Es un gozo para nosotros estar nuevamente junto a Usted mi amiga, mi amigo. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. El servicio al Señor no es garantía de comodidad en la vida. De esto nos da amplio testimonio la palabra de Dios, veremos ahora un caso impactante en el estudio que estamos haciendo del libro de Apocalipsis. Acompáñenos por el resto de esta audición para que vea de qué se trata.
La porción bíblica para nuestro estudio bíblico de hoy se encuentra en Apocalipsis 1: 9-11. Pero antes de entrar a un análisis de esta porción bíblica, es necesario indicar que el libro de Apocalipsis se divide en tres partes. La división aparece claramente en Apocalipsis 1:19 donde dice: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.” La primera parte, las cosas que has visto. Apocalipsis 1:9-20. La segunda parte, las cosas que son, Apocalipsis 2 y 3 y la tercera parte, las cosas que han de ser después de estas, Apocalipsis 4 a 22. La primera parte gira en torno a la visión de Juan en la isla de Patmos. La porción que nos corresponde estudiar el día de hoy es la primera sección de esta parte. Bien podríamos llamarla las circunstancias de la visión. Leamos Apocalipsis 1:9 donde dice: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” Varias cosas dignas de tomarse muy en cuenta aparecen en este versículo. Vemos que la persona quien recibió la visión se identifica a sí mismo como Juan. Se trata del apóstol Juan, el mismo que escribió el Evangelio que lleva su nombre y las tres cartas que también llevan su nombre. Este Juan es el sencillo y humilde pescador, hijo de Zebedeo y hermano de Jacobo. Su vida dio un giro de 180 grados cuando conoció a Jesús. Juan es el discípulo amado, quien tuvo el privilegio de recostarse sobre al lado de Jesús en la última cena. Ahora, cuando recibe la visión era un anciano, debe haber tenido más de 90 años. Pero note la humildad de este gran hombre. Al identificarse a sí mismo no antepone el gran título de Apóstol, como sacando pecho, sino que opta por describirse a sí mismo de una manera sencilla pero hermosa. Es simplemente un hermano. La grandeza de carácter no lo dan los títulos que se adquiere sino las acciones que se practican. Hermano es el calificativo más sublime que un creyente puede anteponer a su nombre. Un conocido mío es ingeniero de profesión y Anciano o Pastor de vocación. Pero no le gusta que le llamen Ingeniero fulano de tal o Pastor fulano de tal o Anciano fulano de tal, peor Reverendo fulano de tal. Le agrada que simplemente le llamen hermano. El gran apóstol Juan prefería que le llamen simplemente hermano. Además Juan da testimonio que es copartícipe de otros creyentes en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo. Juan había recibido su dosis de tribulación en la obra del Señor y era copartícipe de todos aquellos que somos atribulados en la obra del Señor. Pero Juan también era parte del maravilloso reino del que el Señor es el Rey y por tanto era copartícipe de todos aquellos que también somos parte de ese reino. Además Juan anhelaba con todo su ser ver de regreso a su amado Jesucristo y por tanto es copartícipe de todos aquellos que con paciencia esperamos la venida de nuestro Salvador. Luego Juan nos da un informe detallado de su situación cuando recibió la visión. Dice que estaba en la isla llamada Patmos. No estaba de vacaciones. La isla de Patmos no era una isla a la que alguien desearía ir por su propia voluntad. Era una isla árida, de origen volcánico, rocosa, con escasa vegetación. Un lugar inhóspito a unos 24 kilómetros de Efeso en el mar Egeo. Mide apenas 15 kilómetros de largo por 10 kilómetros de ancho. En esta isla se estableció una especie de prisión para peligrosos delincuentes. Era el Alcatraz del primer siglo. Era equivalente a estar en Siberia en pleno invierno. Allí estaban las galeras en las cuales los presos trabajaban hasta el agotamiento sin las más mínimas comodidades. La alimentación era escasa. Los presos vestían harapos. Muchos de ellos tenían que dormir en húmedas y oscuras cavernas. Algunos de los presos eran tan peligrosos que era mejor estar lo más lejos posible de ellos. La soledad era el mejor compañero. ¿Le gustaría estar en un lugar así, amigo oyente? Bueno, Juan, a sus 90 años llegó a este lugar. ¿Por qué? El texto dice que fue por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Juan llegó a esa Isla como resultado de la persecución por el solo hecho de seguir y servir a Jesucristo. La tradición dice que Domiciano el feroz emperador romano tomó preso a Juan y para acabar con su vida ordenó que le arrojen en aceite hirviendo. Sin embargo, Juan no murió. De una forma milagrosa, su vida fue preservada. Domiciano se asustó tanto por este hecho que no se atrevió a intentar matarlo nuevamente, pero le desterró a la inhóspita isla de Patmos. En esa isla desierta y rodeado de tantos peligros, Juan pudo haberse quejado contra Dios. A lo mejor Juan pudo haber dicho a Jesucristo: Te he seguido y te he servido toda mi vida hasta la vejez y ahora que estoy viejo ¿Por qué me tratas así? O a lo mejor Juan pudo haber dicho a Jesucristo: Ya soy demasiado viejo. Es hora que me des algo de comodidad en mi vejez. Pero Juan no oró así ni pensó así. Juan sabía que seguir y servir a Jesús tiene su precio. Ese precio es la persecución o la incomprensión o la oposición y Juan estuvo siempre dispuesto a pagarlo. Seguir y servir a Jesús no garantiza que vamos a vivir con comodidad en este mundo. Vamos ahora a leer Apocalipsis 1:10-11. Dice así: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.” Cuando Juan dice que estaba en el Espíritu en el día del Señor, no significa que Juan estaba lleno del Espíritu Santo en un día Domingo en algún culto dominical. En la isla de Patmos no había iglesia porque aparte de Juan no había creyentes. Además, Juan estaba lleno del Espíritu Santo también de Lunes a Sábado, no sólo los Domingos. Lo que dice Juan es que por el poder del Espíritu Santo fue transportado de una manera sobrenatural de la esfera material a la esfera celestial, donde recibió la revelación de Jesucristo para ser registrada en un libro. Cuando Juan dice que estaba en el día del Señor, quiere decir que los eventos que estaba por ver tienen relación con lo que la Biblia llama el día del Señor, lo cual es algo diferente al día Domingo. El día Domingo en la Biblia se conoce como el primer día de la semana. El día del Señor significa el período de tiempo en el cual Dios derramará su juicio sobre este mundo incrédulo e impondrá su gobierno soberano. Visto así, El día del Señor se extiende desde el comienzo mismo de la tribulación y termina con el juicio del Gran Trono Blanco, incluyendo la segunda venida de Cristo y el reino milenial. Si algunos de estos términos son un tanto oscuros para Usted, no se preocupe que a medida que avancemos con el estudio de Apocalipsis se irán aclarando. La primera experiencia de Juan en el Espíritu en el día del Señor, es oír detrás de él una gran voz como de trompeta. Esto significa que era un sonido claro e inteligible. Se podía entender perfectamente. El mensaje retumbó en los oídos de Juan. Decía así: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Esta es la forma como Jesucristo se describió a sí mismo. En él se encierra todo. Él es el eterno y preeminente Dios. Luego Juan recibió una orden de Jesucristo: La orden decía así: Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias en Asia: A Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Lo que Juan estaba por recibir es el libro de Apocalipsis. Ahora Juan sabía que debía registrar todo lo que estaba por ver en un libro, el cual, debía ser enviado a siete iglesias ubicadas en lo que hoy es Asia Menor. De estas iglesias hablaremos en detalle más adelante en nuestro estudio. Mientras Juan se apresta a darse vuelta para ver con sus ojos a quien estaba hablando detrás de él, nosotros nos quedamos pensando en lo afortunado que fue Juan al percibir de esta manera la gloria celestial. Es la recompensa a su sufrimiento. El camino a la exaltación siempre estará empedrado de sufrimiento.
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