Qué gozo es compartir este tiempo junto a Usted, amiga amigo oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Gálatas, en la serie que lleva por título: Gálatas, la carta magna de emancipación de la iglesia. Ahora nos corresponde estudiar acerca del principio de crucifixión de la carne. En instantes más estará con nosotros David Logacho para tratar este interesante tema.
La naturaleza se maneja sobre la base de principios establecidos por su Creador. Lo mismo sucede en el plano espiritual. Dios ha establecido ciertos principios que son inviolables e infalibles. En esta ocasión vamos a estudiar acerca de uno de estos principios espirituales importantes. Como antecedente, recordemos que el apóstol Pablo, el autor de la carta a los Gálatas, ha estado hablando acerca de lo imposible de controlar los apetitos de la naturaleza pecaminosa por medio de someterse al cumplimiento de leyes o reglamentos, inclusive la ley de Moisés o alguna parte de ella. En términos de Pablo, esto equivale a buscar la santidad mediante el esfuerzo de la carne. Pero la carne no está en capacidad de producir nada bueno. La única manera de controlar los apetitos de la naturaleza pecaminosa es mediante la sumisión al Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo controla al creyente, produce en ese creyente lo que la Biblia llama el fruto del Espíritu. Un creyente que manifiesta esta obra del Espíritu no necesita someterse a leyes o reglamentos para lograr vivir en santidad. La gran pregunta sería entonces: ¿Qué es lo que hace posible que la otro hora poderosa naturaleza pecaminosa haya sido privada de su poder sobre el creyente? Justamente aquí es donde surge ese principio espiritual por demás importante. Lo primero que tenemos es el enunciado del principio. Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” Observe con atención que este texto no está hablando de cualquier tipo de persona, sino de un tipo especial de persona. Son las personas que son de Cristo. Esto da un sentido de pertenencia del creyente hacia su Salvador, pero también da un sentido de apropiación de todos los beneficios que Cristo logró con su muerte para los que creemos en él. ¿Es Usted de Cristo amable oyente? Gracias a Dios si lo es. Pero si no lo es, ¿Le gustaría serlo este mismo instante? Para eso, lo único que Usted tiene que hacer es reconocer que es pecador. Tiene que reconocer que como tal, está separado de Dios y en peligro de recibir condenación eterna. Tiene que reconocer que Cristo murió en la cruz como pago completo del pecado que Usted ha cometido y cometerá. Y tiene que reconocer que para recibir el perdón de su pecado Usted necesita recibir a Cristo como su Salvador. Si Usted desea este mismo instante ser de Cristo, hable con Dios y en sus propias palabras dígale a Dios que quiere recibir a Cristo como su Salvador. Dios contestará su oración y Usted pasará a ser de Cristo. Muy bien, el apóstol Pablo dice entonces que los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Este es el principio espiritual del que venimos hablando. El texto nos habla de que los que somos de Cristo hemos crucificado la carne. Cuando Pablo habla de la carne, nos está hablando de la naturaleza pecaminosa del creyente. La carne es esa inclinación innata en el ser humano, por la cual el ser humano hace todo lo contrario a la voluntad de Dios. Antes de ser creyente, el ser humano es esclavo de la carne o esclavo de esta naturaleza pecaminosa. Pero el instante que el creyente recibió a Cristo sucedió algo grandioso para ese creyente. La carne o la naturaleza pecaminosa fue crucificada juntamente con Cristo. Ponga atención a lo que dice el mismo apóstol Pablo acerca de este hecho en Romanos 6:6 “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” Maravilloso, ¿no le parece? El viejo hombre, o la naturaleza pecaminosa, o la carne, fue crucificado juntamente con Cristo. Como resultado de este principio espiritual, la carne ha perdido el poder de dominio que antes tenía. El cuerpo de pecado ha sido destruido. El creyente por tanto ha sido liberado de la esclavitud de su viejo hombre o de la naturaleza pecaminosa o de la carne. En estas condiciones, el creyente puede perfectamente rebelarse contra los deseos y pasiones de su carne. Romanos 13:14 dice: “sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.” Ahora el creyente puede presentar batalla contra ese poderoso enemigo llamado carne. 1 Pedro 2:11 dice: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.” Pero volvamos a Gálatas 5:24. Note el tiempo en la conjugación del verbo crucificar. Dice que los que somos de Cristo hemos crucificado la carne. No dice crucificamos la carne o crucificaremos la carne. El tiempo del verbo es pasado. Describe una acción que sucedió una sola vez en el pasado y no necesita volver a suceder. La crucifixión de la carne en el creyente fue un solo acto que aconteció cuando el creyente recibió a Cristo como Salvador. Ese instante, la carne sufrió una irreparable derrota, de la cual nunca podrá recuperarse. Esta derrota significó que la carne nunca más podrá obligar al creyente a satisfacer sus pasiones y deseos. Pero no nos confundamos amable oyente, el hecho que la carne en el creyente ha sido crucificada juntamente con Cristo el instante que el creyente recibió a Cristo como Salvador, no significa que se ha eliminado su presencia para siempre en el creyente. Ojalá fuera así. Pero no. La carne todavía está presente, pero ha sido despojada del poder de dominio que antes tenía. Ha sido desplazada del trono, pero si el creyente lo permite, la carne todavía podrá hacer de las suyas. Todo depende del creyente. Recuerde que el creyente peca cuando quiere pecar. El incrédulo, en cambio, peca porque eso es lo único que sabe hacer, por cuanto es esclavo de su carne o de su vieja naturaleza. El principio espiritual ha sido enunciado. Los que somos de Cristo hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si Usted es creyente, Usted debe dar por sentado como un hecho este principio espiritual. Por tanto, la próxima vez que su carne o su naturaleza pecaminosa insinúa hacer algo contrario a lo que dice la palabra de Dios, repréndale diciendo cosas como: No te voy a obedecer, porque no tienes poder para dominarme. Fuiste crucificada juntamente con Cristo. Déjame en paz. Es increíble, pero algo sencillo como esto hará que su carne se aleje como un perro con la cola entre las piernas. Usted habrá hecho práctico el principio que su carne ha sido crucificada juntamente con Cristo. Avanzando en nuestro estudio, una vez que hemos enunciado el principio consideremos ahora el ejercicio de este principio. Gálatas 5: 25-26 dice: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.” Para poner en práctica o para ejercitar el principio de que los que somos de Cristo hemos crucificado a la carne con sus pasiones y deseos, es necesario echar mano del Espíritu Santo. Eso es lo que nos está diciendo el texto que acabamos de leer. El texto no es una declaración condicional sobre algo. El texto es una afirmación de un hecho importante. Bien podría leerse de esta manera: Siendo que vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. El creyente nació a la vida espiritual mediante una obra sobrenatural del Espíritu Santo y la palabra de Dios. Pablo exhorta a que de la misma manera dependamos del poder del Espíritu Santo para mantener a la carne, que ya ha sido crucificada, bajo control, de modo que no cedamos a sus insinuaciones. Me gusta mucho la expresión: Andemos también por el Espíritu. Esto significa andar al mismo paso o al mismo ritmo que el Espíritu Santo. Esto significa una constante dependencia de la guía del Espíritu Santo. A veces nos adelantamos al Espíritu Santo y hacemos nuestra propia voluntad. Cuando reconocemos que nos hemos equivocado, y hemos dado ocasión a la carne, nos vemos en la necesidad de arrepentirnos y probablemente cosechar las consecuencias de la equivocación. La clave para una vida cristiana victoriosa es andar a la par del Espíritu Santo, buscando su dirección constante tanto para las grandes decisiones como para las pequeñas decisiones. Una persona que anda a la par del Espíritu santo jamás manifestará en su vida esos tres vicios mencionados por Pablo. Número uno, hacerse vanaglorioso. Esto significa engreído, orgulloso, jactancioso. Número dos, irritar a los demás. Esto significa lastimar o incomodar a los demás por medio de actitudes o acciones. Las personas controladas por el Espíritu Santo son personas interesada en el bienestar de los demás, mas no en irritar a los demás. Número tres, envidiar a los demás. La envidia es ese sentimiento de pesar por el bien ajeno. Una fábula dice que un envidioso y un codicioso que andaban juntos se encontraron un viejo jarrón. Al frotarlo tratando de limpiarlo, salió el geniecillo y dijo: Gracias por liberarme. Como recompensa quiero hacerles un regalo especial. Pero este regalo tiene una sola condición. El que pide primero tendrá lo que pida, pero el otro recibirá el doble de lo que pida el primero. Grave situación para el codicioso, porque él sabía exactamente lo que quería, pero no quería pedir primero por la codicia de tener el doble del otro. Grave situación para el envidioso, porque él sabía exactamente lo que quería, pero sabía también que no podría vivir con la envidia de ver que el otro tenía el doble. De pronto el envidioso se abalanzó sobre el codicioso y apretando el cuello le decía: Pide primero o te mato. Tan pronto recuperó el aliento, el codicioso dijo: Quiero volverme ciego de un ojo. Ese mismo instante, el envidioso se quedó ciego de ambos ojos. Andar a la par del Espíritu Santo nos librará de ser envidiosos con las fatales consecuencias como las de la fábula.
Leave a comment