Cordiales saludos, amiga, amigo oyente. Le habla David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Lucas. A medida que se iba acercando la hora de su máximo sacrificio, el Señor Jesús se refería con mayor frecuencia a su muerte y a su resurrección. Una de estas ocasiones lo tenemos en el pasaje bíblico que nos corresponde estudiar el día de hoy.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 9:18-26. Este pasaje bíblico se divide en dos partes. La primera, entre los versículos 18 a 20 es una enseñanza sobre la persona del Señor Jesús. La segunda, entre los versículos 21 a 26 es una enseñanza sobre el sacrificio del Señor Jesús. En cuanto a la primera parte, todo comienza con una pregunta realizada por el Señor Jesús. Lucas 9:18 dice: Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?
El evento que tratamos en nuestro estudio bíblico anterior, el milagro de la multiplicación, cuando partiendo de cinco panes y dos pescados, el Señor Jesús alimentó a una multitud en la cual sólo los hombres eran como cinco mil, marcó el final de lo que se conoce como el Gran Ministerio Galileo. El Señor Jesús por tanto se dispuso a iniciar su viaje a Jerusalén en donde iba a morir crucificado en lugar de pecadores como usted y como yo. Mientras viajaba hacia Jerusalén, fiel a su costumbre, el Señor Jesús se apartaba a algún lugar tranquilo para orar a su Padre celestial. Lucas recoge uno de estos momentos. En esta ocasión es muy posible que su motivo de oración haya sido que el Padre dé el suficiente discernimiento espiritual para responder a la pregunta que estaba por hacer a sus discípulos. La gran pregunta para sus discípulos fue: ¿Quién dice la gente que soy yo? No es que el Señor Jesús tuviera un concepto más alto de lo que debería tener y por eso le interesaba saber lo que la gente pensaba sobre Él, sino que por ser el Hijo de Dios en persona, el Cristo, es indispensable que la gente lo catalogue con precisión, porque de otra manera ninguna persona puede ser salva, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. A continuación tenemos la respuesta a la pregunta que el Señor Jesús hizo a los doce. Se encuentra en Lucas 9:19. La Biblia dice: Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado.(D)
Los doce respondieron afirmando que para algunos, el Señor Jesús es Juan el Bautista. A estas alturas, Juan el Bautista ya había sido decapitado por órdenes de Herodes Antipas, por tanto es de suponer que los que pensaban que el Señor Jesús era Juan el Bautista, creían que Juan el Bautista había resucitado. Parece que entre estos se encontraba el mismo Herodes Antipas y por eso estaba perplejo pensando tal vez que Juan el Bautista había resucitado para traer juicio sobre él. Para otros, el Señor Jesús era el profeta Elías. Los que así pensaban seguramente relacionaron al Señor Jesús con la profecía en Malaquías 4:5 donde dice: He aquí, yo os envío el profeta Elías,(A) antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.
Elías es el precursor del Mesías. El Señor Jesús es más que el precursor. El Señor Jesús es el Mesías. Para otros, el Señor Jesús era simplemente algún profeta de los antiguos que había resucitado. Note que la gente estaba totalmente confundida en cuanto a la persona del Señor Jesús. Igual sucede con muchas personas hoy en día. Para algunos es un connotado maestro, para otros es un sabio de su época, para otros es un revolucionario, para otros es un mártir. Mientras la gente no tenga la convicción que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo, y lo reciba como Salvador, no es posible la salvación del pecador. Al oír la respuesta a su pregunta, el Señor Jesús, quita su mirada de la gente y la pone en los doce, para hacerles la misma pregunta. Lucas 9:20 dice: El les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios.(E)
Una cosa es lo que la gente dice en cuanto al Señor Jesús, otra muy diferente es lo que uno, personalmente, dice en cuanto al Señor Jesús. Este era el punto. A esto apunta la pregunta del Señor Jesús. ¿Y vosotros, quien decís que soy? Fue en este punto cuando Pedro tomó la palabra a nombre de los doce y dijo: El Cristo de Dios. Al decir esto, Pedro estaba afirmando fuera de toda duda la deidad del Señor Jesús. Fue una declaración trascendental. Ahora, permítame trasladar la misma pregunta a usted, amable oyente. ¿Quién dice usted que es el Señor Jesús? Si su respuesta es cualquier cosa, menos lo que dijo Pedro, usted está todavía espiritualmente ciego a la verdad. A continuación tenemos la segunda parte de este pasaje bíblico. Es una enseñanza sobre su propio sacrificio. Lucas 9:21-22 dice: Pero él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente,
Luk 9:22 y diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.
Al oír la declaración de Pedro a nombre de los doce, el Señor Jesús les mandó que no lo digan a nadie. El verbo mandar significa la acción de un comandante a sus soldados. Fue un mandato solemne. Lucas dice que lo encargó rigurosamente. ¿Cuál fue la razón para esto? Pues porque la mayoría de la gente no estaba lista para saber que el Mesías, el Cristo, el Rey de Israel tendría que ser rechazado hasta la muerte, y que iba a resucitar al tercer día. Inclusive, parece que hasta los doce tenían mucha dificultad para comprender y aceptar este hecho. Su tendencia era pensar que dentro de poco iban a recibir los beneficios de ser socios cercanos del glorioso Rey de Israel. No sabían que antes de la exaltación es necesario pasar por el valle de la humillación. Pero el Señor Jesús no solamente les enseñó acerca de su propio sacrificio sino también acerca de la vida sacrificada de sus seguidores. Lucas 9:23-26 dice: Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.(F)
Luk 9:24 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.(G)
Luk 9:25 Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?
Luk 9:26 Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles.
Esto era para los que querían ser seguidores del Señor Jesús. La condición es negarse a ellos mismos, esto significa poner nuestros intereses por debajo de los intereses de nuestro Señor. Es una decisión consciente y voluntaria de tomar nuestra cruz cada día y seguir al Señor. Al decir esto, el Señor Jesús no estaba hablando de la salvación, porque la salvación es gratuita, pero una persona genuinamente salva por gracia, que toma conciencia de lo que hizo el Señor para poder salvarla, estará dispuesta a tomar su cruz, y seguir al Señor Jesús. La cruz en aquellos tiempos era un símbolo de vergüenza, culpa, sufrimiento y rechazo. No había forma más infame de morir. Era algo bajo, algo vil, algo denigrante. En esa época nadie llevaría cruces colgadas al pecho o pondría cruces en las paredes o en los edificios. Tomar la cruz tiene que ver con estar dispuesto a la peor de las humillaciones por amor a nuestro bendito Salvador, el Señor Jesucristo. A los ojos humanos, esto de tomar la cruz y seguir al Señor Jesús es un desperdicio de la vida, semejante a perder la vida, pero a los ojos de Dios, esto de tomar la cruz y seguir al Señor Jesús es la mejor inversión de la vida. Es semejante a salvar la vida. ¿Quiere salvar su vida? Entonces tome su cruz y siga al Señor Jesús. Obviamente, el primer paso para esto consiste en recibir a Cristo como Salvador. Esto es un regalo que se lo recibe simplemente por fe. No tiene sentido ganar todo lo que este mundo puede ofrecer al elevado precio de descuidar nuestra relación con Dios. ¿Recuerda la historia del mendigo Lázaro y del rico? El rico vivió para ganar el mundo, pero descuidó su relación con Dios, y terminó en tormento en fuego. En cambio Lázaro, vivió en comunión con Dios, a pesar de su absoluta pobreza, y terminó en absoluta bendición. No sacrifique su futuro eterno en el altar de los beneficios que este mundo ofrece. Estas palabras deben quedar resonando en su mente: ¿Qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo? El Señor Jesús prosigue pronunciando una solemne sentencia: El que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles. No se avergüence del Señor Jesús, amable oyente, recíbalo como su Salvador lo antes posible. De otra manera está en riesgo de salir de este mundo sin haber sido perdonado de sus pecados, y si eso pasa, el Señor Jesús, el Hijo del Hombre se avergonzará de usted, cuando venga rodeado de su gloria y de la gloria de su Padre y de la gloria de los santos ángeles. Esto significará tormento eterno en el infierno. No corra este riesgo. Hoy mismo reciba al Señor Jesús como su Salvador.
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