Cordiales saludos amable oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando la Epístola de Pablo a Filemón, en la serie titulada “Amor Cristiano en Acción” En esta ocasión vamos a examinar el saludo de la carta.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en la Epístola de Pablo a Filemón. Lo primero que notamos, como es natural, es el saludo de la carta. Filemón 1-3 dice: Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al amado Filemón, colaborador nuestro,
Phm 1:2 y a la amada hermana Apia, y a Arquipo nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa:
Phm 1:3 Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
En el pasaje bíblico leído tenemos al autor del saludo, a las personas a quienes se saluda y el contenido del saludo. Consideremos pues en primer lugar al autor del saludo. Se trata del apóstol Pablo. A pesar de su alta dignidad como apóstol de Jesucristo, Pablo prefiere identificarse a sí mismo como prisionero de Jesucristo. Según el relato en el libro de Hechos, Pablo fue arrestado en el templo de Jerusalén, falsamente acusado de haber metido a gentiles en ese lugar sagrado para los judíos. Luego de varias comparecencias ante varios gobernantes, y luego de indecibles padecimientos, Pablo apeló a Cesar y en consecuencia, fue enviado a Roma en calidad de prisionero. Después de un viaje saturado de peligros en el cual por poco pierde la vida en un naufragio, Pablo llegó a Roma. Una vez en Roma mientras esperaba su comparecencia ante el César, fue recluido en una celda y más tarde se le permitió estar bajo custodia en una casa alquilada. Fue durante este periodo que Pablo escribió lo que se conoce como las Epístolas de la prisión, a saber, Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. Ciertamente Pablo era prisionero del imperio Romano, pero en el fondo, Pablo se veía a sí mismo como prisionero de Jesucristo. Todo lo que le estaba pasando era por voluntad de Jesucristo para cumplir con los fines y propósitos de Jesucristo. De ninguna manera Pablo se sentía una víctima de las circunstancias, a pesar de lo difícil de las circunstancias. Las circunstancias para Pablo eran simplemente los medios que Dios había escogido para que se cumpla sus propósitos. Fue en Roma donde el apóstol Pablo se encontró con un esclavo fugitivo de Colosas, quien se llamaba Onésimo. Pablo compartió con Onésimo las buenas nuevas de salvación en Cristo y Onésimo recibió a Cristo como su Salvador. Inmediatamente después, Onésimo se dedicó a servir al apóstol Pablo y a los hermanos en la fe. Dejemos a Onésimo por el momento, porque hablaremos más sobre él un poco más adelante. Seguramente habrá notado amable oyente que Pablo cita a uno de sus fieles discípulos, al hermano Timoteo. Esto no significa que Timoteo sea coautor de la Epístola a Filemón, sino simplemente que Timoteo era conocido de Filemón a quien Pablo escribe la carta. Todo parece indicar que Filemón recibió a Cristo como su Salvador estando en Efeso, a través del ministerio de Pablo, quien estuvo acompañado de Timoteo. Ahora consideremos las personas a quienes Pablo saluda. Básicamente se trata de miembros de una misma familia. La familia era importante para Pablo. El padre de familia se llamaba Filemón, nombre que significa “amoroso” Pablo muestra su aprecio especial hacia Filemón al referirse a él como el amado Filemón. El aprecio que Pablo tenía hacia Filemón se debía a que Filemón era un colaborador de Pablo y por ende un colaborador con el reino de Dios. Filemón también era un hombre de una holgada posición económica y social en la ciudad de Colosas. Entre sus bienes, Filemón tenía al menos un esclavo, quien se llamaba Onésimo, nombre que significa útil. Desgraciadamente, por un buen tiempo de su vida, Onésimo no fue tan útil a Filemón que digamos porque en la carta que le escribe Pablo se hace evidente que Onésimo cometió al menos dos ofensas graves. Ofensas que le ley de aquel tiempo castigaba inclusive con la muerte. La primera, Onésimo robó a su amo Filemón. La segunda, Onésimo escapó de su amo. En su huída, Onésimo llegó a la gran metrópoli, a la ciudad de Roma, en donde, de alguna manera, se encontró con Pablo y como Pablo compartía el Evangelio con todo aquel que se cruzaba en su camino, Onésimo oyó el Evangelio y recibió a Cristo como Su Salvador. Inmediatamente después de haber recibido a Cristo como Salvador, Onésimo se dedicó a servir a Pablo y a los hermanos en la fe. El amor que Dios derrama en un creyente se debe manifestar en servicio a otros. Pero Onésimo tenía cuentas pendientes de su vida antes de recibir a Cristo como Salvador. Pablo debe haber aconsejado a Onésimo que regrese a su amo Filemón y a que devuelva lo robado. La carta que Pablo estaba escribiendo a Filemón justamente tenía el propósito de interceder a favor de Onésimo ante Filemón para que lo reciba y le perdone. Pero note amable oyente, que Pablo no solamente saluda a Filemón, sino también a su esposa Apia. Como afirma el dicho, detrás de un gran hombre siempre está una gran mujer. En la familia de Filemón era una realidad este dicho y Pablo lo reconoce por medio de enviar sus saludos personales a Apia, la esposa de Filemón, a quien se refiere como la amada hermana Apia. Parece que la familia de Filemón se complementaba con su hijo, quien se llamaba Arquipo. Pablo tenía una estrecha y cercana relación con Arquipo. Tanto es así que cuando Pablo escribió la carta a los Colosenses, hizo una especial recomendación a Arquipo. Aparece en Colosenses 4:17 donde se lee lo siguiente: Decid a Arquipo: Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor.
Arquipo había recibido del Señor un ministerio o un área de servicio cristiano para hacer y Pablo le exhorta a cumplirlo con cabalidad. Este es un excelente consejo para todos aquellos que tenemos el privilegio de servir al Señor en algún ministerio. No es extraño por tanto que en el saludo de la carta a Filemón, Pablo se refiera a Arquipo como nuestro compañero de milicia. Pablo veía Arquipo como un compañero soldado. Vivir la vida cristiana no es sencillo amable oyente. Es como estar en una guerra y todos los creyentes somos soldados. Nuestros enemigos son Satanás, el mundo gobernado por Satanás y nuestra propia vieja naturaleza que se deleita poniéndose a las órdenes de Satanás. Los creyentes debemos estar siempre en guardia contra los ataques de este poderoso enemigo. Dios nos ha capacitado para salir siempre victoriosos en las constantes escaramuzas con estos enemigos. Si alguna vez salimos mal parados de una confrontación contra estos enemigos, no es culpa de Dios sino culpa de nosotros que no aprovechamos de todos los recursos espirituales que Dios ha puesto a nuestra disposición. Pablo termina esta parte de los destinatarios de su saludo extendiendo saludos a la iglesia que estaba en la casa de Filemón. No olvide amable oyente que la iglesia no constituye un edificio o una construcción, sino, un conjunto de creyentes que se reúnen en el nombre de Cristo en determinado lugar. Los teólogos llaman a esto una iglesia local. Cuando Pablo escribió a Filemón, la iglesia de Colosas se reunía en la casa de Filemón. Así fue al principio. Las iglesias se reunían en casas. No fue sino un par de siglos más tarde cuando comenzaron a construirse edificios, llamados templos. La iglesia local en la cual yo soy uno de los ancianos comenzó justamente en la sala o en el living de nuestra casa. Después de un par de años tuvimos que salir de nuestra casa y mudarnos a un recinto más amplio. Finalmente, consideremos el contenido del saludo. Pablo escribe: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Este es un saludo típico del apóstol Pablo. Es un saludo lleno de significado. Es el mensaje del evangelio en forma condensada. La palabra gracia nos habla del favor inmerecido de Dios que recibimos los creyentes. Es por pura gracia de Dios que los creyentes hemos sido perdonados de nuestros pecados para disfrutar de la presencia de Dios por la eternidad. La palabra paz nos habla del resultado de la obra que Dios hace por gracia en la vida de los creyentes. Los creyentes tenemos paz con Dios. Antes de recibir a Cristo como Salvador, éramos enemigos de Dios, pero una vez que hemos recibido a Cristo como Salvador, Dios nos ha reconciliado con él y a partir de ese momento estamos en paz con Él. Pero además de tener paz con Dios, los creyentes tenemos paz con nosotros mismos y paz con otros. Si usted no tiene paz, es muy probable que usted todavía sea enemigo de Dios. Reciba a Cristo como su Salvador y hallará la paz con Dios y la paz con usted mismo y con otros. La gracia y la paz provienen de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. No existe otra manera de obtenerlo. En nuestro próximo estudio comenzaremos a analizar lo que Pablo quiso comunicar a Filemón. Espero su compañía. Que el Señor le colme de bendiciones.
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