Hola mi amiga, mi amigo. Soy David Araya dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Seguimos estudiando el Evangelio según Mateo en la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Luego de la pausa musical estará con nosotros David Logacho para guiarnos en la enseñanza de Jesús acerca de juzgar a los demás y acerca de lo Dios puede hacer en respuesta a la oración.
Es muy grato saludarle amable oyente. Gracias por su compañía. En nuestro estudio del Evangelio según Mateo, hemos llegado al maravilloso discurso pronunciado por Jesús y conocido como el Sermón del Monte. Luego de confrontar el grave problema de vivir en constante ansiedad, Jesús pasa a confrontar otro mal muy notorio en su época y ciertamente en cualquier época. Me refiero a juzgar a los demás. Lo absurdo de juzgar ligeramente a otros queda muy bien ilustrado por una experiencia personal relatada por el entonces obispo Potter de Nueva York. Sucede que estaba haciendo un viaje por mar hacia Europa en uno de esos gigantes trasatlánticos del pasado. Cuando subió a bordo se enteró que tenía que compartir el camarote con otro pasajero. Después de examinar el camarote, fue inmediatamente a la oficina que se ocupa de cuidar las cosas de valor de los pasajeros, y pidió al empleado que guarde en la caja de seguridad su reloj de oro, y algunas otras cosas de valor que llevaba. Luego comentó con el empleado, que en sus viajes normalmente no hacía uso de la caja de seguridad, pero que esta vez, al juzgar por la apariencia de su compañero de camarote, le parecía que no era una persona digna de confiar y tenía temor de que algo malo pudiera suceder con sus pertenencias. El empleado aceptó la responsabilidad de guardar las pertenencias del obispo en la caja de seguridad y también hizo un comentario. Muy bien, obispo, dijo el empleado. No hay problema con guardar sus cosas en la caja de seguridad. A propósito, el hombre que está compartiendo el camarote con usted, estuvo también por aquí hace un rato, para dejar sus pertenencias en la caja de seguridad, exactamente por las mismas razones que usted me ha dado. ¿Qué le parece amable oyente? Es muy peligroso juzgar ligeramente, ¿verdad? Cuánta razón tuvo Jesús para refutar la muy humana tendencia a juzgar a los demás. Note lo que tenemos en Mateo 7: 1-5. La Biblia dice: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Antes de mirar con más detenimiento lo que está ordenando Jesús, en necesario reconocer que en otras partes, la Biblia exhorta a los creyentes a juzgar. Permítame algunos ejemplos. La Biblia demanda que los creyentes juzguen los asuntos en los cuales no se pueden poner de acuerdo dos creyentes. Esto lo tenemos en 1 Corintios 6:1-8. La Biblia también pide que los creyentes juzguen la conducta pecaminosa de algún hermano en la iglesia local. Esto lo tenemos en 1 Corintios 5:9-13. La Biblia también dice que los creyentes debemos juzgar las enseñanzas de los profetas o maestros bíblicos. Esto lo tenemos en 1 Corintios 14:29. La Biblia también exhorta a discernir si otros son creyentes, de manera que no se cometa el error de unirse en yugo desigual con los incrédulos, según 2 Corintios 6:14. En la Biblia también encontramos que los creyentes debemos juzgar o ejercer discernimiento para determinar qué creyentes cumplen con los requisitos para ser obispos, ancianos o pastores y también diáconos, según 1 Timoteo 3:1-13. Son ejemplos bíblicos que muestran que los creyentes debemos juzgar. ¿Qué es entonces lo que Jesús está cuestionando en el pasaje bíblico que estamos estudiando? Pues se trata del juicio ligero, injusto, prejuiciado. El juicio que a veces hacemos, para denigrar a otros y para parecer mejores que ellos. El juicio de los motivos que tienen otros para hacer lo que hacen, como si nosotros tuviéramos el poder para mirar lo que hay en el corazón de las personas. El juicio que hacemos a otros que tienen convicciones diferentes de las nuestras en asuntos absolutamente secundarios. Estos son los juicios que está confrontando Jesús. Lo hace por medio de un mandato. No juzguéis para que no seáis juzgados. El que juzga de una manera errada se expone a también ser juzgado de la misma manera errada con que juzgó. Esto es algo muy serio. Es como un bumerang que siempre regresa a golpear al que lo lanzó. Jesús es extremadamente enfático al ponderar este hecho cuando dice: Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. Una de las cosas elementales que debemos hacer cuando padecemos el juicio injusto de otros es hacernos la pregunta: ¿Habré yo juzgado de esta manera a otros en algún momento en el pasado? Jamás debemos olvidar que con el juicio que juzgamos, seremos juzgados y con la medida con que medimos seremos medidos. Al juzgar injustamente a otros estamos cerrando los ojos a nuestra propia injusticia. Por eso es que Jesús hizo la pregunta: ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano; y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? Muchas veces toleramos algo grave en nuestras vidas, pero estamos prestos a señalar algo comparativamente insignificante en la vida de otros. Jesús es maestro en plantear situaciones hipotéticas para hacernos reflexionar sobre lo absurdo de juzgar injustamente a otros. Considere lo que dijo en esta ocasión: ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? Jesús cuestiona severamente a los que así actúan y los llama hipócritas. Esta palabra significa alguien que voluntariamente esconde una realidad para presentar otra totalmente diferente. Eso es lo que hacían algunos fariseos del tiempo de Jesús. La exhortación de Jesús para ellos era: Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. Esta enseñanza de Jesús no es bien recibida por muchos. La mayoría se cree con derecho de juzgar a quien quiera y como quiera. Por eso Jesús deja una enseñanza útil a este respecto. Leo en Mateo 7:6. La Biblia dice: No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.
Los perros y los cerdos eran considerados como animales inmundos por los judíos, conforme a la ley de Moisés. Perros y cerdos llegaron a ser símbolo de los incrédulos. La enseñanza de Jesús es que no tiene sentido insistir en que los incrédulos estén de acuerdo con la enseñanza de Jesús, porque bien puede llegar un momento cuando rechacen la verdad y se vuelvan con violencia en contra de los que la enseñan. Prosiguiendo con su discurso, Jesús se refiere a la oración para animar a sus discípulos a orar. Leamos lo que encontramos en Mateo 7:7-11. La Biblia dice: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
Aquí tenemos una de las piedras fundamentales de la oración. A la acción de pedir, se promete dar. A la acción de buscar, se promete hallar. A la acción de llamar se promete abrir. Esta es una ley aplicable a todos en general. Jesús dijo: Porque todo aquel que pide, recibe. Todo aquel que busca, halla. Todo aquel que llama, se le abre. Esto que acabo de enunciar se puede prestar a muchos malos entendidos. Mucha gente pretende encontrar en las palabras de Jesús, una promesa incondicional de recibir cualquier cosa que se pida a Dios. Usted sabe, si quiere un auto nuevo, solamente pida a Dios y lo recibirá. Si quiere ser multimillonario, solamente busque y lo hallará. Si quiere que se cumpla algún deseo muy especial solamente llame y se le abrirá. ¿Lo ve? Es como si en Dios tuviéramos a un siervo dócil que está listo y dispuesto a cumplir nuestros deseos, cualesquiera que estos sean. Pero no hay tal. No olvide amable oyente que Jesús está describiendo el carácter de los súbditos de un reino en el cual el Rey es nada más y nada menos que Cristo Jesús. Los súbditos del reino de los cielos están sometidos a la voluntad de Jesucristo y bajo el control del Espíritu Santo. Un creyente controlado por el Espíritu Santo amará lo que Dios ama y odiará lo que Dios odia. Siendo así, un creyente controlado por el Espíritu Santo jamás pedirá a Dios cosas para satisfacer sus deseos egoístas, o para sentirse superior a los demás. Un creyente controlado por el Espíritu Santo pedirá a Dios aquellas cosas que Dios también quiere y será este creyente quien recibirá lo que pida, hallará lo que busca y se le abrirá cuando llame. Los padres terrenales están siempre dispuestos a complacer a sus hijos. Sería algo muy extraño encontrar a un padre terrenal que dé una piedra a su hijo quien le ha pedido un pan, o que dé una serpiente a su hijo quien le ha pedido un pescado. Si llegara a suceder algo así sería algo contrario a lo natural. Jesús reconoce este hecho y conduce a sus oyentes a reflexionar sobre este asunto, diciéndoles: Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? Jesús no está afirmando que todos los padres terrenales son malos. Lo que está haciendo Jesús es comparar al Padre con P mayúscula, quien es tan puro, santo y perfecto que está en los cielos, con cualquier padre con p minúscula, quien, por más bueno que sea está lejos de parecerse al Padre celestial. El punto de Jesús es que si los padres en la esfera terrenal dan buenas cosas a sus hijos, cuánto más el Padre en la esfera celestial dará buenas cosas a sus hijos. De modo que, amable oyente, qué maravilloso es saber que Dios se compromete a responder a las oraciones de sus hijos, siempre y cuando esas oraciones sean hechas bajo el control del Espíritu Santo.
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