Es un gozo saludarle amable oyente. Soy David Logacho, agradeciéndole mucho por escuchar este programa. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy en el Evangelio según Lucas. Estamos estudiando el capítulo 15. A este capítulo se lo conoce como el capítulo de las cosas perdidas y encontradas, porque nos habla de una oveja perdida que es encontrada, de una moneda perdida que es encontrada, y de un hijo perdido que es encontrado. Ya hemos estudiado las parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida. En esta oportunidad vamos a estudiar la parábola del hijo perdido.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 15:11-32. La Biblia dice: También dijo: Un hombre tenía dos hijos;
Luk 15:12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
Luk 15:13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Luk 15:14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
Luk 15:15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
Luk 15:16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
Luk 15:17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Luk 15:18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Luk 15:19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
Luk 15:20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
Luk 15:21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Luk 15:22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
Luk 15:23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
Luk 15:24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Luk 15:25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
Luk 15:26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Luk 15:27 El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.
Luk 15:28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
Luk 15:29 Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
Luk 15:30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
Luk 15:31 El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Luk 15:32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
Las tres parábolas que se relatan en Lucas 15 fueron pronunciadas por el Señor Jesús, en respuesta a la murmuración de los fariseos y los escribas, quienes al ver al Señor Jesús rodeado de publicanos y pecadores decían entre ellos: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. La primera parábola se enfoca sobre la persona del Hijo, el Señor Jesús, quien como buen pastor, se humilló a lo máximo con tal de encontrar a su oveja perdida, es decir a pecadores como yo. La segunda parábola se enfoca sobre la persona del Espíritu Santo, quien arroja luz para que el pecador perdido pueda reconocer su deplorable estado espiritual y pueda aprovechar de la obra que el Señor Jesús hizo a su favor al morir en la cruz del Calvario. Es natural pensar entonces que la tercera parábola se enfoca sobre la persona del Padre, en su disposición amorosa de recibir a todo pecador que se acerca a Él por medio de Cristo. En la parábola es necesario hacer algunos paralelos. El padre de familia simboliza a Dios el Padre, el hijo mayor, simboliza a los fariseos y escribas, quienes se creían justos porque según ellos obedecían todo lo que Dios les había ordenado en la ley. La parábola comienza mostrando la absoluta rebeldía e impiedad del hijo menor. Al pedir a su padre la parte de los bienes que le pertenece, estaba diciendo, en otras palabras: Tú no me interesas, me da igual si estás vivo o muerto. Lo único que me interesa es la herencia a la que tengo derecho porque soy tu hijo. ¿Qué haría si un hijo le trata de esta manera? ¿Cuál sería su respuesta? Este hijo merece el peor de los castigos. Pero el padre obró con misericordia al no dar a su hijo lo que merecía, y en su lugar obró con gracia al dar a su hijo lo que no merecía. Hermoso cuadro de nuestro Padre celestial. Él también hizo lo mismo con cada uno de nosotros, pecadores. Cuando el hijo menor recibió lo que le correspondía en calidad de herencia, hizo su equipaje y se fue lo más lejos que pudo, para malgastar de lo que no lo ganó trabajando, sin preocuparse de lo que dirán las personas que le conocían. El texto dice que de esta manera desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Cuando no le quedaba ni un centavo, sobrevino una hambruna a ese lugar. Presionado por el hambre, buscó alguna manera de ganarse al menos techo y pan para no morir de hambre. El único trabajo que consiguió fue apacentar cerdos en una hacienda. No olvide que este hijo insensato era judío. Los judíos ni siquiera se acercaban a los cerdos, porque eran animales inmundos, pero en su desgracia, este joven tocó fondo al tener que vivir entre los cerdos. Esto ilustra el vertiginoso descenso de todo pecador hacia el máximo de la degradación. El pecado ofrece tanto, pero no cumple nada de lo que ofrece, sino sólo desdicha y soledad. En este estado, este hijo insensato volvió en sí. Hasta ese momento había estado como loco. Recuperando la cordura se acordó de su casa y de su padre, y decidió volver. Antes de partir de regreso a su casa y a su padre, preparó un discurso, para aplacar en algo la ira justificada que según él tendría su padre por todo lo malo que había hecho contra él. El discurso decía: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo, hazme como a uno de tus jornaleros. Con discurso en mano, se encaminó a su casa y a su padre. El texto dice que cuando aun estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió hacia su hijo, sin importarle lo sucio y andrajoso, y se echó sobre su cuello y le besó. Este fue el momento para que el hijo comience a recitar su discurso, pero el padre no le dejó terminar. El hijo no llegó a decir la última parte: Hazme como a uno de tus jornaleros. El padre ordenó a sus siervos que saquen el mejor vestido para vestirle, que le pongan un anillo en su mano y calzado en sus pies, y que se haga una gran fiesta de bienvenida. ¿Merecía ese hijo todo esto? Absolutamente no. Hermoso cuadro de lo que hace nuestro Padre celestial con todos nosotros. A pesar de haber caído a lo más profundo en el pecado, cuando decidimos ir a él, no nos rechaza, no nos reta, no nos pone condiciones para recibirnos. Simplemente nos recibe, nos colma de favores que de ninguna manera merecemos, y se llena de gozo por tenernos junto a él. ¡Qué maravilloso que es nuestro Padre! El hijo perdido fue encontrado. A todo esto, el hijo mayor estaba trabajando en el campo, pero no por amor a su padre, sino por obligación y más aún para agradarse a sí mismo, porque el campo en el que trabajaba era suyo a raíz que el padre repartió la herencia. Al caer la tarde, el hijo mayor volvió a su casa y a lo lejos oyó la música y las danzas, y en lugar de ir a su padre y averiguar lo que estaba pasando, se valió de un criado. Esto muestra que este hijo mayor no tenía ninguna confianza hacia su padre. Cuando el criado le informó que había vuelto su hermano sano y salvo y que su padre había organizado una fiesta para regocijarse con sus amigos, en lugar de alegrarse, se enojó malamente. Esto descubre el tenebroso corazón de este hijo. Pero a pesar de eso, el padre actuó con misericordia hacia el hijo mayor. El texto dice que el padre rogaba a su hijo mayor que entre a la casa. Ciego en su orgullo, rebelión y odio a su padre, el hijo mayor sacó toda la podredumbre que había en su corazón. Con total irrespeto increpó a su padre diciendo: He aquí, tantos años te sirvo. Esto es falso, porque este hijo mayor no estaba sirviendo a su padre, sino sirviéndose a sí mismo. Luego dijo: No habiéndote desobedecido jamás. En verdad que obedeció siempre a su padre, pero esta obediencia no fue de corazón, sino por interés. Por eso el hijo mayor dijo a su padre: Nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Acto seguido, el hijo mayor expresó su profunda antipatía hacia su hermano menor. Dijo: Pero cuando vino este tu hijo. Note el odio que tenía. No dijo: mi hermano, sino éste, tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras. Interesante el hijo mayor estaba al tanto de la manera como vivía su hermano menor, pero nunca hizo nada para ayudarlo a dejar su vida de pecado. Prosiguiendo con su odio, el hijo mayor manifestó su desacuerdo con su padre por haber agasajado a su hermano menor. Como era misericordioso, el padre se limitó a decir a su hijo mayor: Tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas, pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido, se había perdido y es hallado. La parábola no registra lo que pasó después, pero es natural imaginar que el hijo mayor siguió atesorando su odio hacia su hermano en su corazón. El hijo mayor es figura de los fariseos y escribas, quienes jamás ayudaron a los publicanos y pecadores, a pesar de saber lo mal que estaban, sino que más bien guardaban odio contra ellos y se molestaron grandemente cuando Dios el Padre en la persona del Señor Jesús, estaba recibiéndolos. En resumen amable oyente, el Padre es misericordioso. ¿Ha ido a Él para que le reciba como lo hizo el hijo menor de la parábola? Si no lo ha hecho, no siga más en el fango del pecado. Levántese, como hizo el hijo menor, y resueltamente vaya al Padre. El camino al Padre es el Hijo, el Señor Jesús. El Padre está listo para recibirlo con los brazos abiertos. Reciba a Cristo hoy como su Salvador.
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