La vaca alazana

¿Qué significa y qué simbolismo tiene el sacrificio de la vaca alazana, del cual habla Números 19?

El sacrificio de la vaca alazana o de la vaca de color parecido a la canela, es el único sacrificio en el cual el animal tenía que ser de un color determinado. Era el único sacrificio que tenía que realizarse fuera del campamento y no en el altar del tabernáculo. Era el único sacrificio en el cual se tenía que guardar las cenizas luego de quemar al animal. Era el único sacrificio que purificaba a otros mientras hacía inmundos a los que oficiaban la ceremonia de purificación.

Estas son solo algunas de las peculiaridades del ritual del sacrificio de la vaca alazana, tal cual como se lo presenta en el libro de Números, capítulo 19.

Esta ordenanza un tanto extraña ha creado un halo de misterio que permanece aún hasta nuestros días. Inclusive, se conoce que existen esfuerzos serios por encontrar la vasija donde se depositó las cenizas de la última vaca alazana que fue sacrificada antes de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 DC.

Las instrucciones de la ordenanza del sacrificio de la vaca alazana, fueron dadas a Moisés durante el viaje por el desierto hacia la tierra prometida. El pasaje bíblico sobre esta ordenanza, Números capítulo 19, se encuentra después de la historia en la cual murieron miles de personas a causa de la rebelión de Coré y antes de la muerte de María, la hermana de Moisés.

Por esto, la ordenanza de la vaca alazana está relacionada con la muerte en el desierto. A lo mejor, la muerte de tantos Israelitas en su peregrinaje por el desierto y en un tiempo relativamente corto, hizo necesaria la emisión de esta ordenanza.

Debido al hecho que la ordenanza de la vaca alazana no se menciona en las leyes acerca de los sacrificios y limpiezas ceremoniales en el libro de Levítico, algunos intérpretes han argumentado que la ordenanza de la vaca alazana tenía un carácter temporal, con miras a la limpieza ceremonial de tanta gente que se contaminaba accidentalmente al tocar cuerpos muertos de sus familiares, amigos y más que caían muertos en el desierto.

Pero los Israelitas antiguos siempre reconocieron al sacrificio de la vaca alazana como algo permanente. El ritual comenzaba con la búsqueda de una vaca alazana perfecta, sobre la cual no se haya puesto yugo. Eleazar, el sacerdote, llevaba la vaca alazana fuera del campamento, allí la degollaba, y tomaba la sangre con su dedo y la rociaba hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión siete veces.

Luego hacía quemar la vaca ante sus ojos con su cuero, su carne, su sangre y su estiércol. Acto seguido, el sacerdote tomaba madera de cedro, e hisopo y escarlata y echaba todo esto en medio del fuego en que ardía la vaca. Cuando el fuego se extinguía, se recogían las cenizas y se mantenían en un lugar limpio fuera del campamento. El propósito de estas cenizas tenía que ver con la purificación de cualquier Israelita que se había contaminado por tocar cuerpo muerto. Las cenizas de la vaca alazana se mezclaban con agua corriente y eso se utilizaba para la limpieza ceremonial de cualquier Israelita que se había contaminado por tomar contacto con un cadáver.

Si un Israelita quería participar en la adoración a Dios en el tabernáculo, debía estar ceremonialmente puro, como requisito previo. Si participaba en la adoración en el tabernáculo sin haberse purificado ceremonialmente era digno de muerte.

Algo interesante en cuanto a esto es que la persona que se sometía a este rito de limpieza quedaba limpio de su inmundicia, pero la persona que realizaba o que oficiaba el rito de limpieza quedaba inmundo hasta la noche.

Según la Mishná, que es el conjunto de leyes orales y tradiciones de los Judíos, y que se escribió alrededor del año 200 DC aparecen algunos datos interesantes acerca del sacrificio de la vaca alazana.

Por ejemplo, si la vaca alazana tenía máximo dos pelos negros o blancos, se consideraba no apta para el sacrificio. El rabí Meir declaró que las cenizas de la primera vaca alazana duraron desde Moisés hasta el exilio Babilónico.

Luego Esdras sacrificó la segunda vaca alazana en el año 450 AC y desde Esdras hasta la destrucción del templo en el año 70 DC se sacrificaron cinco vacas alazanas más, para un total de siete.

Imagine. Solo siete vacas alazanas en un período de casi 1500 años. Claro, porque se usaba apenas una pizca en una buena cantidad de agua corriente en un recipiente. Después de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 DC no ha habido más sacrificios de vacas alazanas.

En cuanto al simbolismo de esta ordenanza, es necesario referirnos a Hebreos 9:13-14 donde dice: «Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?»

El autor del libro de Hebreos está haciendo una comparación entre el resultado de los sacrificios del Antiguo Testamento y las ceremonias de limpieza, como esto de las cenizas de la becerra o la vaca alazana mezclada con agua corriente, y el resultado del sacrificio de Cristo, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Lo uno, tenía solo un efecto externo, llegaba solo hasta la carne, afectaba solo el cuerpo, pero dejaba intacta toda la suciedad del alma y del espíritu, mientras lo otro, penetra al alma y el espíritu del hombre, limpiando la conciencia de modo que se pueda servir al Dios vivo con limpia conciencia.

En el rito del sacrificio de la vaca alazana y el lavamiento ceremonial con el agua mezclada con estas cenizas, vemos una hermosa simbología de la necesidad de estar limpios y santos para presentarnos a Dios y del poder limpiador de la sangre de Cristo.