Damos gracias al Señor por la oportunidad de estar junto a usted. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Prosiguiendo con la serie que lleva por título: La preeminencia de Jesucristo, la cual está basada en el libro de Hebreos, en esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca de la calidad de las promesas de Dios.
En los días en los cuales vivimos, se habla mucho de lo que se da por llamar crisis de credibilidad. Parece que nadie confía en nadie. Hay políticos que hacen todo tipo de promesas con tal de obtener votos en una elección democrática, pero una vez que son elegidos no cumplen con nada de lo prometido. Hay esposos que prometen fidelidad a sus esposas en la ceremonia de bodas, pero antes del año, ya están poniendo el ojo a otras mujeres. Hay hijos que prometen obediencia a sus padres, y en la primera oportunidad que tienen, están desobedeciéndolos. Se falta a la palabra con tanta facilidad.
En un mundo tan falso como en el que vivimos, que reconfortante es volver nuestra mirada a lo único que se mantiene inmutable por la eternidad, la persona de Dios. Él ha prometido ciertas cosas y al contrario de las promesas humanas, las promesas de él son ciertas, confiables y celestiales.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en el libro de Hebreos, capítulo 6 versículos 13-20. Este es un pasaje hermoso que tiene que ver con las promesas de Dios. ¿Por qué el autor de Hebreos trae a colación las promesas de Dios? Pues porque en Hebreos 6:12 había dicho a los judíos convencidos pero no convertidos que no se hagan perezosos o tardos para oír, sino que sean imitadores de los judíos creyentes quienes por la fe y la paciencia heredarán las promesas.
Es a raíz de esta declaración que el autor de Hebreos se introduce en el asunto de las promesas de Dios, para hacernos notar que las promesas de Dios son tres cosas: ciertas, confiables y celestiales. Para hacernos saber que las promesas de Dios son ciertas, se toma como ejemplo el caso de Abraham.
Hebreos 6:13-15 dice: “Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa.” La promesa de Dios a Abraham está registrada en Génesis 22:16-17. La promesa a Abraham fue incondicional. Abraham no tuvo que hacer nada para que Dios cumpla sus promesas. A pesar de los fracasos y pecados de Abraham, Dios mantuvo sus promesas en pie y le dio un hijo en su vejez, a través del cual, se multiplicó su descendencia como la arena del mar, y por medio de quien, en algún momento nació Jesucristo, aquel cuya vida es de bendición para las naciones.
Abraham creyó a Dios y esperó con paciencia. En su momento, Dios cumplió sus promesas. En realidad de verdad, Abraham no corrió ningún riesgo al confiar en Dios. Las promesas de Dios son ciertas. La palabra de Dios es la más segura del universo. Cualquier promesa de Dios es tan cierta como si ya se hubiera cumplido. Muchas de las promesas de Dios no dependen de nuestra parte sino de su fidelidad.
La frase “esperado con paciencia” en Hebreos 6:15 es exactamente lo opuesto a “perezosos” de Hebreos 6:12. El autor del libro de Hebreos está diciendo a los judíos convencidos pero no convertidos: No sean perezosos, esperen con paciencia en las promesas de Dios, así como lo hizo con Abraham, Dios cumplirá sus promesas, porque las promesas de Dios son ciertas. Luego de mostrar que las promesas de Dios son ciertas, el autor de Hebreos va a mostrar que las promesas de Dios, a más de ciertas son confiables.
Hebreos 6:16-18 dice: “Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrarse más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros.”
Es hermoso contemplar como Dios desciende al plano humano para comunicarnos cuan confiables son sus promesas. En el Antiguo Testamento se acostumbraba confirmas las promesas con juramentos. El juramento se hacía siempre por alguno de mayor jerarquía. Ya sea por el sumo sacerdote o aun por la misma persona de Dios. Cuando Dios hizo la promesa incondicional a Abraham, Dios tuvo que jurar por sí mismo, porque no hay nadie superior a Dios. Pero Dios no juró por sí mismo a favor de Abraham solamente sino también a favor de los herederos de la promesa.
Este juramento de Dios por sí mismo hace que su palabra sea inmutable. Dios prometió a Abraham bendición para todo el mundo; juró por sí mismo, garantizando el cumplimiento y eso hace de su promesa algo totalmente confiable. Para satisfacer al hombre, Dios hizo la promesa y la confirmó con juramento. La promesa y el juramento son las dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta. La confiabilidad de las promesas de Dios es para que nosotros tengamos un fortísimo consuelo. No pocas veces usted y yo nos veremos bajo el asedio de las dudas sobre nuestra salvación.
Recordemos que nuestra salvación es algo prometido por Dios y confirmado con juramento. Que esto nos sirva de fortísimo consuelo o ayuda en los momentos de necesidad. Es hermoso ver la descripción que el autor hace de los que hemos recibido a Cristo como Salvador. Dice que somos los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. Parece que en la mente del autor estaba la idea de las ciudades de refugio para los israelitas, descritas en Números 35:9 y Josué 20. Dios estableció seis ciudades de refugio, tres a cada lado del Jordán, a las cuales podía acudir un hombre que había matado accidentalmente a otro. Los ancianos de la ciudad investigaban el caso.
Si determinaban que la muerte fue en verdad accidental, permitían al hombre vivir en la ciudad de refugio hasta la muerte del sumo sacerdote. Sólo entonces el hombre podía regresar a su hogar. Los familiares de la víctima no podían tomar venganza mientras el hombre viva en la ciudad de refugio. Los que hemos recibido a Jesucristo como Salvador, hemos acudido a una ciudad de refugio, es un refugio eterno. Como nuestro sumo sacerdote Jesucristo nunca muere, según Hebreos 7:23-25, entonces tenemos eterna salvación.
El vengador no puede tocarnos. Así que, las promesas de Dios son ciertas y confiables, pero no sólo eso, sino también celestiales. ¿De qué nos sirve una promesa sólo para este mundo, si este mundo está pronto a dejar de ser? Por eso, las promesas de Dios son celestiales, donde los ladrones no minan ni hurtan y donde ni la polilla ni el orín corrompen.
Hebreos 6:19-20 dice: “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.” Nuestra esperanza en Jesucristo es como una ancla para el alma. El ancla era un símbolo muy popular en la iglesia primitiva. Al menos 66 dibujos de anclas se han encontrado en las catacumbas romanas.
Los hijos de Dios tenemos una firme ancla que está fija dentro del velo, es decir en el mismo cielo, o en la misma presencia de Dios. Nuestra ancla celestial es segura, es decir que nada ni nadie la puede romper. Nuestra ancla celestial es firme, nada ni nadie la puede hacer cambiar de lugar. Donde está el ancla permanece la embarcación. Si nuestra ancla espiritual está en el cielo mismo, nuestra vida entonces también está en el cielo. Luego de mostrar nuestra promesa celestial como una ancla en el cielo, el autor de Hebreos nos explica como llegó nuestra ancla al cielo. Fue porque Jesucristo, como precursor lo llevó al cielo.
Nuestro Salvador entró al cielo por nosotros como precursor. Un precursor es alguien que va delante de muchos a cierto lugar. Jesucristo fue al cielo, detrás de él venimos muchos que llevamos el mismo destino. Algunos ya han llegado a ese lugar, otros todavía estamos en camino, pero muy seguros que nuestro destino final es el cielo, porque allí está nuestro precursor y nuestra ancla. Así que, las promesas de Dios son celestiales, porque el ancla está en el cielo y nuestro precursor está en el cielo, pero no sólo eso, también en el cielo tenemos a nuestro Sumo Sacerdote.
El texto dice que Jesús fue hecho sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. El sumo sacerdote intercede a favor de los hombres. Jesucristo es nuestro sumo sacerdote para siempre, dándonos a entender que por la eternidad, él está delante del Padre intercediendo por nosotros. Si tenemos en Jesucristo a nuestro sumo sacerdote para siempre, ¿para qué necesitamos de sumo sacerdotes o sumos pontífices humanos?.
En resumen entonces: ¿Por qué aferrarnos a las promesas de Dios? Porque sus promesas son ciertas, Abraham lo comprobó, porque sus promesas son confiables, Dios juró por sí mismo confirmándolas y sus promesas son celestiales, porque tienen que ver con Jesucristo quien como ancla y como precursor está en el cielo, en donde también es sumo sacerdote para siempre. ¿Ha confiado usted en estas promesas? Si no lo ha hecho hasta ahora, hoy mismo aprópiese de estas promesas y reciba a Jesucristo como su personal Salvador.
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