Es motivo de mucho gozo para mí compartir este tiempo junto a usted. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy en el libro de Colosenses. Este estudio bíblico es parte de la serie titulada: La supremacía de Cristo. Hace un tiempo atrás quedé impactado por una noticia en la televisión. La policía encontró a un niño desnudo, de apenas pocos días de nacido, quien había sido abandonado en una calle en una fría mañana de la ciudad de Quito, Ecuador. Las imágenes que presentaba el noticiero de televisión eran escalofriantes. Se podía apreciar la frágil criatura sin ropa, con su cuerpecito azulado por el frío y sus párpados hinchados no sé si por el llanto o por algún daño como resultado del trato cruel e inhumano. Según los médicos que asistían al pequeño, estaba sufriendo de hipotermia e hipoglucemia, a causa del frío y del hambre. Los doctores pensaban que tal vez el cerebro del niño ya tendría algún daño a causa del maltrato. No puedo entender que haya padres capaces de hacer algo así. Que Dios tenga misericordia de ellos. En este caso y en muchos otros casos así, se ha regresado a la barbarie del primer siglo, cuando los padres no tenían ningún respeto por los hijos. Cuentan los historiadores que los recién nacidos eran presentados a su padre. Si el padre se inclinaba y los recogía, el recién nacido vivía, pero si el padre daba vuelta y se iba, el recién nacido era arrojado como desecho. Los que sobrevivían eran recogidos y llevados al foro, lugar al cual venía la gente por la noche para recogerlos y criarlos como esclavos a los varones y como prostitutas a las mujeres. Así de perversa era la sociedad en muchos lugares de este mundo en el primer siglo y por lo que se ve en la actualidad, parece que el mundo va encaminándose en la misma dirección. Es tiempo entonces, amable oyente, de volver a los principios divinos establecidos por Dios en su palabra, para los padres en su relación con sus hijos. Hemos visto ya que cuando la palabra de Cristo mora en abundancia en los hijos, éstos lo manifiestan obedeciendo a sus padres en todo. En el estudio bíblico de hoy, veremos como actúan los padres cuando la palabra de Cristo mora en abundancia en ellos.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en el libro de Colosenses, capítulo 3 versículo 21. La Biblia dice: Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.
Como vemos, Pablo el apóstol se dirige a los padres en general. Al decir: Padres, no se está refiriendo a los papás solamente, sino tanto al papá como a la mamá. Para ellos, Pablo tiene un precepto y un propósito. El precepto es: No exasperéis a vuestros hijos. Exasperar tiene que ver con provocar emociones negativas en los hijos, tales como temor, ira, rebeldía, celos, resentimiento. El verbo griego que se ha traducido como exasperar, literalmente significa: excitar, agitar, provocar, irritar. Pablo entonces está diciendo a los padres que no agiten sentimientos de ira en sus hijos, que no exciten celos en sus hijos, que no provoquen rebeldía en sus hijos. En otras palabras, que no irriten a sus hijos. Una vez estaba aconsejando a un joven que tenía serios problemas de relación con sus padres. No sé que me pasa, me decía. La sola presencia de mis padres, sólo su mirada me irrita, me hace enojar, me transforma totalmente. Tratando el caso más a fondo encontré que cuando este joven era niño, había sido tan maltratado por su padre en especial, que su corazón estaba saturado de odio, amargura y resentimiento contra sus padres. Los padres somos, por naturaleza, propensos a exasperar o irritar a nuestros hijos. Tenemos una tendencia a provocarlos a ira. Lo digo por experiencia propia. Hace años atrás cuando mi hijo todavía era niño tuve que castigarlo, pero después de castigarlo reconocí que lo había hecho totalmente controlado por la ira. No pude tener paz en mi corazón hasta que hablé con él y le pedí perdón por lo que hice. No se imagina cuan mal me sentía por haber exasperado a mi hijo. La palabra de Dios nos instruye a nosotros padres a no exasperar a nuestros hijos. Además del precepto, tenemos el propósito del precepto. ¿Por qué es que no debemos exasperar a nuestros hijos? El texto responde diciendo: Para que no se desalienten. El verbo griego que se ha traducido como desalentar significa literalmente, sin alma, sin espíritu. Describe a una persona que está descorazonada, desanimada. Existen muchas maneras de exasperar a nuestros hijos y así desalentarlos o desanimarlos. Por ejemplo, cuando los castigamos con violencia. No existe lugar para la agresión física en la familia cristiana. Debemos castigar a nuestros hijos, aún con vara como dice la palabra del Señor, pero siempre con amor y en la forma correcta. La forma correcta tiene que ver con que el castigo tenga relación con la falta cometida, también con el hecho que si se usa la vara, sea con mesura, en aquella parte del cuerpo del niño donde la vara producirá un dolor momentáneo sin poner en riesgo su integridad física. Usted ya sabe donde. Exactamente, en la nalga. Conozco de padres que han golpeado a sus hijos con sus puños y otros que han azotado a sus hijos con tanta violencia que les han producido dolorosas heridas. Esto ocurre cuando los padres desahogamos nuestra hostilidad sobre nuestros hijos. Otra manera de desanimar o desalentar a nuestros hijos es cuando los maltratamos psicológicamente. ¿A qué me refiero? Pues al hecho que algunos padres jamás se atreverían a utilizar algunas palabras ofensivas con otras personas, pero no se hacen ningún problema para usar las mismas palabras ofensivas con sus propios hijos. ¿Acaso los extraños merecen más respeto que nuestros propios hijos? El maltrato verbal causa más daño que el maltrato físico, porque afecta la mente y las emociones de nuestros hijos con consecuencias graves a mediano y largo plazo. Otra manera de desanimar a nuestros hijos es cuando los relegamos a un plano secundario. Las ocupaciones, las amistades, los negocios, el trabajo, hasta la iglesia, son más importantes que los hijos para algunos padres. Esto causa serios problemas en los hijos. Un padre rodeó de comodidades materiales a su único hijo. Cuando el hijo llegó a ser joven se metió en el sórdido mundo de las drogas. Cuando el padre lo supo dijo a su hijo: Pero hijo, te he dado todo lo que has querido, ¿Por qué me has pagado así? El hijo respondió: Te equivocaste, padre. Nunca tuve lo que quise, porque nunca fuiste un padre para mí, nunca tuviste tiempo para mí. Otra manera de desalentar a nuestros hijos es cuando no los comprendemos. Los padres tenemos que estar conscientes que nuestros hijos viven en un mundo diferente del mundo en el cual vivimos nosotros cuando teníamos la edad de ellos. Ellos experimentan situaciones que quizá nosotros jamás las experimentamos cuando teníamos su edad. Por tanto debemos esforzarnos por comprenderlos por medio de hablar con ellos, tratando de mirar las cosas como ellos las ven. Mientras más les conozcamos, en mejor capacidad estaremos de comprender su mundo. Otra manera de desalentar a nuestros hijos es cuando esperamos demasiado de ellos. Es muy fácil esperar que los hijos logren las metas que nosotros nunca pudimos alcanzar y sentirnos frustrados y juzgarles injustamente cuando ellos no alcanzan los elevados logros que nosotros queremos para ellos. No usemos a nuestros hijos para lograr nuestros objetivos. Lo único que conseguiremos es desanimarlos. Otra manera de desanimar a nuestros hijos es cuando nosotros como padres, comunicamos una imagen de que somos perfectos, que nunca fallamos. No tiene sentido auto engañarnos pensando que somos perfectos y engañar a nuestros hijos haciéndoles pensar que somos perfectos. Nuestros hijos saben que a veces como padres, nos equivocamos. Lo mejor es reconocer el error y pedir perdón a nuestros hijos. Al hacer esto no perderemos el respeto, todo lo contrario, lo ganaremos. Otra manera de desanimar a nuestros hijos es cuando los comparamos entre ellos. Cuando por ejemplo decimos a uno de ellos. ¿Por qué eres tan desordenado? Mira a tu hermana, tan pulcra y ordenada. ¿Por qué no aprendes a ser como ella? Es necesario corregir lo que está mal, pero no debemos hacerlo por medio de comparar el uno con el otro. Cada hijo es un mundo aparte. No tratemos de recortar a todos nuestros hijos con la misma tijera. Cada hijo tiene su propia personalidad, sus propias virtudes y sus propios defectos. Aprendamos a tratar a cada uno de ellos de forma individual. Así evitaremos provocarlos a ira o exasperarlos. El precepto para los padres es: No exasperar a los hijos. El propósito de precepto es para que los hijos no se desalienten. Que Dios nos ayude a cumplir como padres nuestra responsabilidad ante nuestros hijos.
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