Damos gracias al Señor por la oportunidad de estar junto a Usted, a través de esta emisora amiga. Bienvenida, bienvenido a Palabras de Esperanza. En instantes más, David Logacho nos hablará sobre un hombre que estando en tinieblas vio la luz.
Mientras Jesús subía a Jerusalén, en donde iba a sufrir su pasión y muerte, pasó por Jericó y allí tuvo lugar un evento maravilloso, lleno de significado espiritual.
El relato aparece en Lucas 18:35-43 donde dice: “Aconteció que acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino, mendigando; y al oír a la multitud que pasaba, preguntó qué era aquello. Y le dijeron que pasaba Jesús Nazareno. Entonces dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y los que iban delante le reprendían para que callase; pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerle a su presencia; y cuando llegó, le preguntó, diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios.”
Jesús y sus discípulos están camino a Jerusalén. La fiesta judía de la pascua estaba muy cerca. Era la pascua cuando Jesús se iba a ofrecer a sí mismo en sacrificio como el cordero pascual. En su camino, pasaron por Jericó, una ciudad localizada a unos 24 kilómetros al noreste de Jerusalén y a nueve kilómetros del río Jordán.
Allí junto al camino estaba sentado un ciego, mendigando. El ciego es un preciso cuadro de lo que es un pecador en su estado natural. Así como este ciego no percibía lo que le rodeaba y por eso tenía que estar sentado, en inactividad, el pecador también no percibe su propio estado espiritual. No sabe que está muerto espiritualmente, no sabe que está camino a la condenación eterna. No sabe que Dios le ama, no sabe que Cristo murió por él.
Dice el texto que el ciego estaba sentado junto al camino mendigando. Así está también todo pecador en su estado natural. No puede moverse, está obligado a estar quieto, sentado y lo peor de todo, está obligado a mendigar. De lo único que puede alimentarse es de lo que este mundo puede ofrecer.
Pero aún lo mejor que este mundo puede ofrecer es como migajas, como las sobras, en comparación de lo que Dios puede ofrecer. De lo único que puede alimentarse un pecador en su estado natural es de fama, de poder, de placer, de riqueza, pero todo esto es basura cuando se le compara con los valores espirituales como gracia, misericordia, amor, paz.
No se sabe exactamente cuántos años habrá estado ese ciego, cada día, arreglándoselas para llegar a su sitio donde podía sentarse para extender la mano y esperar que alguien le arroje alguna moneda o un mendrugo de pan.
Igual es con el pecador. A veces son años los que pasan, en los cuales cada día se sienta en su lugar acostumbrado a esperar lo poco que este mundo puede dar. Pero llegó un día especial para aquel ciego, así como llega también un día especial para todo pecado en su estado natural. Ese día, el ciego oyó el murmullo de una multitud que pasaba. Al preguntar qué era aquello, la gente respondió que pasaba Jesús Nazareno.
Igual es con todo pecador que en su ceguera espiritual se sienta junto al camino de la vida para mendigar en este mundo. Llega un día cuando Jesús pasa cerca de él. Pero ¿qué hizo nuestro amigo ciego a la entrada de Jericó, cuando supo que Jesús Nazareno estaba pasando por allí? Dice el texto que comenzó a gritar a voz en cuello: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! El ciego reconoció que esa era una oportunidad que no podía dejar pasar por alto.
Jamás había estado tan cerca de Jesús. Reconoce que Jesús es el Mesías de Israel y por eso le llama Hijo de David y en un arrebato de fe articula las únicas palabras que cabían en su caso: Ten misericordia de mí. Al expresar estas palabras, estaba diciendo: No me des lo que merezco. El ciego sabía que no podía exigir nada de Jesús. Sólo quería misericordia, sólo quería que no se le dé lo que merece.
Si Usted amable oyente, está ciego espiritualmente hablando, hoy, este mismo instante es un momento especial en su vida. Jesús está pasando cerca de Usted. Jamás ha estado tan cerca. Al igual que el ciego, Usted también debería clamar desde lo profundo de su corazón: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí.
Con eso, estará reconociendo que Usted es pecador, que merece el castigo eterno por su pecado, y que lo único que espera de Jesús es que no le pague conforme lo que merece por ser pecador. Jesús sufrió en la cruz todo lo que el pecador debe sufrir y por eso Dios el Padre tiene todo el derecho para librar de castigo a cualquier pecador que confía en Cristo como Salvador.
Si todavía no tiene a Jesús como su Salvador, no deje pasar esta oportunidad. Hoy mismo dígale: Jesús, ten misericordia de mí.
Pero volviendo al ciego en el camino a Jericó, notamos que sucedió algo interesante. Al oír los gritos del ciego, la gente que iba delante de Jesús se molestó grandemente y le reprendían para que callase. Siempre habrá obstáculos para que un pecador clame a Jesús diciendo: Ten misericordia de mí. Esos obstáculos pueden ser por ejemplo la religión, cualquiera que sea.
La religión va a decir: ¿Para qué necesitas misericordia si eres una buena persona? No has robado a nadie, no has matado a nadie, no has sido infiel a tu esposa. O ¿Por qué te vas a cambiar de religión si la que tienes es buena? Como si fuera por medio de la religión que se llega a ser salvo.
Otro obstáculo podría ser los familiares y amigos quienes dirán: ¿Por qué te vas a hacer un fanático religioso?
Otro obstáculo podría ser los propios temores: Si pido misericordia a Jesús, ya no podré bailar ni emborracharme, ni fumar ni darme esos pequeños gustos moralmente cuestionables.
Como estos, habrá muchos obstáculos que impedirán que clame a Jesús pidiendo misericordia. Pero siga el ejemplo del ciego. ¿Sabe lo que hizo el ciego? Dice el texto que clamaba mucho más, es decir gritaba mucho más fuerte que antes. Su grito siguió siendo el mismo: Hijo de David, ten misericordia de mí.
Lo mismo tendría que hacer Usted. No se deje vencer por los obstáculos. Con más ímpetu, clame a Jesús diciendo: Ten misericordia de mí. Después de todo, la salvación es un asunto privado entre Dios y cada pecador. Si Usted llegara a ser condenado por la eternidad, no será por culpa de las personas que se opusieron a que Usted sea salvo, sino por su propia culpa.
Al oír el clamor del ciego, Jesús hizo algo asombroso. El texto dice que Jesús se detuvo. ¡Qué maravilla! El magnífico y glorioso Señor Jesucristo, se detiene ante el clamor de un ciego necesitado de misericordia. Así es Jesús. Él está atento al clamor de cualquier pecador que esté en busca de misericordia. Si Usted clama a él por misericordia, puede estar seguro que se detendrá para satisfacer su necesidad.
Inmediatamente después, Jesús mandó traer a su presencia al ciego, y cuándo llegó, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Esta sería la misma pregunta que Jesús está haciendo a todo pecador que ha clamado a él pidiendo misericordia. ¿Qué quieres que te haga? Ahora, el ciego debe haber tenido muchas necesidades, a lo mejor necesitaba alimento, quizá necesitaba abrigo, tal vez necesitaba una casa, puede ser que necesitaba amigos y tantas otras cosas más.
Pero el ciego estaba plenamente consciente que la necesidad más importante que tenía era recibir la vista. Por eso dijo a Jesús: Señor, que reciba la vista. Lo mismo es con cualquier pecador que ha clamado a Jesús por misericordia. Puede ser que tenga muchas necesidades. De pronto necesita un trabajo, o necesita resolver algún problema que le trae aflicción, o necesita satisfacer alguna necesidad emocional.
Las necesidades pueden ser muchas y muy variadas, pero sobre todas esas necesidades hay una que es mucho más importante. Es la necesidad de recibir la vista para poder mirar las cosas espirituales. Es el discernimiento espiritual para saber que tal como está, está separado de Dios y en peligro de ser condenado espiritualmente. Es el discernimiento espiritual para saber que Dios le ama y que Cristo murió en la cruz por él. Es el discernimiento espiritual para saber que con tan solo recibir a Cristo como Salvador se llega a ser salvo. Esta es la necesidad más imperiosa de todo pecador.
Pero volvamos al ciego en el camino a Jericó. Tan pronto Jesús escuchó su pedido, Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. El ciego dejó de ser ciego. Sus ojos vieron por primera vez la luz. Jesús atribuyó el milagro a la fe del ciego.
Lo mismo sucederá con el pecador que pide a Jesús la vista espiritual para ver su condición espiritual y ser salvo. Jesús hará el milagro de darle vista espiritual y cuando el pecador reciba a Cristo como Salvador, el pecador será salvo.
Todo será por fe, aparte totalmente de cualquier obra que pueda hacer el pecador. Cuando el ciego recuperó la vista, se quedó junto a Jesús y le seguía glorificando a Dios. El pueblo también, cuando vio todo lo que había pasado, dio alabanza a Dios. Algo parecido sucede con el pecador que ha sido salvado por Cristo Jesús. Nacerá en él un deseo de seguir a su Salvador.
Una de las evidencias más notorias de la sinceridad en la salvación es justamente el deseo de vivir conforme a lo que Dios dice en su palabra. Una persona que dice que ha recibido a Cristo como Salvador, pero sigue viviendo en pecado, seguramente todavía sigue en su estado de tinieblas en el sentido espiritual. La salvación de un pecador es motivo de gozo y de alabanza a Dios por parte de los creyentes y por parte de las huestes espirituales en los cielos.
Si Usted ha reconocido su necesidad de salvación y ha recibido a Cristo como su Salvador, Usted es salvo o salva. Ahora está en luz. Ha salido de las tinieblas espirituales y ha entrado a la luz admirable de la presencia de Cristo en su corazón. No espere más para tomar la decisión más importante que una persona puede tomar en este mundo.
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