Sabemos que cuando un creyente muere va al cielo, pero antes de la venida de Jesús ¿a dónde iba el alma de un creyente cuando moría?

Bueno, para tener claros los conceptos permítame señalar, que cuando cualquier persona muere físicamente, no importa si es creyente o no creyente, y no importa en qué época de la humanidad haya vivido, el cuerpo muerto va a la tumba, bajo tierra, o en nicho, o en cualquier otro lugar donde por alguna circunstancia queda el cuerpo muerto. En cambio, con el espíritu y alma de los que mueren físicamente, es un asunto totalmente diferente. En el caso de los creyentes, antes de la muerte y resurrección de Cristo, el alma y espíritu de ellos iba a un lugar llamado el Seno de Abraham. Era básicamente un lugar de reposo, de dicha y bendición, en el cual los creyentes en espíritu y alma esperaban la resurrección física, al final de la Tribulación. En el caso de los incrédulos, independientemente de la muerte y resurrección de Cristo, sus almas y espíritus iban a un lugar de tormento en fuego, que el Nuevo Testamento llama simplemente Hades, en el cual esperaban la resurrección física antes del juicio del gran trono blanco, para ser arrojados a su destino final llamado lago de fuego o infierno. Todo esto se hace evidente en la historia de Lázaro y el rico, relatada por le Señor Jesús. Lucas 16:22-25 dice: Aconteció que murió el mendigo,  y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham;  y murió también el rico,  y fue sepultado.  Y en el Hades alzó sus ojos,  estando en tormentos,  y vio de lejos a Abraham,  y a Lázaro en su seno. Entonces él,  dando voces,  dijo:  Padre Abraham,  ten misericordia de mí,  y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua,  y refresque mi lengua;  porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo:  Hijo,  acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida,  y Lázaro también males;  pero ahora éste es consolado aquí,  y tú atormentado.

La muerte y resurrección de Cristo causó un cambio en el destino de las almas y espíritus de los creyentes, mas no en el destino de las almas y espíritus de los incrédulos. Es así como después de la muerte y resurrección de Cristo las almas y espíritus de los creyentes van directamente al cielo, la morada de Dios, según lo que dice textos como 2 Corintios 5:6-9 donde dice: Así que vivimos confiados siempre,  y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo,  estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos,  no por vista); pero confiamos,  y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo,  y presentes al Señor. Por tanto procuramos también,  o ausentes o presentes,  serle agradables.

Mientras estamos vivos en este mundo, nuestro espíritu y alma moran en nuestros cuerpos, en estas circunstancias estamos ausentes del Señor. Cuando morimos, me refiero a los creyentes, nuestro espíritu y alma salen de nuestro cuerpo donde hasta ese momento habían morado y van inmediatamente al cielo a la presencia inmediata del Señor. Estamos presentes al Señor.

 

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