mi Padre”. Él es mi Padre perfecto en el cielo y quiero venerarlo durante toda mi vida, quiero adorarlo y santificarlo; ya sea que esté en la fila de compras del supermercado, si estoy cantando un domingo por la mañana, si estoy atrapado en el tráfico, quiero que Dios sea reverenciado y honrado en mi vida.
Luego, llegamos al versículo 10, ahí Jesús dice: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra«. Sólo trabajemos a través de ese versículo. Cuando lees la palabra “reino” en las Escrituras, debes pensar en tres cosas: antes que nada, debes darte cuenta de que existe este reino físico real llamado el reino de Satanás y es allí donde vivimos. En Génesis capítulo 1 y 2 vemos a Adán y Eva tener una comunión perfecta con Dios, pero luego, Génesis 3 los golpea y todo va cuesta abajo; el pecado, el engaño, la mentira, el dolor, el asesinato, la inmoralidad, las adicciones y la muerte invaden la tierra. No se supone que debería ser así, no se supone que debimos vivir rodeados de todo este dolor, pero la desobediencia del hombre trajo sus consecuencias para este mundo. Y Jesús deja en claro que ahora es Satanás quien está a cargo de este reino terrenal. Lo podemos ver en Juan capítulo 12, capítulo 14 y el capítulo 16, donde Jesús llama a Satanás el príncipe o el gobernante de este mundo. El apóstol Pablo dice que Satanás es el dios de esta era. Y el apóstol Juan dice que el mundo entero está bajo el control del maligno. Y bueno, eso no es nuevo para ti; basta con leer el periódico, ver noticias en la TV, o seguir las redes sociales, para saber que esta no es la forma en que debería ser. Este reino físico no es lo que se supone que debería ser.
Hay otro reino físico que está existiendo ahora y que para nosotros será un reino futuro; es el reino de Dios. Y obtenemos pistas de este reino en el Nuevo Testamento, pero luego, en el último libro del Nuevo Testamento: Apocalipsis, se nos revela con claridad. Apocalipsis 11: 15 dice: «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos»
¿Lo entiendes? «El reino de este mundo se ha convertido en el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos» Apocalipsis 21:3-4 dice: «Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» y Apocalipsis 22:3 dice: «Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán» Mira, aquí en el reino de Satanás, estamos viviendo bajo una maldición y la muerte es el recordatorio de eso. Apocalipsis 22: 3-5 dice: «y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.”
Entonces, por un lado, está el reino de Satanás y por otro lado está el futuro reino de Dios. Colosenses capítulos 1: 13 y 14 dice: «el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.» Piénsalo: aquí está el reino de Satanás, aquí está el reino futuro y justo aquí, en el medio, «Dios nos ha rescatado del reino de las tinieblas [el reino de Satanás] y nos ha traído al reino del Hijo que ama», pero todavía no estamos en el cielo. Tenemos perdón y redención, pero estamos en medio de estos reinos. Esto se llama el reino espiritual.
Ya hemos sido perdonados, estamos experimentando la salvación, sabemos sobre la libertad, somos ciudadanos del cielo, pero todavía no estamos allí. Pablo dice en Filipenses 3: 20 “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” Nuestra ciudadanía es la del cielo, pero todavía estamos aquí y esperamos ansiosamente que Cristo venga y nos lleve. Tenemos atisbos de la libertad perfecta, pero sabemos que aún no es perfecta. Sabemos que estamos salvados, que tenemos libertad, pero no completamente. Y ese estado medio produce tensión. ¿Has sentido esa tensión?
Ahora, permítanme hacerles una pregunta, ¿cuántos de ustedes tienen una verdadera tentación con la que luchan? Ahora, sé que siempre tendremos una infinidad de tentaciones, pero hay una con la que siempre estas batallando, una tentación tan real que a veces caes. Entonces ¿has sentido la tensión entre estos dos reinos?
Eres un creyente, has sido rescatado del dominio de las tinieblas y te diriges hacia el reino de Dios, pero aquí, en el medio de esto, todavía existe esta tensión; un día experimentas el poder de Dios y al día siguiente es como si no lo tuvieras. 1 Juan 2:15 dice: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él » eso está claro. Juan dice que, si solo vives aquí en el dominio de Satanás y amas estar aquí, entonces no eres un creyente. Pero luego dice: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.» Juan está escribiendo a los creyentes y les está diciendo que los deseos que tengan acerca del mundo serán producto del reino de Satanás. Mira, ahora tú estás salvado, pero no perfectamente. Tú eres ciudadano del cielo, pero todavía no estas en el cielo, entonces vas a vivir momentos de tensión, vas a tener deseos de la carne como: la lujuria, el orgullo, la avaricia, el rencor, etc. Esas son las cosas con las que luchamos a diario, y esas son las cosas que causan tensión en nuestra vida.
El apóstol Pablo dice que la falta de madurez espiritual nos deja tan vulnerables como un bebé pequeño, tan inestable como un barco sin ancla en olas impulsadas por el viento y tan crédulos para tragarnos cada nueva doctrina proclamada por un escritor persuasivo. La madurez espiritual, por otro lado, nos permite mantenernos firmes con raíces que crecen profundamente en las Escrituras y fortalecidas por la experiencia que se obtiene al seguir a Jesús. La madurez espiritual, por cierto, no tiene nada que ver con cuánto tiempo hemos sido cristianos, sino con lo que hemos estado haciendo como cristianos. Dios está buscando un alma anclada que defienda la verdad aun cuando tengan que permanecer solo. De modo que, mi aliento para ti es ser ese hombre o mujer que se mantiene firme en la fe, incluso si tienes que estar solo.
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