Saludos amiga, amigo oyente. Soy David Araya extendiéndole cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Continuamos estudiando el Evangelio según Mateo en la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. En instantes más nos acompañará David Logacho para compartir con nosotros acerca de la famosa confesión de Pedro y todo lo que eso implica.
Qué gozo es estar nuevamente junto a usted amable oyente. Vamos a proseguir con el estudio del Evangelio según Mateo. Después que Jesús advirtió a sus discípulos acerca de los peligros de la doctrina de los fariseos y los saduceos, los llevó a una región apartada al norte del mar de Galilea donde ocurrió un evento crucial en la vida de Jesús y sus discípulos. Veamos de qué se trata. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 16:13-20. Lo primero que notamos es a Jesús haciendo una pregunta. Permítame leer el texto en Mateo 16:13. La Biblia dice: Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Jesús llevó a sus discípulos a territorio gentil, a la región de Cesarea de Filipo. Queda a unos 40 kilómetros al norte del mar de Galilea, al pie del Monte Hermón. Esta era una región importante para muchas religiones paganas. Fue el centro de adoración a Baal, tenía santuarios para la adoración a dioses griegos y ciertamente la famosa capilla construida por Herodes el Grande en honor de César Augusto. Así como me oyó amable oyente. En esos tiempos los césares eran considerados como dioses y por tanto demandaban adoración. En medio de ese ambiente espiritual enrarecido, Jesús hace una pregunta a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Note como Jesús se atribuye con todo derecho el título de Hijo del Hombre. Este título tiene su origen en Daniel capítulo 7 cuando el profeta Daniel miraba en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. Jesús está diciendo: yo soy aquel a quien el profeta Daniel se refirió como un hijo de hombre. Por tanto yo tengo derecho a ser rey sobre un reino eterno. Pero, quiero saber qué piensa la gente de mí: ¿Quién dicen los hombres que soy? Los discípulos no tuvieron ningún problema en responder la pregunta de Jesús. Eso tenemos en Mateo 16:14. La Biblia dice: Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
Siempre será fácil emitir el criterio de otros sobre alguien, pero no tan fácil emitir nuestro propio criterio sobre alguien. De modo que los discípulos comunican a Jesús lo que ellos habían oído en cuanto a quien era el Hijo del Hombre. Algunos decían que era Juan el Bautista. Estos adoptaron la misma postura de Herodes Antipas, en cuanto a esto. Pensaban que Jesús era Juan el Bautista resucitado. Pero para otros, Jesús más bien se enmarcaba dentro de la pléyade de profetas de Israel, puesto que pensaban que Jesús podría ser el profeta Elías, tal vez influenciados por la profecía de Malaquías, quien profetizó la venida de Elías antes de la manifestación del Cristo o del Mesías de Israel. Otros pensaban que Jesús era el profeta Jeremías. Al profeta Jeremías se le conoce como el profeta llorón. Realmente derramaba lágrimas de compasión por la condición espiritual de su pueblo. Jesús también manifestó profunda compasión por la condición espiritual de su pueblo y tal vez por esto fue asociado con Jeremías. Otros no podían precisar que profeta era Jesús y simplemente afirmaban que Jesús debía ser alguno de los profetas. Pero acto seguido, Jesús puso el haz de luz sobre sus discípulos. Leo en Mateo 16:15. La Biblia dice: Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Ahora los discípulos estaban en aprietos. Una cosa era decir lo que dicen otros acerca de quien era el Hijo del Hombre, otra cosa era decir lo que los discípulos de Jesús pensaban que era el Hijo del Hombre. Es posible que se haya hecho un prolongado silencio, pero el siempre impulsivo Pedro tomó la palabra y dijo lo que aparece en Mateo 16:16. La Biblia dice: Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Pedro está en lo correcto. Jesús es el Cristo, o el tan esperado y anhelado Mesías de Israel. Como tal, Jesús no es otro sino el Hijo del Dios viviente. Dios viviente es uno de los varios nombres para Jehová en el Antiguo Testamento, y manifiesta el contraste con los dioses paganos quienes no son sino ídolos muertos. Ante esta confesión gloriosa, Jesús da a conocer las implicaciones de la misma. Jesús comienza por afirmar que Pedro es bienaventurado. Bienaventurado significa: Extremadamente dichoso, o enormemente feliz. Luego Jesús explica la razón por la cual Pedro es bienaventurado. Es porque reconoció a Jesús como el Cristo, como el Mesías de Israel. Esto no fue mérito de Pedro. Jesús dijo a Pedro que lo que acababa de confesar no fue revelado a Pedro por carne ni sangre. Es decir que no resultó del esfuerzo humano. Lo que Pedro confesó le fue revelado por el Padre que está en los cielos. Revelar es la obra de Dios a través de su Santo Espíritu, mediante la cual una verdad escondida en la mente de Dios es dada a conocer a un agente humano, como un profeta por ejemplo, o como en este caso a Simón Pedro. Aplicando esto a cada uno de nosotros, podemos estar seguros que somos los más dichosos cuando reconocemos que Jesús es el Cristo, el Mesías de Israel. La única manera de conocer esta verdad es por revelación sobrenatural. Si usted, amable oyente ha reconocido que Jesús es el Cristo, el Mesías de Israel, siéntase bienaventurado porque Dios el Padre se lo ha revelado sobrenaturalmente. Acto seguido, Jesús dijo a Pedro algo que ha sido fuente de malos entendidos en el Cristianismo. Las palabras de Jesús a Pedro fueron: Y yo también te digo que tú eres Pedro. Y sobre esta roca edificaré mi iglesia. Esta es la primera vez que en el Nuevo Testamento aparece la palabra iglesia. La iglesia es el conjunto de personas que reconocen a Cristo como Salvador. De este dicho de Jesús se toman algunos para afirmar que Pedro es la roca sobre la cual está edificada la iglesia de Cristo. Pero lo que pasa en realidad es que Jesús está haciendo un juego de palabras. El nombre Pedro, Petros en el idioma griego, significa una piedra suelta. Eso era Pedro, una piedra suelta, pero la iglesia de Cristo no se edifica sobre una piedra suelta, la iglesia de Cristo debe edificarse sobre una roca. La palabra griega que se ha traducido como roca es la palabra petra, que significa no una piedra suelta sino una enorme roca. ¿Quién o qué es esa roca? Pues bien puede ser la persona de Cristo, después de todo a Cristo se le denomina roca en 1 Corintios 10:4. Pero también puede ser la confesión que acaba de realizar Pedro. La roca sería la verdad inconmovible de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. La iglesia de Cristo no descansa sobre un frágil hombre como Pedro, a pesar de lo grandioso que fue, sino sobre Jesucristo, quien es el Hijo del Dios viviente. Pero después, hablando de la iglesia, Jesús dijo a Pedro: Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. El Hades es el lugar de tormento al cual entran los incrédulos que mueren físicamente. El punto de entrada para el Hades es la muerte. Las puertas del Hades, nos habla de la muerte. Es decir que ni aún la muerte, el arma más poderosa y efectiva de Satanás tiene poder para prevalecer sobre la iglesia. A decir verdad, un alma que llega a ser parte de la iglesia, es un alma menos para el Hades. Una clara demostración que las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia. Pero Jesús dijo más cosas sobre la iglesia. Hablando a Pedro, Jesús dijo: Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Esta declaración de Jesús ha sido también fuente de muchos malos entendidos cuando se ha pensado que Pedro o sus supuestos sucesores tienen poder para perdonar pecados. Sólo Dios tiene poder para perdonar pecados, y Él no ha delegado esta función a ningún ser humano. ¿Qué significa entonces la declaración de Jesús? Al hablar de las llaves del reino de los cielos, Jesús estaba hablando de autoridad. Jesús está dando a Pedro y por extensión a los creyentes, la autoridad para anunciar lo que Dios ya ha establecido previamente en los cielos. ¿Qué es lo que Dios ha establecido previamente en los cielos? Pues simplemente que aquel que recibe a Cristo como Salvador es salvo y aquel que rechaza a Cristo como Salvador no es salvo. Pedro, y cualquier otro creyente, tiene autoridad para anunciar esta verdad divina. Cuando Pedro declaraba a alguien que había recibido a Cristo como Salvador, que era eternamente salvo, estaba atando algo, lo cual había sido previamente atado en los cielos. Cuando Pedro declaraba a alguien que rechazaba a Cristo como Salvador que iba a ser condenado eternamente en el infierno, estaba desatando algo, lo cual había sido previamente desatado en los cielos. Esto es lo que significa atar y desatar en este contexto. El pasaje bíblico termina con una orden de Jesús a sus discípulos por la cual no quería que dijesen a nadie que él era Jesús el Cristo. No olvide que la nación de Israel, por medio de sus líderes religiosos había decidido ya rechazar a Jesús como el Cristo, o el Mesías de Israel, o el Rey de Israel, y por tanto el reino de los cielos que Jesús vino a establecer en la tierra fue pospuesto hasta su segunda venida. Mientras tanto, Jesús tenía que morir crucificado y resucitar al tercer día. No tenía entonces sentido que sus discípulos proclamen a los cuatro vientos que él era Jesús el Cristo. De esta manera termina este pasaje bíblico. Antes de terminar, permítame que le pregunte algo amable oyente. ¿Ha reconocido en su vida que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente? Si es así, ¿lo ha recibido como su personal Salvador? Si es así tiene vida eterna, pero si se rehúsa recibir a Cristo como su personal Salvador, está en serio peligro de ser eternamente condenado en el infierno. No juegue con su futuro eterno. Hoy mismo reciba a Cristo como su Salvador.
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