Saludos cafetales amigo oyente. Bienvenido a nuestro estudio bíblico de hoy sobre la santidad. En nuestro estudio bíblico anterior vimos que existen cuatro tipos de santificación, o santidad. La santificación pre-conversión que tiene que ver con el hecho que todos los creyentes fuimos puestos aparte o santificados por Dios antes de que seamos salvos. Luego la santificación posicional que tiene que ver con la forma como nos mira Dios a todos los creyentes por el hecho de que estamos en Cristo. Dios nos mira como a santos, aún a pesar de nuestra falta de fidelidad a Dios en algunas ocasiones. Luego la santificación práctica que tiene que ver con nuestro diario vivir, con la forma como nos conducimos mientras estamos en este mundo. Por último la santificación perfecta, que tiene que ver con la total separación del pecado que ocurrirá cuando estemos en la presencia de Cristo, ya sea por haber muerto físicamente o porque Cristo ha venido a buscamos para que estemos con él. De estos cuatro tipos de santificación, solamente uno depende de nuestro esfuerzo, los demás son obra de Dios en Cristo. Me refiero a la santificación práctica. Cada vez que la Biblia exhorta a los creyentes a ser santos está refiriéndose a la santificación práctica. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos hablará de la manera como Dios ha puesto a nuestra disposición una forma segura de lograr éxito en la santificación práctica.
Dios jamás nos pedirá hacer algo para lo cual no nos ha capacitado previamente. Este es un principio inviolable amigo oyente. Juan Wesley solía decir: Si algún día Dios llegara a pedirme que vuele, inmediatamente me saldrían alas. En la Biblia, Dios nos pide que vivamos en santidad, esto es lo que se llama la santificación práctica. 1ª Pedro 1:15 dice: «si no, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» Muy bien, si Dios nos pide esto, significa entonces que Dios nos ha capacitado para vivir en santidad y esto es efectivamente así. Entre otras formas de capacitación, Dios nos ha dotado de una nueva naturaleza que no puede pecar porque es nacida de Dios. El problema es que los creyentes no siempre dejamos que esa nueva naturaleza controle nuestros actos y pensamientos y por eso pecamos. El creyente peca cuando quiere pecar amigo oyente, porque podría vivir sin pecar si quisiera. Además de esta nueva naturaleza que es incapaz de pecar, el creyente tiene a su disposición lo que se llama la armadura de Dios. La armadura es el atuendo que utilizaban los soldados romanos en la guerra. Cuando hablamos de la armadura de Dios, estamos por tanto refiriéndonos al atuendo espiritual, que el creyente debe utilizar en la guerra espiritual contra Satanás, el mundo y la carne que son los tres enemigos del creyente. Efesios 6:10-18 dice: «Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestios de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, conque podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» Lo que primero notamos es una advertencia. El apóstol Pablo dice que si queremos lograr victoria en nuestra lucha contra el enemigo espiritual no podemos depender de nuestra propia fuerza. Si lo hacemos fracasaremos estrepitosamente. La victoria espiritual sobre Satanás, la carne y el mundo es para los que están dispuestos a fortalecerse en el Señor. Esto se refiere a una comunión tan íntima con el Señor en su palabra, oración, y adoración que poco a poco nos parecemos a él. En segundo lugar notamos una admonición en el sentido que nos vistamos de toda la armadura de Dios. Note el orden, primero es necesario fortalecerse en el Señor y luego podemos vestimos de toda la armadura de Dios. Esta es la única manera de obtener victoria contra lo que Pablo llama las asechanzas del diablo. Esto de asechanzas se refiere a los métodos nada ortodoxos del diablo para atacar al creyente. El diablo es astuto e ingenioso para atacar a sus víctimas. Jamás se presenta como lo que verdaderamente es. Así engañó a Eva y arrastró a la raza humana al abismo. El diablo se presenta como ángel de luz para deslumbrar a sus víctimas. Si dependemos de nosotros mismos estamos perdidos, pero si nos vestimos de la armadura de Dios tenemos la victoria segura. A continuación Pablo nos presenta los antagonistas en esta guerra. Por un lado está el creyente, y por otro lado está un enemigo a punto de desplomarse en la lona, pero que todavía lanza golpes certeros a quienes tiene al frente, es un fuerte y numeroso ejército espiritual. Pablo lo define como principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo y huestes espirituales de maldad. No hay lugar a dudas en cuanto a que el enemigo es poderoso, el creyente no lucha contra personas de carne y hueso, sino contra un enemigo espiritual, un enemigo poderoso, pero jamás debemos perder de vista que es un enemigo derrotado. Satanás y sus huestes fueron derrotados por Cristo Jesús en la cruz del Calvario y su fin está cercano, pero mientras tanto, actúa como león rugiente buscando a quien devorar y para evitarlo debemos vestirnos de toda la armadura de Dios. Es la única protección para resistir en el día malo y permanecer firmes hasta el final del combate. Pablo termina ese pasaje mostrando la armadura de Dios en detalle. Contiene los siguientes elementos. Primero el cinto de verdad. El cinto de un soldado romano servía para recoger su largo manto de modo que no estorbe en la batalla. El cinto de la verdad se refiere a eliminar cualquier impedimento para luchar efectivamente contra nuestro enemigo, se refiere a un compromiso total con la verdad. El creyente victorioso debe conocer la verdad, en las páginas de la Biblia y debe vivir la verdad que ha conocido. Cada vez que un creyente se mete en mentiras o en medias verdades es presa fácil para que el león rugiente que es Satanás le dé un zarpazo y le deje aturdido en el suelo. Si nuestras vidas se caracterizan por decir la verdad a cualquier costo no tenemos que temer las asechanzas del Diablo. Pero además del cinto de verdad, en segundo lugar tenemos la coraza de justicia. La coraza servía para proteger los órganos vitales en el tronco del soldado romano. La coraza de justicia se refiere a la protección de nuestro testimonio como hijos de Dios. En esencia tiene que ver con hacer lo que es justo a los ojos de Dios y del hombre. El creyente debe evitar meterse en actividades condenadas por la palabra de Dios y no solo eso, sino también en actividades cuestionables, o actividades que aunque no han sido específicamente condenadas por la Biblia, son dudosas. Un creyente jamás debería andar en sobornos, en engaños para no pagar impuestos, en deudas impagas, en peleas, en conversaciones subidas de tono, etc. En tercer lugar tenemos el apresto del evangelio. El apresto servía para proteger los pies del soldado romano. Pablo dice que debemos calzar los pies con el apresto del evangelio de la paz. Esto tiene que ver con una disposición a compartir el evangelio con cualquiera que se nos cruce en el camino. Si un creyente está constantemente compartiendo el evangelio de Cristo, tendrá su andar protegido. El enemigo no podrá apuntar a los pies para hacerle caer. Cada mañana deberíamos ponemos el apresto del evangelio de la paz al orar al Señor diciendo: Dios, dame una alma lista para recibir tu palabra el día de hoy. En cuarto lugar tenemos el escudo de la fe. Su propósito es apagar los dardos de fuego del maligno. Esto se refiere a la obediencia a la palabra de Dios. Si tenemos fe en Dios estaremos dispuestos a hacer cualquier cosa que él nos pida. El enemigo nos atacará poniendo duda en nosotros para no hacer lo que Dios dice en su Palabra y hacer lo que nuestro razonamiento aconseja. Si caemos en esta trampa, Satanás ganará la victoria, pero si tomamos el escudo de la fe y obedecemos lo que Dios dice en su palabra, los dardos de fuego del maligno caerán a tierra sin causamos daño. En quinto lugar tenemos el yelmo de la salvación. El yelmo protegía la cabeza del soldado romano. La salvación es la perfecta protección de Dios para la cabeza del creyente. La salvación nos garantiza que somos más que vencedores en Cristo Jesús. La salvación nos garantiza que Satanás es un enemigo derrotado. La salvación nos garantiza un futuro glorioso en el cielo. Todo esto tiene que estar en nuestra mente para nunca jamás ceder al ataque del enemigo que querrá hacemos pensar que estamos derrotados, que querrá hacemos pensar que Satanás es muy poderoso como para luchar contra él, que querrá hacemos pensar que el cielo es solo una ilusión. En sexto lugar tenemos la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Esto se refiere a porciones de la palabra de Dios que las hemos memorizado y que en el momento preciso nos sirven para no caer en tentación o para responder a alguien que demanda razón de nuestra fe. Jesús usó la espada del Espíritu para salir victorioso de la tentación a la cual fue sometido por el diablo. La palabra de Dios en nuestras mentes es lo que el Espíritu utilizará cada vez que sea necesario atacar al enemigo. Finalmente, luego de mostrarnos la armadura, Pablo abre la puerta a un ingrediente indispensable. La oración. La oración es como el aceite que hace que una maquinaria funcione suavemente. Como Ud. podrá notar amigo oyente, Dios nos ha capacitado para vivir vidas santas. Si caemos en pecado a pesar de todos estos recursos que Dios nos ha dado, es por negligencia nuestra. Que el Señor nos ayude a vivirlo en la práctica.
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