El máximo ejemplo para imitar es la persona del Señor Jesucristo. El Señor Jesucristo amó tanto al pecador que murió por él en la cruz del Calvario. El Señor Jesús no murió sólo por los que cometen determinados pecados que en su ignorancia la gente cataloga como que no son graves. El Señor Jesús murió por todo pecador, independientemente de los pecados que haya cometido. Note lo que dice 2 Corintios 5:14-15. Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
El texto dice que por todos murió. No le importó que sean homosexuales, adúlteros, ladrones, borrachos, mentirosos, orgullosos, y todo lo demás. Esto no significa por supuesto que el Señor Jesús estaba de acuerdo con el pecado de estas personas. El Señor Jesús ama al pecador, pero odia el pecado. Esta actitud del Señor Jesús de amar al pecador y odiar el pecado, se manifestó en varias ocasiones cuando el Señor Jesús estaba físicamente en el mundo. Una de esas ocasiones fue a raíz del llamamiento de Leví o Mateo el publicano. Ponga atención a lo que dice Lucas 5:27-32. Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
Los publicanos, quienes en el tiempo que Jesús estaba en este mundo eran judíos que estaban a servicio del imperio romano, eran considerados por los judíos como la escoria de la sociedad judía. Un judío ortodoxo, jamás se acercaría a un publicano, jamás lo saludaría, jamás entraría a su casa, jamás se sentaría con él a la mesa, pero mire lo que hizo el Señor Jesús, no sólo llamó por nombre a Leví, o Mateo, sino que entró a su casa, y se sentó a su mesa, rodeado de otros publicanos y pecadores. Esto fue severamente cuestionado por los escribas y fariseos. Pero el Señor Jesús simplemente justificó su conducta diciendo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Como creyentes debemos imitar este ejemplo. Un creyente por tanto no debe discriminar jamás a un homosexual. Por supuesto que no estamos de acuerdo con la homosexualidad, porque es un pecado condenado por Dios en su palabra, tanto como el adulterio, la mentira, el hurto, la borrachera y cosas por el estilo, pero eso no es razón para discriminar a un homosexual. Dios ama al homosexual y aborrece la homosexualidad.
Nosotros como creyentes, también debemos amar al homosexual y aborrecer la homosexualidad. Ese amor nos debe motivar a compartir las buenas nuevas de salvación con todo pecador, inclusive con los homosexuales, con la esperanza que todo pecador, inclusive los homosexuales, lleguen a recibir al Señor Jesucristo como su Salvador y eso signifique el comienzo de una nueva vida para ellos, una vida libre de las garras de la homosexualidad.