Es un inmenso placer saludarle amiga, amigo oyente. El Ministerio Internacional La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. En épocas pasadas, cuando un rey iba en visita oficial a otro país, primeramente enviaba a uno de sus súbditos de confianza para hacer los arreglos alusivos a la visita. No es extraño que el inicio del ministerio público del Rey de Reyes y Señor de Señores, también haya estado precedido de un mensajero singular. Sobre esto nos hablará David Logacho en el estudio bíblico de hoy sobre el libro de Mateo, en la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores.
Qué gozo es para mí compartir este tiempo junto a usted, amable oyente. Con la ayuda del Señor continuemos con el estudio del libro de Mateo, en el cual se presenta a nuestro Señor Jesucristo como Rey de Reyes y Señor de Señores.
Si, de pronto, tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo capítulo 3. Muy bien. Ahora que lo tiene, debo indicarle que entre el final del capítulo 2 de Mateo, y el comienzo del capítulo 3 de Mateo transcurre un intervalo de tiempo de unos cuantos buenos años. Precisamente el tiempo entre el momento que Jesús se estableció junto con su familia en Nazaret, siendo niño, hasta el momento que inició su ministerio público. Lucas, en su Evangelio afirma que Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años. Esto es bueno tener en cuenta para desechar por falsa, cualquier aseveración extra bíblica en cuanto a algo que hizo o dijo Jesús, durante este intervalo. No es que Jesús no hizo nada o dijo nada durante este tiempo, sino que cualquier cosa que haya hecho o haya dicho no está registrado en la Biblia por cuanto eso no era pertinente a su propósito salvador. Hecha esta aclaración, debo indicarle amable oyente que el pasaje bíblico que vamos a estudiar hoy es Mateo 3:1-6. El personaje central de este pasaje bíblico es un mensajero. Este mensajero es muy especial. Veamos qué es lo que la Biblia dice sobre él. En primer lugar tenemos la identidad del mensajero.
I. La identidad del mensajero. Mateo 3:1 dice: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,”
A. Aquellos días se refiere a la época en que Jesús comenzó su ministerio público en la tierra.
B. Juan el Bautista fue hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa Elisabet, quien era parienta de María la madre de Jesús. El nacimiento de Juan el Bautista, estuvo rodeado de eventos maravillosos, no tan maravillosos como los que rodearon al nacimiento de Jesús, pero ciertamente fuera de lo común. Los detalles del nacimiento de Juan el Bautista aparecen en Lucas 1:5-25 y 57 a 80. En el versículo 80, hablando de Juan el Bautista, encontramos lo siguiente: “Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.”
C. Este es el mensajero de quien estamos hablando. En su momento, este mensajero comenzó a predicar su mensaje en el desierto de Judea. Se trata de un territorio baldío como a un día de camino de Jerusalén el cual se extiende por la orilla occidental del mar Muerto. En segundo lugar encontramos el mensaje del mensajero.
II. El mensaje del mensajero. En Mateo 3:2-3 leo lo siguiente: “y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” El mensaje de Juan el Bautista es sencillo pero efectivo. Contiene un mandato, luego la razón para el mandato, y finalmente la connotación profética del mandato.
A. El mandato: Arrepentíos. En el idioma en que se escribió el Nuevo Testamento, el verbo arrepentirse, el verbo metanoéo, es un verbo compuesto: meta, que significa después, implicando un cambio, y noéo, que significa percibir con la mente. Arrepentirse tiene que ver entonces con un cambio de mente o con un cambio del modo de pensar sobre determinado asunto, en este caso, sobre el pecado. Este cambio de mente se debe manifestar en un cambio de conducta, básicamente en un abandono del pecado, como se hace evidente más adelante en el pasaje bíblico.
B. La razón para el mandato. Juan el Bautista invita a sus oyentes a arrepentirse por una sola y simple razón: Porque el reino de los cielos se ha acercado. Reino de los cielos es una expresión propia de Mateo. La palabra cielos es un eufemismo para hablar del nombre de Dios, considerando el celo que tenían los judíos en cuanto a no usar en vano el nombre de Dios. El reino de los cielos o el reino de Dios es la esfera en la cual Dios ejerce su dominio sobre los que son suyos. Se dice que es el gobierno del cielo sobre la tierra. El pueblo judío del tiempo de Jesús estaba esperando que se establezca en la tierra este reino mesiánico o Davídico. Esto es lo que se había acercado. Jesucristo, el legítimo Rey de Israel estaba por manifestarse, lo cual era indispensable para el establecimiento del reino de los cielos o del reino de Dios en la tierra. La nación de Israel rechazó a Jesús como su Rey y su Mesías, y por eso le crucificaron, de modo que el establecimiento literal del reino de los cielos en la tierra o del reino de Dios en la tierra quedó pospuesto hasta la segunda venida de Cristo. Luego tenemos la connotación profética del mandato.
C. La connotación profética del mandato. Lo que Juan el Bautista era y predicaba fue el cumplimiento de una profecía. En Isaías 40:3 se lee estas palabras dichas por el profeta Isaías: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.” Juan el Bautista se identificaba a sí mismo como esa voz que clama en el desierto. El propósito del clamor es preparar o enderezar calzada a Jehová. La nación de Israel tenía que arrepentirse de su pecado como paso previo al establecimiento del reino de los cielos o del reino de Dios en la tierra. En tercer lugar tenemos el vestuario y la dieta del mensajero.
III. Mateo 3:4 dice: “Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. Es por demás interesante este texto en cual se presenta la vestimenta y la dieta de Juan el Bautista. Aunque nos parezca algo extraño, esa era la forma de Juan el Bautista de identificarse con un profeta muy importante en Israel, el profeta Elías. En 2 Reyes 1:8 se describe a Elías como uno que tenía vestido de pelo y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero. Los judíos sabían por medio de las Escrituras en Malaquías, que la venida del Mesías iba a estar precedida por la manifestación de Elías. Si Israel hubiera recibido a Jesús como su Mesías, Juan el Bautista hubiera sido el cumplimiento de la profecía de Malaquías en el sentido que Elías vendrá primero antes del Mesías.
IV. En cuanto a la práctica del mensajero, note lo que dice Mateo 3:5-6 “Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados.” Mucha gente se daba el trabajo de ir al desierto de Judea a escuchar el mensaje de Juan el Bautista. Había gente de Jerusalén, toda Judea y toda la provincia de alrededor del Jordán. Los que de corazón recibían el mensaje de Juan el Bautista confesaban sus pecados y eran bautizados por Juan el Bautista en el Jordán. Confesar pecados significa ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a que cometimos alguna falta. El significado del bautismo de Juan el Bautista tiene sus raíces en los ritos de purificación del Antiguo Testamento. Estos ritos también se administraban a los gentiles que se convertían al judaísmo, es decir a los prosélitos. El bautismo de Juan el Bautista simboliza de una forma poderosa el arrepentimiento de corazón de los judíos. Los judíos que eran bautizados por Juan el Bautista estaban admitiendo que habían llegado a ser tal vez peor que los gentiles en un sentido espiritual y que por tanto, interiormente necesitaban llegar a ser el genuino pueblo de Dios. La gente se estaba arrepintiendo de su vida de pecado en preparación para la venida del Mesías.
APLICACIÓN: La manera cuidadosa como Dios ordena los eventos. El cumplimiento preciso de las profecías. La necesidad de arrepentimiento del pecado de todos aquellos sobre quienes gobierna Dios.
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