Con sumo placer damos la bienvenida a todos nuestros amigos oyentes. En instantes más estará junto a nosotros David Logacho para guiarnos en el estudio bíblico de hoy.
Estamos estudiando la primera epístola de Pablo a los Corintios en la serie que lleva por título: Un mensaje oportuno para una iglesia en crisis. En esta ocasión, el apóstol Pablo va a dar instrucciones acerca de qué hacer cuando en un matrimonio la parte incrédula rehúsa continuar viviendo junto a la parte creyente.
Las estadísticas de divorcio en el mundo están en constante aumento. No es extraño por tanto que el mundo esté como está en la actualidad, porque el matrimonio constituye elemento fundamental de toda sociedad.
Matrimonio fuertes, hacen una sociedad fuerte, matrimonios débiles hacen una sociedad débil. Dios en su palabra provee de toda la información para la edificación de matrimonios fuertes.
Parte de esa información aparece en la primera epístola de Pablo a los Corintios. Pablo cita al Señor Jesucristo para afirmar que la mujer no se separe del marido y de la misma manera que el marido no se separe de la mujer.
Este es el ideal de Dios. Esto es lo que los contrayentes se prometen el uno al otro en la ceremonia de bodas. Jesucristo mismo dijo: Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
Ahora bien, es relativamente fácil que los esposos permanezcan juntos cuando todo marcha bien en su relación. Pero la realidad es que no siempre todo va a ser color de rosa en la pareja. Los conflictos, los desacuerdos, los desajustes son inevitables. En casos así, se hace mucho más difícil que los esposos permanezcan juntos.
En estas circunstancias comienza a rondar la idea de un divorcio. Pero el divorcio no es la solución para los conflictos de pareja. El divorcio aplica el tiro de gracia al matrimonio. Recurrir al divorcio para resolver un conflicto de pareja sería equivalente a pensar que para resolver el problema causado por una molesta espina que se ha incrustado en el dedo, es necesario recurrir a la amputación del brazo.
El divorcio es la medida más egoísta que una pareja puede tomar para resolver sus problemas, porque sólo piensa en ellos, en su propio bienestar, y no piensa en el terrible impacto sobre los hijos, en el terrible impacto en la iglesia local donde se congregan, y lo que es peor, en el terrible impacto sobre el buen nombre de Cristo Jesús.
El divorcio lamentablemente existe y en el evangelio según Mateo se encuentra que la única causal válida para el divorcio es la fornicación. Cuando no hay fornicación de por medio y se ha agotado todo recurso para resolver un conflicto de pareja, queda una alternativa aparte del divorcio, aunque dolorosa por cierto. Se llama separación.
La pareja que se separa, sigue casada, pero no viven juntos. En este caso, el mandato del Señor Jesucristo es que las parejas que recurren a esta condición, tienen solamente dos opciones: Quedarse sin casar hasta la muerte o reconciliarse como pareja.
Luego Pablo prosigue dando instrucciones para parejas en las cuales, los dos eran incrédulos cuando se casaron, pero uno de ellos llega a ser creyente después de casado pero el otro todavía no. A este tipo de parejas, la orden de Pablo es que la parte creyente no abandone a la parte incrédula, siempre y cuando la parte incrédula esté dispuesta a seguir viviendo con la parte creyente.
La razón para este mandato de Pablo es porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera los hijos de los dos serían inmundos, mientras que ahora son santos. La presencia del cónyuge creyente en el hogar, santifica al cónyuge incrédulo y a los hijos de la pareja. ¿En qué sentido? Pues en el sentido de rodearlos de una atmósfera piadosa, de modo que en el tiempo de Dios y a la manera de Dios, ellos también lleguen a recibir a Cristo como Salvador.
Pero ¿qué pasa si la parte incrédula se rehúsa a continuar viviendo con la parte creyente? Esta pregunta nos introduce al material que tenemos para nuestro estudio de hoy. 1 Corintios 7:15 dice: «Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios.»
Note que quien toma la iniciativa en este caso es el incrédulo, no el creyente. Si el incrédulo manifiesta que no quiere continuar unido en matrimonio con el creyente, entonces al creyente no le queda otra alternativa sino separarse.
En este punto hay una división de opiniones entre los estudiosos de la Biblia. Para algunos significa que el creyente sigue casado con el incrédulo, pero no vive junto a él, sino que está separado. En este caso, el creyente separado tendría que someterse a la enseñanza anteriormente expresada por Pablo en cuanto a que no debe volver a casarse.
Pero para otros, significa que el creyente se divorcia del incrédulo y en consecuencia está en libertad para volver a casarse. Los que sostienen esto afirma que el vínculo matrimonial se puede disolver por tres motivos.
Número uno, por la muerte de uno de los dos, número dos, por el pecado de fornicación en uno de los dos, siempre y cuando se resista a reconocerlo y apartarse y número tres, cuando el incrédulo se separa.
Ambas posiciones tienen su fundamento y no se puede ser dogmático al respecto. Lo que se ve en la práctica es que cuando la parte incrédula no desea seguir junto a la parte creyente, la parte incrédula se separa y se divorcia y se vuelve a casar.
De esta manera quedaría automáticamente roto el vínculo matrimonial con la parte creyente, de manera que la parte creyente estaría en libertad de volver a casarse.
En todo caso, el consejo de Pablo es que la parte creyente no puede obligar a la parte incrédula a seguir viviendo juntos, por eso dice Pablo, que no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso. Obligar a la parte incrédula a vivir en contra de su voluntad con la parte creyente degenerará en permanente pelea. Pablo tiene mucha razón por tanto al decir que la parte creyente no puede vivir en un estado de permanente discordia con la parte incrédula porque a paz nos llamó Dios.
Este mandato de Pablo, me refiero a que si la parte incrédula no desea seguir viviendo con la parte creyente, entonces que la parte creyente se separe, puede haber llevado a algunos corintios a abrigar una preocupación.
La preocupación es: ¿Cómo entonces yo voy a lograr que mi pareja incrédula reciba a Cristo si me separo de ella? La respuesta de Pablo aparece en 1 Corintios 7:16 donde dice: «Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?»
Por supuesto que el marido incrédulo y los hijos de los dos se santifican en la mujer creyente y la mujer incrédula y los hijos de los dos se santifican en el marido creyente. Esto es un hecho como ya lo dijo Pablo, pero esto no significa que inevitablemente el esposo incrédulo o la esposa incrédula, o los hijos incrédulos van a llegar a ser salvos.
Puede ser que sí, pero también puede ser que no. El asunto es que la salvación no depende de que el incrédulo esté o no esté en un hogar donde haya la influencia benéfica de un creyente. La salvación es un asunto personal entre el incrédulo y Dios. No es correcto que una mujer creyente o un marido creyente obligue a su cónyuge incrédulo a permanecer juntos pensando que de eso depende que el cónyuge incrédulo llegue a ser salvo.
Pablo dice por tanto: ¿Cómo sabes tú, mujer, si acaso salvarás a tu esposo? ¿O cómo sabes tú, hombre, si acaso salvarás a tu esposa? Obviamente la presencia de la parte creyente en un hogar puede ser muy beneficiosa para que la parte incrédula este expuesta a un ambiente piadoso, pero la salvación de la parte incrédula no depende sólo de eso, sino principalmente de Dios.
Esto es en esencia lo que Pablo ordena a las parejas que una vez incrédulas, uno de los dos llega a recibir a Cristo como Salvador mientras que el otro todavía no. Lo deseable en este caso sería que el incrédulo, voluntariamente desee continuar la relación matrimonial con el creyente, pero no siempre se da lo que es deseable, de modo que cuando el incrédulo se resiste totalmente a continuar en matrimonio con el creyente, en ese caso, con el dolor del alma, el creyente debe separarse.
No será una decisión fácil porque habrá muchas cosas que están en juego, como los hijos, las emociones, los recuerdos, las posesiones adquiridas mientras estaba vigente la sociedad conyugal y tantas otras cosas más.
Pero si Dios demanda algo, es porque él mismo dará la fortaleza para llevarlo a cabo. Es necesario confiar en Dios sabiendo que él premia la obediencia aun cuando parezca que eso es lo menos indicado para hacer. Si usted ya ha recibido a Cristo como Salvador, pero su esposo o su esposa todavía no, es vital que usted como creyente esté dando un buen testimonio en el hogar, de modo que su esposa o su esposo no tenga ningún motivo para la separación.
De esta manera estará creando el ambiente para que él o ella y los hijos, en la voluntad de Dios, lleguen también a ser hijos de Dios.
Antes de despedirnos queremos agradecerle por su sintonía y además le invitamos a visitar nuestra página en Internet y nos haga llegar sus comentarios acerca del programa y además conozca la respuesta a la PREGUNTA DEL DÍA ¿El manto que le pusieron a Jesús era púrpura o escarlata?. Nuestra dirección en la Internet es: labibliadice.org Hasta la próxima y que Dios le bendiga ricamente.
Leave a comment