Saludos cordiales, mi amiga, mi amigo. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. La doctrina siempre va de la mano con la práctica. Una buena doctrina resulta en una buena práctica. Una mala doctrina resulta en una mala práctica. En lo que va del estudio bíblico de Romanos, Pablo ha puesto un excelente fundamento doctrinal, es de esperarse por tanto que nos muestre cuál debe ser la conducta o la práctica que acompaña a esa buena doctrina. Sobre esto nos hablará David Logacho en el estudio bíblico de hoy, dentro de la serie: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús.
Si nos ha acompañado en lo que va de esta serie en el libro de Romanos, habrá notado que hemos cubierto dos partes demasiadamente importantes. En la primera parte, Pablo nos presentó el cuadro del pecado en el mundo. Nos mostró que todo el mundo es pecador y por tanto merece la condenación que Dios por medio de su palabra ha establecido para el pecador. En la segunda parte, Pablo nos presentó el cuadro de la salvación por la justicia de Dios y la obra de Cristo en la cruz del calvario. Nos mostró que cuando un pecador abandona su esfuerzo de salvarse a sí mismo y confía plenamente en Cristo como su personal Salvador, es justificado por Dios o declarado justo por Dios. En esta oportunidad vamos a entrar a la tercera parte del libro de Romanos en la cual Pablo nos va a presentar un cuadro de la santificación. Esto tiene que ver con la conducta que debe acompañar a la doctrina que Pablo ha expuesto hasta este punto. Antes de ir al texto, es necesario mencionar que Pablo comienza esta sección con una pregunta: ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? La respuesta inmediata es: En ninguna manera. Esto constituye una solemne prohibición del pecado en la experiencia del creyente. Pero ¿Cómo se efectuará esta liberación del pecado? La respuesta abarca los capítulos 6-8 de Romanos. Básicamente comprende lo siguiente: Primero, somos santificados, no por la mejoría de la vieja naturaleza, sino por la muerte de ésta y la influencia que ejerce la vida resucitada del Señor Jesucristo en la vida del creyente. Segundo, somos santificados no por el ayo, o el tutor, la ley, ni por nuestros propios esfuerzos, sino por el don gratuito y la gracia del Señor Jesucristo, y por su unión con él. Tercero, somos santificados por la vida y poder del Espíritu Santo, quien reside en nosotros y nos llena con la vida de Jesucristo. Con todo esto en mente, vayamos a Romanos capítulo 6. Lo primero que notamos es una declaración contundente. Romanos 6:1 y la primera parte del versículo 2 dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera” Pablo ha sido enfático en mostrar que la salvación o la justificación, o el ser declarado justo por Dios, no es el resultado de cumplir con la ley o de hacer buenas obras, sino de la fe en la persona y obra del Señor Jesucristo. Esto podría ser mal interpretado por algunos, al pensar que esta doctrina incentiva el pecado. El error nace de pensar que si un pecador es justificado por la fe, entonces puede cometer todo el pecado que quiera porque eso no va a cambiar su posición de justificado o declarado justo por Dios. En otras palabras es tomar la justificación por fe como sinónimo de carta blanca para pecar. A esto se refiere Pablo cuando dice: ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? O dicho de otra manera: ¿Vamos a persistir en el pecado para que la gracia se haga más notable? Pablo da una respuesta tajante a esta duda: En ninguna manera. En el idioma que se escribió el Nuevo Testamento, esta expresión es la forma más intensa de repudiar o rechazar algo. Es como si dijéramos: ¡Nunca jamás! ¡Imposible! Como alguien se puede atrever a pensar así. Acto seguido, Pablo pasa a demostrar por qué ni siquiera se debería pensar que un creyente, por el hecho de ser justificado puede cometer todo el pecado que quiera. La primera razón es por cuanto el creyente está muerto al pecado. Romanos 6: desde la segunda parte del versículo 2 hasta el versículo 4 dice: “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” El pecador que por la fe ha recibido a Cristo como su Salvador, ha muerto al pecado. Esto no se refiere a la lucha diaria del creyente contra el pecado, sino a un evento que ocurrió en el pasado y que no se volverá a repetir. Permítame explicarlo así: Por el hecho que el creyente está en Cristo y Cristo murió en la cruz del calvario para librar al creyente de la condenación, del poder y de la presencia misma del pecado, entonces el creyente también ha muerto al pecado. La muerte es separación, no-extinción. La muerte física es la separación entre el cuerpo y la parte inmaterial, el alma y espíritu. La muerte espiritual es la separación entre una persona y Dios. La muerte al pecado es la separación del poder dominador del pecado en la vida de un creyente. En otras palabras, el pecado ha perdido el poder que antes tenía sobre la vida de un creyente. Siendo así, Pablo tiene toda la razón al cuestionar que un creyente, habiendo sido librado del dominio del pecado, siga viviendo aun en pecado. Para ampliar este razonamiento, Pablo invoca a algo que sus lectores ya lo sabían. Me refiero a que todos los que hemos sido bautizados en Cristo, hemos sido bautizados en su muerte. Esto no se refiere al bautismo en agua. Pablo está usando la palabra “bautizados” en un sentido metafórico, para indicar que el creyente ha sido sumergido espiritualmente en la persona de Cristo, esto es, ha sido unido o identificado con él. Gálatas 3:27 dice: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.” El bautismo en agua simboliza esta realidad espiritual. Por el hecho de que el creyente es bautizado o sumergido en Cristo, resulta que también es bautizado o sumergido en la muerte de Cristo. Esto significa que la inmersión o identificación es específicamente con la muerte de Cristo y su resurrección. Luego Pablo dice que los creyentes somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo. Al estar unidos por la fe con Cristo, lo cual se simboliza en el bautismo, la muerte y resurrección de Cristo viene a ser también una experiencia espiritual nuestra. Siendo así, como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, nosotros los creyentes también debemos andar en vida nueva. Esta vida nueva se caracteriza por un alejamiento del pecado. Es una manera totalmente nueva de vivir en comparación con la manera de vivir antes de recibir a Cristo como Salvador. Perseverar en el pecado para un genuino creyente sería equivalente a voluntariamente vivir junto a un cadáver. Imagine este escenario hipotético. Digamos que alguien muriera en su familia. Como es lógico, se harían todos los trámites para la sepultura, y luego de la ceremonia fúnebre se procedería a sepultar el cadáver. Pero unas semanas más tarde, sumido en la tristeza por el ser querido que ha partido, una noche usted decidiera ir al cementerio, exhumar el cadáver para llevarlo de regreso a su casa. Por supuesto que para entonces el cadáver ya estaría en pleno proceso de descomposición y el olor que emanaría será insoportable, pero a pesar de eso usted quiere tener el cadáver en su casa junto a usted. ¿Qué pensaría de esto? Algo absurdo, por supuesto. Pues absurdo también es que un genuino creyente que ha muerto al pecado, traiga de vuelta al pecado para perseverar en él. La segunda razón para que el creyente no persevere en el pecado, es porque el creyente ha sido plantado en la semejanza de la muerte de Cristo. Romanos 6:5 dice: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” Esta es la misma figura que Cristo utilizó para hablar de su propia resurrección. Juan 12:24 dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” La naturaleza está llena de este principio de muerte y resurrección. Cada primavera es una especie de explosión de resurrección. Cada cosecha resulta en realidad de un proceso de muerte y resurrección. La pequeña semilla tiene que ser sepultada bajo tierra, descomponerse y morir y de su seno aparece el germen de vida que rinde abundante fruto. El creyente ha sido plantado juntamente con Cristo, en la semejanza de su muerte, y por tanto el creyente debe esperar una resurrección espiritual, sin desechar la resurrección corporal, y esa nueva vida espiritual, esa vida resucitada se caracteriza por rendir un fruto abundante. El fruto es una separación de toda práctica pecaminosa. En nuestro próximo estudio bíblico vamos a examinar las implicaciones de esta verdad en la vida de santidad del creyente. Por lo pronto, recuerde que si usted ha recibido a Cristo como su Salvador, usted ha muerto juntamente con Cristo y ha resucitado juntamente con Cristo y es de esperarse por tanto que su vida manifieste el fruto abundante de santidad.
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