Qué gozo es estar nuevamente junto a Usted, amiga, amigo oyente, para continuar estudiando el modelo de oración que el Señor Jesucristo enseñó a sus discípulos, el popular Padre Nuestro. En nuestro último estudio bíblico pudimos apreciar tres aspectos importantes sobre esta oración. Es una oración centrada en la persona de Cristo. Es una oración que comienza con adoración y termina con alabanza y acción de gracias. Es una oración que pone en primer lugar los asuntos de Dios y después los asuntos del hombre. En esta ocasión miraremos más de cerca todo lo que está encerrado en la expresión: Padre nuestro que estás en los cielos.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo capítulo 6. Permítame leer la primera parte del versículo 9. La Biblia dice: Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos… Vamos a detenernos allí. Por lo que estudiamos en el Evangelio de Lucas, el modelo de oración que el Señor Jesús enseñó a sus discípulos fue a raíz del pedido de uno de ellos cuando le dijo: Enséñanos a orar. El deseo de este discípulo debería ser el deseo de todo hijo de Dios. Todos necesitamos aprender a orar. Nadie nace sabiendo. No hay mejor maestro que el Señor Jesús para enseñarnos a orar, porque él tiene un conocimiento perfecto de Dios porque él es Dios y además, él tiene un conocimiento perfecto del hombre, porque él se hizo hombre. El Padrenuestro, no es la oración que haría el Señor Jesús a su Padre. Jamás lo sería, porque él jamás podría, por ejemplo, pedir a su Padre que le perdone sus pecados. El Señor Jesús jamás cometió pecado ni de hecho ni de pensamiento. Él simplemente no podía pecar. El Padrenuestro es el modelo de oración para los que somos discípulos del Señor Jesús. Este modelo comienza identificando a la persona a quien se debe dirigir la oración. Es al Padre. Pero ¿Quién es el Padre? Pues es la persona de Dios pero en una relación muy especial y particular con otras personas. Para que alguien pueda llamar a Dios Padre, primeramente necesita llegar a ser su hijo. Esto no resulta del nacimiento físico sino del nacimiento espiritual. Para que un pecador como Usted y como yo pueda llegar a ser hijo de Dios y pueda llamarlo Padre, necesita nacer de nuevo, o nacer espiritualmente y esto resulta de recibir al Señor Jesús como único y personal Salvador. Juan 1:12 dice: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; Joh 1:13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Qué maravilla. Por medio de creer y recibir al Señor Jesús como Salvador, un pecador llega a ser hijo de Dios, engendrado de Dios. Solamente así el pecador llega a tener esa relación tan íntima y estrecha con Dios y está en posición de llamar a Dios, Padre. Pero Dios hace algo más con los que reciben al Señor Jesús como Salvador. Dios los adopta como hijos adultos en su familia. Efesios 1:5 dice: en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.
Como hijos adultos en la familia de Dios, los creyentes gozamos de privilegios y responsabilidades sin par. Cuando J. F. Kennedy era presidente de los Estados Unidos, tenía a su disposición un equipo de seguridad tan eficiente que jamás permitiría a cualquier persona, por más importante que sea, entre a la oficina oval para hablar con el presidente, a menos que haya pasado por todo el trámite burocrático para ser recibido, pero eso no se aplicaba a su pequeño hijo, quien no tenía que pasar por todo el dispositivo de seguridad, y cuando quería podía entrar a la oficina de su papá y hasta divertirse con sus juguetes en la alfombra. Tenía el privilegio de ser hijo del presidente de los Estados Unidos. Algo así, guardando las proporciones, es lo que sucede con los que somos hijos de Dios. Entre él y nosotros existe tanta confianza que nos permite llamarle Padre, inclusive Abba Padre como dice Pablo en una de sus cartas, una forma muy familiar para llamar al papá. Permítame hacerle una pregunta en este punto, amable oyente. ¿Puede Usted llamar a Dios, Padre? Si ha recibido al Señor Jesús como su Salvador, puede hacerlo, pero si jamás ha recibido al Señor Jesús como su Salvador no tiene ningún derecho de llamar Padre a Dios. Si ese es su caso, este mismo instante reciba al Señor Jesús como su único y personal Salvador y llegará a ser hijo de Dios y podrá llamar a Dios: Padre. Pero también note que en la oración modelo dice: Padre nuestro. Dios no es Padre sólo de unos pocos, sino de absolutamente todos los que le hemos recibido como nuestro Salvador. Existe un sentir de unidad familiar aquí. Cuando nos acercamos a Dios debemos hacerlo con plena conciencia de que no somos los únicos sino que somos una gran familia en todo el mundo. De ser así, no deberíamos buscar nuestro bienestar en desmedro de otros hermanos de la familia. ¿Cómo puedo acercarme al Padre cuando a la vez estoy haciendo algo malo contra otro de sus hijos? ¿Cómo puedo acercarme al Padre cuando estoy enemistado con otro de sus hijos? ¿Cómo puedo acercarme al Padre cuando busco mis propios intereses e ignoro los intereses de otro de sus hijos? El modelo de oración no dice: Padre mío, sino Padre nuestro. Pero avancemos un poco más. La oración modelo que el incomparable Maestro enseñó a sus discípulos dice: Padre Nuestro que estás en los cielos. Esto nos habla de la soberanía, majestad y omnipresencia del Padre. ¿Notó que la palabra cielo está en plural? Padre nuestro que estás en los cielos, dice; no Padre nuestro que estás en el cielo. ¿Se ha preguntado por qué la palabra cielo está en plural? Pues la razón es muy sencilla. La Biblia nos habla de tres cielos. El primer cielo es la atmósfera que circunda la tierra. De este cielo nos habla Génesis 1:20 donde dice: Gen 1:20 Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos.
El Padre está en este cielo. El segundo cielo es lo que nosotros llamamos el firmamento, o el universo, poblado de planetas, estrellas y todo tipo de objetos celestes. De este cielo nos hablan textos como Salmo 8:3 donde dice: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste.
El Padre también está ejerciendo su control soberano en este cielo. Sólo así se explica que el sol esté en su lugar, que los planetas giren alrededor de él en forma sincronizada, que la luna no caiga sobre la tierra, que las estrellas se muevan sincronizadamente en las galaxias y tantas otras cosas más. El universo guarda un maravilloso orden por la mano soberana del Padre. El tercer cielo es la morada permanente de Dios. Pablo nos habló sobre esto en 2 Corintios 12:2 donde dice: Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.
El Padre es soberano también en su morada permanente. Él está en los cielos. No existe lugar en el mundo o fuera de él donde el Padre no esté presente y no esté controlándolo todo. Cuando oramos diciendo: Padre Nuestro que estás en los cielos, estamos reconociendo este hecho maravilloso. Las situaciones que enfrentamos en este mundo, ya sean pruebas que no hemos buscado o consecuencias de nuestras malas decisiones nos causan dolor y nos hacen flaquear en nuestra fe, pero en medio de esas condiciones adversas debemos reconocer que el Padre no ha perdido el control de nada de lo que sucede en la tierra o fuera de ella. Al mirar las deplorables condiciones en las que está el mundo, debemos concluir que no siempre será así. El Padre tiene un propósito para todo lo que pasa y cuando se cumpla su propósito veremos que todo lo que ha hecho tiene sentido absoluto. Hemos comenzado a examinar el Padrenuestro, la oración modelo que el Señor Jesús enseñó a sus discípulos. La oración se debe dirigir al Padre tomando conciencia de que somos sus hijos, por su gracia y misericordia, al haber recibido por la fe al Señor Jesucristo como nuestro Salvador personal. Los que jamás han recibido a Cristo como Salvador no pueden llamar a Dios Padre. Como Padre, él tiene cuidado de nosotros, como hijos, nosotros podemos depender de él y someternos a él sin temor alguno. Siendo sus hijos, podemos enfrentar el futuro con absoluta seguridad, porque nuestro Padre es soberano en los cielos. Nuestro Padre tiene todo bajo su control en todo lugar. Siendo así, podemos entrar a su presencia con la total certeza de que su oído estará atento a nuestro clamor. Qué bendición es saber que él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos. Amén.
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