Cordiales saludos amable oyente. Me da mucho gozo darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Lucas. En nuestro último estudio bíblico, vimos al Señor Jesús limpiando totalmente e instantáneamente a un leproso. Fue sin duda una notable manifestación de su maravilloso poder. Debido a esto su fama se extendía más y más, no sólo en la región de Galilea sino en todo el territorio de Israel, incluyendo obviamente la región de Judea, donde estaba la gran ciudad de Jerusalén con su majestuoso templo. Al Señor Jesús no le interesaba en absoluto la fama y Lucas registra que prefería apartarse a lugares desiertos para orar. El verdadero carácter de una persona no sólo se manifiesta en como reacciona en momentos de adversidad, sino también en como reacción en momentos de prosperidad. Lejos de sacar provecho personal de su creciente fama, el Señor Jesús buscaba la soledad para estar en comunión con su Padre. Viendo las señales que hacía, algunos deben haber aceptado que el Señor Jesús era el Mesías o el Cristo, pero se respiraba ya en el ambiente una creciente oposición de personas importantes de la sociedad judía. Esto crea el marco histórico para nuestro estudio bíblico de hoy.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 5: 17-26. En primer lugar, Lucas nos presenta la selecta audiencia. Lucas 1:17 dice: Aconteció un día, que él estaba enseñando, y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el poder del Señor estaba con él para sanar.
El Señor Jesús tenía sus momentos de soledad para estar en comunión con su Padre en oración, pero jamás se convirtió en un ermitaño. Tanto es así, que cierto día estaba enseñando públicamente como conforme a su costumbre. Esto no es novedad. Lo que sí es novedoso es la gente que estaba oyendo su enseñanza. Eran fariseos y doctores de la ley, provenientes de todas las aldeas de Galilea y de Judea y también de Jerusalén. Los doctores de la ley eran los famosos escribas, los eruditos o expertos en la ley Mosaica. En cuanto a los fariseos, la palabra fariseo proviene de una palabra Hebrea que significa dividir o separar. Los escribas y fariseos tal vez se originaron en la época del sacerdote Esdras, quien enseñó al pueblo judío a obedecer la Ley mosaica y a separarse de las alianzas con naciones paganas. El propósito fundamental de los escribas y fariseos era comprender la ley de Dios y aplicarla al diario vivir. Lamentablemente, el fariseísmo que comenzó con tan buen augurio, pronto se transformó en un movimiento legalista. Sus líderes impusieron pesadas cargas sobre el pueblo judío, cargas que ni los mismos fariseos podían llevar. Así fue como los fariseos se volvieron hipócritas por el hecho de exigir a otros, cosas que ellos mismos no las practicaban. El Señor Jesús fue severo confrontando esta hipocresía de los fariseos. Tenemos entonces que, la audiencia del Señor Jesús era especial, pero también especial era el poder que estaba por manifestar el Señor Jesús. Con este antecedente, consideremos el milagro espectacular. Lucas 5:18-26 dice: Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante de él.
Luk 5:19 Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús.
Luk 5:20 Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados.
Luk 5:21 Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?
Luk 5:22 Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones?
Luk 5:23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
Luk 5:24 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
Luk 5:25 Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios.
Luk 5:26 Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas.
Varias cosas son dignas de mencionar. Con relación a los hombres que llevaron al paralítico, primero, su compasión. Por su condición de salud, el paralítico no podía valerse por sí mismo, pero Dios en su providencia permitió que esté rodeado de personas compasivas. Al saber que el Señor Jesús estaba en los alrededores, estos hombres se propusieron hacer algo por su amigo paralítico. Ellos no podían sanarle, pero podían llevarle ante quien podía sanarle. Ellos hicieron lo que podían y dejaron al Señor Jesús que haga lo que ellos no podían. Hermoso ejemplo de la manera como Dios hace sus obras milagrosas. Nosotros no podemos salvar al incrédulo, pero podemos llevarle al Señor Jesús, para que él le salve. En segundo lugar, es notable la fe de estos hombres que llevaron al paralítico ante el Señor Jesús. El mismo Señor Jesús reconoció que eran hombres de fe. La fe mueve montañas amable oyente. Fue la fe de estos hombres lo que movió al Señor Jesús a actuar poderosamente no sólo en satisfacer la necesidad espiritual del paralítico, sino también la necesidad material. El texto dice que al ver la fe de estos hombres, el Señor Jesús hizo su obra milagrosa. En tercer lugar, es admirable la persistencia de estos hombres. Esto es resultado de la gran fe que tenían. La verdadera fe no se detiene ante los obstáculos que se presentan. Al llegar a la casa donde estaba enseñando el Señor Jesús, los hombres notaron que había tanta gente que humanamente hablando era imposible entrar a la casa por la puerta con un paralítico en su lecho a cuestas. Lejos de darse vuelta y emprender la retirada derrotados, los hombres echaron mano de su gran fe y persistieron en su empeño de cumplir con su propósito de poner al paralítico delante del Señor Jesús. En cuarto lugar, es admirable la creatividad de estos hombres. ¿A quién se le podía ocurrir que una manera de entrar donde estaba el Señor Jesús y poner al paralítico ante él, era bajándolo por el tejado? A nadie por supuesto, excepto, a los hombres de fe que llevaban al paralítico en su lecho. Ciertamente no era tarea fácil, pero la fe hace fácil lo que para los que no tienen fe parece difícil o hasta imposible. El hecho real es que para sorpresa de los doctores de la ley, de los fariseos, y del mismo Señor Jesús, de pronto, un hombre paralítico inmóvil en su lecho, se encontró en medio de ellos. Ahora quitemos nuestra mirada de estos admirables hombres de fe y pongámosla sobre el glorioso Señor Jesús. Al ver al paralítico en su lecho ante él, el Señor Jesús debe haber cortado su enseñanza y reconociendo la fe de los hombres, no del paralítico, dijo al paralítico: Hombre, tus pecados te son perdonados. A partir de este instante el paralítico quedó totalmente perdonado de sus pecados, cualesquiera que hayan sido. Esto hizo levantar de sus asientos a los doctores de la ley y a los fariseos. Ellos sabían a ciencia cierta que solamente Dios tiene la facultad de perdonar pecados. Inmediatamente comenzaron a cavilar, o a pensar dentro de ellos mismo, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? El Señor Jesús hizo uso de su omnisciencia, como Dios que es, y sabiendo lo que los doctores de la ley y los fariseos estaban pensando les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? Todos sabían lo que estaban pensando. Acto seguido, el Señor Jesús les hizo una pregunta: ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Por supuesto, más fácil es decir: Tus pecados te son perdonados, porque nadie, aparte de Dios, puede comprobar el resultado de esta declaración. Más difícil es decir: Levántate y anda, porque todos pueden comprobar el resultado de esta declaración. Sería cuestión de sólo ver si el paralítico se incorporaba y caminaba. Este fue el momento cuando el Señor Jesús usó su poder divino para sanar y mirando a los doctores de la ley y a los fariseos que le cuestionaron por haber perdonado al paralítico de sus pecados, les dijo: Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Al instante, el paralítico se incorporó, tomó su lecho en el que pasaba acostado por tanto tiempo, y caminando se fue a su casa, glorificando a Dios, o dando el crédito a Dios por el gran favor de ser perdonado de pecados y sanado de su parálisis. Los doctores de la ley, los fariseos y la gente que estaba presente quedaron asombrados y glorificaban a Dios. Sobrecogidos de un temor reverencial se decían el uno al otro: Hoy hemos visto maravillas. Los doctores de la ley y los fariseos, sabían que el Señor Jesús no era un hombre común y corriente. Era alguien totalmente humano y al mismo tiempo totalmente divino. No podía ser otro sino el Cristo, el Mesías de Israel. El mismo Señor Jesús se identificó a sí mismo como el Hijo del Hombre, en clara alusión a su identidad como el Cristo.
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