Es un placer estar nuevamente junto a Usted a través de esta emisora amiga. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Nuestro tema de estudio durante las últimas semanas ha sido la segunda epístola de Pablo a Timoteo. El título que hemos puesto a esta serie es: Consejos para una iglesia en peligro. En esta ocasión, David Logacho nos guiará en el estudio de lo que Pablo aconsejó a Timoteo en relación con imitar el amor de Jesucristo.
Dice la palabra de Dios que cuando se multiplica la maldad, el amor de muchos se enfría. Esta situación se dio en el primer siglo y se está dando también en la actualidad. Especialmente en épocas de adversidad, es común encontrar creyentes fríos en su relación con su Salvador.
Como antecedente, recordemos que Pablo ha estado tomando varias imágenes para sacar de ellas lecciones espirituales útiles para Timoteo y también para cualquier creyente en Cristo. Pablo aconsejó a Timoteo a imitar la dedicación de un soldado, a imitar la disciplina de un atleta y a imitar la determinación de un labrador.
En este punto, parece como si Pablo llegara a la cúspide de las imágenes que desea utilizar para aconsejar a Timoteo. Antes de hablar sobre ello, Pablo hace una introducción que aparece en 2ª Timoteo 2:7 donde dice: «Considera lo que te digo, y el Señor te dé entendimiento en todo.»
El verbo considerar es la traducción de un verbo griego que literalmente significa percibir con la mente, o pensar profundamente acerca de algo, o ponderar algo, o examinar con cuidado algún asunto. Lo que Timoteo debía percibir con su mente, o pensar profundamente o examinar con cuidado, es lo que Pablo le había dicho, en cuanto a imitar la dedicación de un soldado, la disciplina de un atleta y la determinación de un labrador.
Como consecuencia, el Señor mismo se encargará de hacer entender a Timoteo la manera cómo aplicar estos principios espirituales al diario vivir. Es interesante notar que cuando el hombre hace su trabajo de pensar, meditar, o considerar lo que Dios dice en su palabra, Dios mismo se encarga de hacer comprender ese mensaje para que pueda ser aplicado en la práctica.
Esta es una introducción muy pertinente al consejo que Pablo está por dar a Timoteo. El consejo tiene que ver con imitar el amor de Jesucristo. Cuando hablamos de amor, no nos estamos refiriendo a un sentimiento o emoción, sino a una acción de sacrificio en beneficio de la persona amada. Jesucristo amó al pecador y en consecuencia, ofrendó su vida por el pecador. Esto es el amor en acción.
Romanos 5:6 dice: «Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos»
El genuino y verdadero amor, ciertamente implica la posibilidad de gran sufrimiento en beneficio de lo que es amado. Por eso, en el pasaje bíblico que nos corresponde estudiar el día de hoy, Pablo nos hablará del Maestro del sufrimiento, del Discípulo del sufrimiento y del resultado del sufrimiento. Vayamos a lo primero.
El Maestro del sufrimiento. 2ª Timoteo 2:8 dice: «Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio»
En tiempos de oposición y sufrimiento por la causa de Cristo, es necesario recordar al Maestro del sufrimiento, nuestro amado Salvador. Si él sufrió tanto, ¿cómo es que sus discípulos no vamos a sufrir?
Pablo conduce a Timoteo a pensar que Jesucristo es del linaje de David. Esto enfatiza la humanidad de Jesucristo. Es descendiente del gran rey David. Sangre real corre por sus venas. Además, por ser del linaje de David, tenía todo el derecho para ser el tan esperado Mesías de Israel, o el Cristo, el Ungido de Jehová. Eso es lo que él mismo afirmó sobre sí durante su ministerio terrenal.
Cuando Jesús preguntó a los discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Pedro respondió diciendo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Si Jesús no fuera el Cristo, ésta habría sido la ocasión ideal para poner las cosas en claro. Jesús hubiera tenido que decir: No… Pedro, estás equivocado. Yo no soy el Cristo.
Pero nada de eso. La respuesta de Jesús ante la aseveración de Pedro está registrada en Mateo 16:17 donde dice: «Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.»
Jesús está aceptando que es el Cristo. Pero el hecho que Jesús es el Cristo, no le libró de sufrir la brutal oposición de los de su nación y del mundo en general. Por algo el profeta Isaías dijo de él, según Isaías 53:3 «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos»
El Cristo, el Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios, es sin lugar a dudas el Maestro del sufrimiento. Esa es la razón por la cual Pablo dice que Jesucristo es el resucitado de los muertos conforme al evangelio que predicó Pablo. El rechazo y la oposición en contra de Jesucristo, eventualmente condujeron a que sea entregado en manos de los gentiles, quienes después de maltratarle sin misericordia le crucificaron.
Una vez muerto, su cuerpo fue depositado en una tumba. Pero no quedó allí para siempre, porque a los tres días, resucitó de entre los muertos, hecho que fue constatado por los suyos y por mucha gente que no necesariamente estaba relacionada con él.
Días más tarde, Jesucristo fue ascendido a la gloria de su Padre, donde está en la actualidad, sentado a su diestra, esperando el momento para retornar a la tierra por segunda vez en cumplimiento a las profecías que sobre él han sido hechas.
Esta es la esencia del evangelio, o las buenas noticias anunciadas por Pablo y anunciadas también por nosotros. Jesucristo es el Maestro del sufrimiento. Fue humillado hasta lo sumo, pero después fue exaltado hasta lo sumo. No hay exaltación sin humillación.
Si Jesucristo nuestro Salvador fue humillado para después ser exaltado, ¿por qué entonces nosotros esperamos la exaltación sin antes pasar por la humillación? Si el Maestro sufrió humillación, sus discípulos también debemos esperar ser humillados de alguna manera.
El apóstol Pablo es uno de los muchos ejemplos de un discípulo de Jesucristo siendo humillado por la causa de Cristo. Consideremos pues el Discípulo del sufrimiento. 2ª Timoteo 2:9 dice: «en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa.»
Por predicar un evangelio de Jesucristo resucitado, Pablo tuvo que sufrir todo tipo de penalidades. Una lectura de lo que el mismo apóstol escribió en 2ª Corintios 11:23-28 mostrará cuáles fueron sus penalidades. Dice así: «¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.»
Todo esto aconteció antes de escribir la segunda carta a Timoteo. Las penalidades no disminuyeron para Pablo. Como se sabe, Pablo fue arrestado y puesto en prisión, en espera de su ejecución como si fuera malhechor. Pero mientras Pablo estaba en prisión, la palabra de Dios estaba libre, haciendo todo lo que es la voluntad de Dios.
El mundo podrá poner tras las rejas a los que proclamamos la palabra de Dios. El mundo podrá usar todo su poder político, económico, militar y hasta religioso, para silenciar a los que predicamos la palabra de Dios, pero la palabra de Dios jamás dejará de ser proclamada. No existe manera de anular la palabra de Dios. Pablo no pudo evitar el sufrimiento que está aparejado a seguir a Cristo de corazón. Es el discípulo del sufrimiento. Pero el sufrimiento de Pablo valía la pena.
Consideremos en último lugar el resultado del sufrimiento. 2ª Timoteo 2:10 dice: «Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.»
Pablo sufrió todo tipo de penalidades por causa de Cristo y justamente mientras escribía la segunda carta a Timoteo, estaba en cadenas. Humanamente hablando, estaba en graves aprietos. Su vida estaba en peligro. La sombra de sus verdugos ya se proyectaba sobre él. Pero armado de un fervor santo, Pablo dice: Vale la pena soportar todo esto.
¿Qué es lo que hacía que valga la pena soportar tanto sufrimiento? Pablo dice: Por amor de los escogidos. Dios había escogido a algunos para darles salvación. Alguien tenía que anunciar las buenas nuevas de salvación, para que estos escogidos hagan efectiva su salvación.
Así es siempre. Alguien tiene que sufrir para que otros puedan disfrutar de gran bendición. El sufrimiento de Pablo valía la pena para que los escogidos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna. Hubo y sigue habiendo muchos que dejan atrás la comodidad de sus hogares, y de sus países para ir a lejanas tierras a proclamar el evangelio a personas en lugares recónditos de este mundo.
Vale la pena cualquier sufrimiento por amor de los escogidos. En tiempos de gran persecución, cuando el ánimo de los soldados de Cristo tiende a flaquear, es necesario recordar el amor de Jesucristo. Si Jesucristo sufrió tanto por amor del pecador cualquier sufrimiento de sus seguidores vale la pena para llevar el mensaje del evangelio al pecador.
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