Reciba cordiales saludos amiga, amigo oyente. Es una bendición para mí darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Mateo, en la serie titulada: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. En esta oportunidad, David Logacho nos mostrará una parte de las credenciales de Jesús, las cuales le acreditan como el Cristo, o el Mesías, o el Rey de los Judíos.
Qué grato es estar junto a usted, amable oyente. Lo último que estudiamos en el Evangelio según Mateo, fue el Sermón del Monte. Antes de seguir adelante será muy útil mirar el cuadro general de lo que estamos estudiando. A través de su genealogía, Mateo nos mostró que Jesús es el legítimo heredero del trono de David. A través de su victoria sobre la tentación, Mateo nos mostró que Jesús cumple con la cualidad de carácter para ser el Cristo, el Mesías de Israel. A través de su mensaje, conocido como el Sermón del Monte, Mateo nos mostró a Jesús promulgando las leyes y reglamentos que rigen el reino de los cielos. Entre los capítulos 8 a 12, Mateo presenta evidencia irrefutable que comprueba que Jesús es el Mesías tan esperado por Israel y de quien hablaron tantos profetas en el Antiguo Testamento. El profeta Isaías, por ejemplo, hablando del Mesías dijo que los ojos de los ciegos serán abiertos, los oídos de los sordos se abrirán, el cojo saltará como un ciervo y cantará la lengua del mudo. Al manifestar todas estas acciones, Jesús estaba diciendo: Yo soy aquel de quien habló Isaías. Yo soy el Mesías de Israel. Si Israel hubiera reconocido que Jesús estaba haciendo todo lo que las profecías indicaban que el Mesías iba a hacer, no habría tenido ningún problema en reconocerlo como el Mesías o el Cristo o el Rey de Israel, pero triste y lamentablemente Israel se negó a reconocerlo y por eso, eventualmente Jesús fue rechazado como el Mesías o el Cristo por la nación de Israel. No hay peor ciego que el que no quiere ver, reza el popular refrán. De modo que comencemos a mirar las credenciales de Jesús que lo certifican como el Cristo, o el Mesías, o el Rey de Israel. Dicho esto, si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 8: 1-13. Lo primero que notamos es a Jesús mostrando su poder sobre la lepra. Permítame leer el pasaje bíblico que se encuentra en Mateo 8: 1-4. La Biblia dice: Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.
La primera frase del versículo 1 del capítulo 8, es muy probable que corresponda al final del capítulo anterior, es decir al Sermón del Monte. Después de predicar desde el monte, Jesús descendió del monte y le seguía mucha gente. Lamentablemente, la gran mayoría de los que seguían a Jesús no lo hacían porque veían en Jesús al Cristo o al Mesías, sino por mera curiosidad o por algún interés egoísta. Esto se hará evidente más adelante en el libro. De lo que Mateo se va a ocupar ahora es de mostrar las credenciales de Jesús que le acreditan como el Cristo o el Mesías de Israel. La primera credencial es su poder sobre la enfermedad, y dentro de eso sobre una enfermedad terrible para la cual no había cura en los tiempos de Jesús. Me refiero a la lepra. Cuando un judío contraía lepra tenía que salir de su casa, abandonar a su familia y recluirse con otros leprosos en un lugar destinado específicamente para ellos. Cuando un leproso se aventuraba a salir de su lugar debía dar claras señales del grave mal que padecía. Según el libro de Levítico el leproso era inmundo. Debía llevar vestidos rasgado, su cabeza descubierta y embozado debía pregonar: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Parece que en los tiempos de Jesús los leprosos tenían que hacer oír el ruido de una campanilla a la par de pregonar: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Cuando la gente de la ciudad oía el repiquetear de la campanilla y las palabras ¡inmundo! ¡inmundo! Inmediatamente buscaba donde refugiarse para por un lado no exponerse al contagio y por otro lado para no tocar accidentalmente al leproso y contaminarse ceremonialmente. Sucede que el leproso de nuestra historia se acercó a Jesús y se postró ante él clamando a viva voz: Señor, si quieres puedes limpiarme. Es admirable la fe de este leproso, tal vez venciendo muchas dificultades se dio modos para presentarse ante Jesús. Al postrarse ante él está reconociendo que Jesús no era un hombre cualquiera sino Dios en persona. La fe del leproso era tal que reconoció que Jesús tenía todo el poder para curarle de su lepra. Todo era cuestión de que Jesús quiera curarlo. No era un asunto de si Jesús podía o no podía curarle sino un asunto de si Jesús quería o no quería curarle. Por eso el leproso clamó: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Pero más admirable es la conducta de Jesús. De ser otro hubiera buscado donde esconderse del leproso, como lo hicieron todos los que acompañaban a Jesús, pero no lo hizo. Todo lo contrario. Al ver al leproso postrado y al oír su clamor, dice el texto que Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Qué maravilla. Jesús descendió al plano del leproso y lo tocó. No le importó en absoluto que la sociedad de su tiempo le califique como inmundo. Tocando al leproso, Jesús pronunció esas magistrales palabras: Quiero, sé limpio. La lepra no pudo contra estas palabras. Dice el texto que al instante, la lepra desapareció. En un momento el hombre tenía toda la piel deshecha por la lepra y en el instante siguiente el hombre tenía toda la piel tan suave y tierna como la de un bebé. ¿Qué le parece? Maravilloso, ¿Verdad? Luego Jesús dijo al leproso: Mira, no lo digas a nadie; sino vé, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés para testimonio a ellos. A estas alturas de su ministerio público, Jesús no quería rodearse de curiosos. Por eso pidió a leproso ahora limpio que no diga a nadie lo que había pasado. Lo único que Jesús pidió a este hombre es que conforme a la ley de Moisés, se presente ante el sacerdote para que el sacerdote certifique que ya no tiene lepra y que presente la ofrenda de dos avecillas. La una era sacrificada y la otra era liberada. Otro evangelista, Marcos, relata que este ex leproso no se sometió a lo que pidió Jesús y publicó el milagro realizado y eso trajo inconvenientes a Jesús. La lepra en la Biblia simboliza el pecado. Así como el leproso de nuestra historia fue sanado por un toque de Jesús, así también el pecador puede ser sanado de su pecado con tan solo ser tocado, en un sentido espiritual, por Jesús. Esto ocurre cuando el pecador reconoce su triste condición espiritual y el peligro en el que se encuentra y por la fe recibe a Cristo como su personal Salvador. La segunda credencial de Jesús que le acredita como el Cristo o el Mesías de Israel es su poder sobre otra enfermedad, esta vez la parálisis. Voy a leer el pasaje bíblico que se encuentra en Mateo 8: 5-13. La Biblia dice: Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente dí la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.
Jesús se encontraba en Capernaum, ciudad de Galilea, junto al lago de Tiberiades, en la cual, entre otras cosas había una guarnición romana al mando de un centurión, el cual había construido la sinagoga judía. Mientras los judíos tenían serias dudas en cuanto a que Jesús era el Cristo o el Mesías de Israel, un gentil, el centurión romano no tenía ninguna duda en cuanto a esto. Esto presagiaba que aunque Jesús sería eventualmente rechazado por la nación de Israel como su Mesías, sin embargo muchos no judíos, o gentiles lo aceptarían como el Cristo su Salvador. Este centurión tenía un criado que por alguna razón estaba postrado en su casa, paralítico y sobre eso, gravemente atormentado. Al saber que estaba cerca, el centurión fue a Jesús y le rogó por su criado. Jesús acepta el pedido del centurión y le dice: Yo iré y le sanaré. Aquí es cuando se manifestó la profunda fe del centurión y a la vez su alto sentido de quien es Jesús y quién es él. El centurión sabía que un judío se hacía ceremonialmente impuro cuando entraba a la casa de un gentil y por tanto no quería que Jesús pase por esta vergüenza. Por eso sugiere a Jesús que simplemente de una orden para que el criado se sane. El centurión romano sabía muy bien que cuando alguien tiene autoridad, como él sobre sus súbditos, simplemente es cuestión de ordenar para que se hagan las cosas. El centurión sabía que Jesús tiene poder sobre la enfermedad por más terrible que sea y por eso simplemente necesitaba ordenar para que se haga lo que él quiere. Oyendo Jesús al centurión, quedó maravillado por su fe y dirigiéndose a los judíos dijo: En verdad, ni aun en Israel he hallado tanta fe. Esto era un anticipo de que en algún momento algunos no judíos disfrutarán de los beneficios de la salvación y la bendición de Dios mientras que algunos judíos serán echados fuera donde será el lloro y el crujir de dientes, una forma de hablar de la angustia y aflicción en el infierno. Dicho esto, Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste te sea hecho. El mismo instante el criado del centurión fue totalmente sanado. Jesús honró la fe del centurión cumpliendo con su pedido y de la manera que el centurión había sugerido. Aquí tenemos un milagro de sanidad hecho a la distancia. Jesús no necesitó tocar al enfermo, como lo hizo con el leproso. También tenemos un milagro de sanidad que no demandó la fe del enfermo, porque Jesús obró por la fe del centurión. Como resultado de estas dos obras maravillosas, hubo enfermos curados, pero el principal propósito de estos milagros de sanidad fue demostrar que Jesús es verdaderamente el Cristo, o el Mesías de Israel. ¿Lo reconoce usted también como tal? Si es así, debe recibirlo como su Salvador si todavía no lo ha hecho.
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