Es un gozo saludarle amiga, amigo oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. El perdón es otra de las características de la vida auténticamente cristiana, y sobre eso nos hablará en instantes más, David Logacho.
Leonardo da Vinci fue uno de los hombres más extraordinarios de la historia. Fue un ingenioso inventor, un notable ingeniero y un diestro pintor. Justo antes de iniciar su renombrada obra de arte “La última cena” tuvo una violenta discusión con uno de sus colegas pintores.
Da Vinci estaba tan furioso y enojado que quiso vengarse de su adversario por medio de retratar a Judas Iscariote con el rostro de ese pintor. De esa manera, pensaba Da Vinci, su enemigo sería despreciado por generación y generación.
Dicho y hecho, tomó los pinceles y lo primero que hizo fue pintar la cara de Judas Iscariote. Para todos era obvio que el Judas Iscariote pintado por Da Vinci era idéntico al pintor con quien tuvo la pelea. Pero luego sucedió algo inesperado. Cuando le tocó pintar el rostro de Cristo, no le salía lo que él tenía en mente. Varias veces tuvo que borrar lo que había hecho para hacerlo nuevamente, pero por más empeño que ponía, no lograba plasmar lo que quería. Parecía como si hubiera una fuerza sobrenatural que estaba afectando negativamente su reconocida destreza para la pintura.
Mientras meditaba en lo que podría estar pasando, llegó a la conclusión. La razón para no poder pintar el rostro de Cristo era porque había pintado el rostro de su colega pintor en la figura de Judas Iscariote. Arrepentido por lo que había hecho, borró el rostro de Judas Iscariote, y comenzó a pintar una vez más el rostro de Cristo. Esta vez logró lo que quería. Había quedado plasmado para la posteridad esa formidable obra de arte.
No se puede retratar el carácter de Cristo cuando el corazón está abrigando rencor contra alguien que nos ha causado algún daño. El mejor y único remedio para el rencor es el perdón y esto es justamente una característica de la vida auténticamente cristiana.
Al hablar del perdón, pensemos primero en la definición del perdón. La Biblia utiliza varias palabras cuando habla de perdón. Las más importantes son cuatro. En el Antiguo Testamento aparece como “Salah” en Éxodo 34:9 donde leemos: “Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad.”
La palabra Hebrea “Salah” significa rociar o verter. Tiene que ver con la ceremonia que realizaba el Sumo sacerdote en el día de expiación, o Yom Kipur, cuando entraba al lugar santísimo llevando la sangre de un macho cabrío que previamente había sido sacrificado, y rociaba esa sangre sobre la cubierta del arca del testimonio, conocida como el propiciatorio.
Era una forma simbólica de decir: la sangre de la víctima inocente que fue sacrificada cubre temporalmente el pecado, de modo que Dios pueda tener comunión con el pecador. Cuando Moisés dice a Dios: Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, está diciendo, que la sangre de una víctima inocente, cubra temporalmente nuestro pecado para que tú, Dios, tengas comunión con nosotros.
Interesante que el pecado estorba la comunión con Dios, el perdón quita ese obstáculo, para que la comunión con Dios esté libre de obstáculos. En el Nuevo Testamento aparecen tres palabras que se traducen como perdón.
Afiemi, es la traducción de un verbo griego que significa: Enviar lejos, despedir, liberar. Esta palabra aparece en Mateo 6:12 donde dice: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” El sentido de este texto, en lo que tiene que ver con el perdón, es decir a Dios: Envía lejos mi pecado. No te acuerdes más de él. Que mi pecado no estorbe mi comunión contigo.
Otra palabra para perdón en el Nuevo Testamento es Xarizomai, cuyo significado tiene que ver con otorgar un favor en forma incondicional. Aparece en textos como Efesios 4:32 donde dice: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” El sentido de estas palabras en cuando al perdón es: Háganse un favor incondicional entre ustedes, perdónense sus ofensas.
Otra palabra es Apolúo, verbo que significa desatar, dejar en libertad. Aparece en textos como Lucas 6:37 donde dice: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.” La falta de perdón es como una cárcel que atrapa a sus víctimas. El perdón es equivalente a abrir el cerrojo de esa cárcel. Cuando perdonamos quedamos en libertad. El mejor favor que podemos hacernos nosotros mismos es perdonar.
Perdón entonces tiene que ver con remover obstáculos que impiden comunión, con enviar tan lejos una ofensa, para que no estorbe la comunión, con recibir el favor inmerecido de que una falta no cause una división y con quedar libre de la prisión que es la falta de perdón. Con esto en mente pasemos a tratar el asunto de la descripción del perdón.
En primer lugar, es obligatorio. Marcos 11:25 dice: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.”
El verbo perdonar está conjugado en tiempo presente, modo imperativo, voz activa. Esto significa que perdonar es una orden válida en todo instante. No es cuestión de que perdono si quiero perdonar o si no quiero perdonar no perdono. Tampoco es cuestión de que perdonaré cuando sienta que debo perdonar, pero como ahora no siento perdonar no perdono. Nada de esto. El perdón es una obligación. Es una orden. Si no estamos perdonando estamos en pecado.
Segundo, el perdón es incondicional. Colosenses 2:13 dice: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircunsición de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados.”
El hombre no está jamás en su mejor momento cuando Dios le alcanza con su perdón. El texto dice que el hombre estaba muerto en pecados y en la incircunsición de su carne. Es decir en un estado miserable. Sin embargo, Dios vino a él y le perdonó. Dios no puso condiciones para otorgar el perdón. Dios no dijo: Si dejas de pecar te perdono, o si me prometes que nunca más vas a pecar te perdono. Nada de esto. Dios simplemente perdonó sin poner ningún tipo de condición. Así debe ser nuestro perdón a otros. Jamás diga a quien le ofendió: Te perdonaré si prometes que nunca más me vas a volver a ofender.
Tercero, el perdón es completo. Jeremías 33:8 dice: “Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados que contra mí pecaron, y que contra mí se rebelaron.”
El perdón de Dios es absoluto. El texto dice: Yo los limpiaré de toda su maldad. Yo perdonaré todos sus pecados. Dios no deja nada que deba perdonar. Así debe ser nuestro perdón a otros. Jamás diga: Te perdono por esto, pero por aquello otro que me hiciste, no te perdonaré jamás.
Cuarto, el perdón es persistente. Mateo 18:21-22 dice: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.”
Los rabinos de la época de Jesús enseñaban que se debe perdonar hasta tres veces. Pedro pensó que estaba siendo generoso, estando dispuesto a perdonar hasta siete veces. Quizá esperaba las felicitaciones de Jesús. Pero Jesús puso las cosas en su verdadera dimensión cuando dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Esto no significa que debemos contar las veces que alguien nos ofende y perdonar hasta que llegue la vez número setenta veces siete, o cuatrocientos noventa. Lo que está diciendo Jesús es que debemos perdonar siempre que nos ofendan, el perdón es persistente.
Por último, en quinto lugar, el perdón es permanente. Salmo 103:12 dice: “ Cuánto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.”
Cuando Dios nos perdona, su perdón es permanente. Dios en realidad olvida las ofensas que ha perdonado. El ser humano no siempre está en capacidad de olvidar las ofensas que recibe, pero lo que sí puede hacer es un compromiso delante de Dios, para nunca jamás hacer referencia a una ofensa perdonada, para reclamar o buscar venganza del ofensor. Si pusiéramos esto en práctica, habría, por ejemplo, menos motivos para pelear entre esposos. Porque algunas esposas se ponen no solo histéricas sino históricas cuando discuten con sus esposos. Ah… que tú me hiciste esto o aquello. Sacan todo el historial delictivo del marido.
El esposo responde: Sí, pero ya te pedí perdón y tú me perdonaste. Ella se encoge de hombros y simplemente sigue sacando cosas del pasado para atacar a su esposo. Una esposa que actúa así, no ha entendido que el perdón es permanente.
¿Tiene Usted algo en contra de alguien que le ha hecho algún mal? Reciba un buen consejo. Hoy mismo perdone a esa persona. Si puede hablar con esa persona para decirle que le perdona, seria excelente. Lamentablemente no siempre es posible, porque se dan casos cuando los que nos ofenden no nos quieren ver ni de lejos. Pero aún en casos así, perdone. Es el mejor favor que puede hacerse a Usted mismo. Además es otra característica de la vida auténticamente cristiana.
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