Qué gozo saludarle amable oyente. Le habla David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Lucas. En esta oportunidad, vamos a estudiar los eventos que acontecieron cuando el niño Jesús fue circuncidado y presentado al Señor.
Abramos nuestras Biblias en Lucas 2:21-38. El evento que relata Lucas en este pasaje Bíblico, aconteció pocos días después del nacimiento del niño Jesús. Para entonces, José, su esposa María y el recién nacido niño ya deben haber estado viviendo en alguna casa en Belén. Lo primero que encontramos es la circuncisión del niño Jesús. Lucas 2:21 dice: Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño,(A) le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel(B) antes que fuese concebido.
La ley que Dios dio a Israel por medio de Moisés establecía que los varones judíos debían pasar por el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Levítico 12:3 dice: Y al octavo día se circuncidará al niño.(A)
La circuncisión era la señal o el sello del pacto que Dios hizo con Abraham, y era obligatorio para todo judío. Como fieles judíos, José y María llevaron al niño Jesús al templo en Jerusalén para dar cumplimiento a este mandato. Al mismo tiempo se tenía la costumbre de asignar un nombre al recién nacido. Cumpliendo con lo que el ángel comunicó a María, le pusieron por nombre JESÚS, nombre que significa Jehová es salvación. Desde bebé el niño Jesús cumplió con lo que la ley demandaba de Él. Más tarde, él mismo diría que no había venido para abrograr la ley sino para cumplir. En Él tenemos a un perfecto Salvador. En segundo lugar, encontramos la presentación del niño Jesús. Lucas 2:22-24 dice: Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor
Luk 2:23 (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor(C)),
Luk 2:24 y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.(D)
Según la ley que Dios dio a Moisés, a los ocho días de nacido, un varón judío tenía que ser circuncidado, pero la madre permanecía inmunda por treinta y tres días más. Cuando se cumplía el plazo, los padres tenían que ir al templo de Jerusalén para realizar el rito de la purificación, según se describe en Levítico 12. Parte de este rito era ofrecer un cordero de un año para holocausto y un palomino o una tórtola para expiación. Los que no tenían suficiente para cumplir con esto, podía ofrecer dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación. José y María hicieron esto último, lo cual indica que eran pobres. El Creador y dueño de todo el universo, nació en un hogar por demás humilde. Qué ironía. Además, los padres tenían que dedicar a Dios al niño Jesús, porque era el primogénito de María. Esto según lo que dice la ley en Éxodo 13:12. José y María fueron guiados por Dios para hacer con el niño Jesús absolutamente todo lo que demandaba la ley. En tercer lugar tenemos la intervención de Simeón. Lucas 2: 25-35 dice: Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
Luk 2:26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.
Luk 2:27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,
Luk 2:28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
Luk 2:29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra;
Luk 2:30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
Luk 2:31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
Luk 2:32 Luz para revelación a los gentiles,(E)
Y gloria de tu pueblo Israel.
Luk 2:33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.
Luk 2:34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha
Luk 2:35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
Simeón y otros como él, eran parte de un pequeño remanente que tomaron en serio las profecías sobre la venida del Señor. A esto ser refiere Lucas cuando dice que Simeón esperaba la consolación de Israel. Pero esta espera no era pasiva, porque el texto dice cosas muy notables sobre él. Era justo, piadoso y el Espíritu Santo estaba sobre él. Que hermoso testimonio. El Espíritu Santo premió a este hombre revelándole que no verá la muerte sin antes haber visto al Ungido del Señor, esto es a Cristo, al Mesías de Israel. No es extraño entonces, que en el momento preciso, el Espíritu Santo que gobernaba su vida le impulsó a ir al templo en Jerusalén justo en el día y a la hora que el niño Jesús estaba siendo presentado por sus padres. El niño tenía cuarenta días de nacido. El Espíritu Santo de alguna manera debe haber revelado a Simeón que el niño que José y María estaban presentando a Dios, era el Ungido del Señor, el Cristo. Por eso, ante el asombro de sus padres, Simeón tomó al niño en sus brazos y comenzó a bendecir a Dios. Comenzó por alabar a Dios por cumplir su promesa de permitirle ver con sus ojos al Ungido del Señor. Dijo: Ahora, Señor despides a tu sirvo en paz, conforme a tu palabra. Simeón estaba listo para morir en el momento que sea. Luego se enfocó en la salvación que traía el Ungido del Señor: Porque han visto mis ojos tu salvación. Después Simeón reconoció que el Ungido del Señor no sólo vino para salvar a las personas de entre el pueblo de Israel sino también a las personas de entre los no judíos o los gentiles. Por eso dijo: La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. José y María estaban maravillados al oír las palabras de Simeón. En su mente deben haber estado relacionando todo lo hasta ese momento habían experimentado con todo lo que estaban oyendo de parte de Simeón. Es impresionante como van acomodándose todas las cosas que manifiestan la obra suprema de Dios para la salvación del ser humano. Después de alabar a Dios por la vida del niño Jesús, el Ungido del Señor, Simeón prosigue, esta vez profetizando. Refiriéndose a Jesús dijo que está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel. Cristo Jesús es la piedra que desecharon los edificadores. Los que tropiezan en él jamás se levantarán, pasarán la eternidad en el infierno porque desecharon a Cristo mismo. Pero habrá muchos en Israel, que reconocerán que Cristo Jesús es la cabeza del ángulo, y por tanto todo depende de Él, inclusive la salvación, y de esa manera serán levantados para estar con el Señor en el cielo. Simeón prosigue profetizando que el Ungido del Señor será señal que será contradicha. La palabra señal significa milagro. La vida misma del Señor Jesús es un milagro de Dios. Las obras que el Señor Jesús hizo eran obras sobrenaturales, eran milagrosas. Para todos era evidente que el Señor Jesús no es un hombre común y corriente, sino el Hijo de Dios en forma humana, pero a pesar de que su vida misma era un milagro, muchos no iban a creer en él y con persistencia iban a estar en contra de Él. Esto era un anuncio anticipado del rechazo de la nación de Israel a su Ungido a Cristo Jesús, lo cual se consumó cuando fue entregado para ser crucificado. Simeón continúo profetizando algo específico para la madre del niño Jesús, María. Le dijo: Y una espada traspasará tu propia alma, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. Esto presagiaba el indescriptible dolor que tendría que soportar María en el futuro. Esto se cumplió cuando al pie de la cruz, María contempló a su hijo colgando de una cruz. En cuarto lugar, tenemos las palabras de gratitud de Ana la profetisa. Lucas 2:36-38 dice: Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad,
Luk 2:37 y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.
Luk 2:38 Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.
El Espíritu Santo no sólo trajo a Simeón al lugar preciso y en el momento preciso, sino también a Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. El nombre Ana significa gracia. Dice el texto que era una mujer de edad muy avanzada y disfrutó del matrimonio con su esposo sólo por siete años. Llevaba ya ochenta y cuatro años como viuda. A diferencia de muchas viudas, como ella, Ana no se dedicó al ocio, sino que servía al Señor de noche y de día con ayunos y oración. Qué ejemplo para las viudas. En la providencia de Dios, Ana escuchó todo lo que dijo Simeón sobre el niño Jesús, y ella también guiada por el Espíritu Santo expresó su gratitud al Señor por el nacimiento del Ungido del Señor, el Cristo. A partir de ese momento, Ana no cesó de hablar del niño Jesús a todos aquellos en Jerusalén que confiaron en las promesas de Dios y como consecuencia esperaban la redención de Israel. Ana no profetizó nada esta vez. Su labor se centró en propagar la buena noticia que ya estaba en el mundo el Ungido del Señor, el Cristo, el Mesías.
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