Damos gracias a Dios por la gran oportunidad que nos brinda de compartir la palabra de Dios con Usted, amiga, amigo oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy en el libro de Proverbios. En instantes más estará junto a nosotros David Logacho para guiarnos en el estudio de la primera parte del capítulo 24 de Proverbios, dentro de la serie que lleva por título: Proverbios, sabiduría celestial para la vida terrenal.
Al entrar en el capítulo 24 de Proverbios, nos encontramos con más dichos de los sabios, hasta completar los treinta.
El dicho decimonoveno aparece entre los versículos 1 y 2 donde dice: «No tengas envidia de los hombres malos, ni desees estar con ellos; porque su corazón piensa en robar, e iniquidad hablan sus labios»
La envidia es básicamente el malestar que sentimos por el bien ajeno. Dios en su soberanía, a veces permite la prosperidad de los impíos. La reacción de no pocos creyentes es la envidia de los impíos. Usted sabe: ¿Por qué a esta persona le va tan bien en la vida a pesar que no tiene ningún respeto a Dios, mientras que a mí, que me estoy esforzando por agradar a Dios me pasa de todo? Así se manifiesta la envidia de los impíos.
El consejo de los sabios es claro y directo: No tengas envidia de los malos. Pero los sabios van más allá. También aconsejan: No desees estar con los malos. La envidia de los malos puede conducir a un afán o un deseo por imitar la conducta de los malos y en ese sentido, ser contado entre los malos.
El consejo de Dios es: No desees estar con los malos. ¿Por qué la advertencia? Pues porque la maldad de los malos es altamente contagiosa. Los sabios han detectado que el corazón de los malos sólo piensa en robar. Además los labios de los malos sólo hablan iniquidad. ¿Quiere caer al plano de pensar sólo en robar y sólo hablar maldad? Entonces adelante, júntese con los malos.
Pero si su aspiración es diferente, es necesario que no envidie la aparente y pasajera prosperidad de los malos y evite desear su compañía.
Dicho esto, vamos al dicho vigésimo de los sabios. Se encuentra entre los versículos 3 y 4 donde dice: «Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará; y con ciencia se llenarán las cámaras de todo bien preciado y agradable.»
Este dicho de los sabios tiene que ver con levantar una casa. La palabra casa se puede entender literalmente, en el sentido de una construcción donde mora una familia, pero también puede entenderse en un sentido figurado, para hablar de una persona, de un hogar, o los miembros que lo componen, o para hablar de la descendencia de una persona.
En cualquiera de los casos, la casa requiere de tres ingredientes indispensables. A saber:
Sabiduría. Esto se refiere al conocimiento aplicado a un buen propósito. En esencia tiene que ver con apropiarse de lo que Dios dice en su palabra y de vivir de acuerdo con lo que Dios dice en su palabra.
Luego tenemos la prudencia. Esto significa la preparación mediante acciones sabias que conducen al éxito.
Después tenemos la ciencia. Esto significa el discernimiento para establecer un rumbo correcto en la vida.
La sabiduría edifica, la prudencia afirma, la ciencia adorna. Quiere que su casa sea bien edificada, firme y hermosa, entonces busque la sabiduría, la prudencia y la ciencia. Dios está dispuesto a dar todo esto y más a los que lo buscan de corazón en su palabra y en la diaria comunión con él.
Así llegamos al vigésimo primer dicho de los sabios. Se encuentra entre los versículos 5 y 6 donde dice: «El hombre sabio es fuerte, y de pujante vigor el hombre docto. Porque con ingenio harás la guerra, y en la multitud de consejeros está la victoria.»
En este dicho de los sabios encontramos una comparación entre la sabiduría y la fuerza. La verdadera fuerza no radica en los músculos de acero de una persona. La verdadera fuerza radica en la sabiduría, o en la recta comprensión de la palabra de Dios y en su aplicación a los asuntos del diario vivir. Por eso el proverbio dice: El hombre sabio es fuerte.
Afirmando lo dicho, los sabios declaran: De pujante vigor es el hombre docto. Es una manera de decir que vale más el saber que el poder. Esto es importante reconocer. Aún en el mundo se da por sentado que la ciencia es el bien que otorga fortaleza a una nación. Piense en las potencias mundiales y encontrará que han llegado a esa posición porque algunos de sus ciudadanos han logrado conocimiento con el cual pueden inventar muchas cosas.
Lamentablemente, ese conocimiento no siempre ha sido bien orientado, es decir que ha faltado sabiduría. La victoria en una guerra, depende de las estrategias que se utilicen. No siempre el que tiene las mejores armas o las armas más poderosas tiene asegurada la victoria. Depende de las estrategias que se usen. Por eso dice el proverbio que la guerra se hace con ingenio y que en la multitud de consejeros está la victoria.
Si Usted, amable oyente, desea ganar la batalla contra su propia carne o contra el mundo o contra Satanás y sus demonios, necesita imperiosamente la sabiduría y el conocimiento que provienen de Dios a través de su palabra.
Muy bien. Ahora tenemos el vigésimo segundo dicho de los sabios. Está en el versículo 7 del capítulo 24 de Proverbios. Dice así: «Alta está para el insensato la sabiduría; en la puerta no abrirá él su boca»
La sabiduría es inalcanzable para el insensato. Un insensato, bíblicamente hablando, no es alguien que tiene alguna deficiencia mental, es alguien que voluntariamente ha decidido dar la espalda a Dios. Una persona en estas condiciones está imposibilitada de conducirse con sabiduría.
Por eso dice el proverbio que el insensato no abrirá su boca en la puerta. En los tiempos bíblicos, los sabios se reunían en las puertas de las ciudades para aconsejar al pueblo. Un insensato sería como un invitado de piedra en medio de esta reunión de sabios, porque no tendría nada para decir.
Muy bien. Llegamos ahora al vigésimo tercer dicho de los sabios. Se encuentra entre los versículos 8 y 9 donde dice: «Al que piensa hacer el mal, le llamarán hombre de malos pensamientos. El pensamiento del necio es pecado, y abominación a los hombres el escarnecedor.»
Lo que este dicho de los sabios significa es que el hombre que sólo se pasa pensando en hacer el mal, será públicamente reconocido como un hombre de malos pensamientos. Un hombre así es un necio. El pensamiento del necio es pecado por cuanto está orientado hacia la maldad. Aún los hombres abominan a la persona que sólo piensa en el mal y lo califican como un escarnecedor, o como un insolente.
Esto es muy interesante, el necio o el escarnecedor se cree muy inteligente y desprecia a los demás, especialmente a los que temen a Dios. Sin embargo, los mismos hombres lo consideran como un insolente. Si los hombres lo consideran así, cuánto más Dios.
Ahora tenemos el vigésimo cuarto dicho de los sabios. Es el versículo 10 del capítulo 24 de Proverbios. Dice así: «Si fueres flojo en el día de trabajo, tu fuerza será reducida.»
Hermoso lo que nos dice este proverbio. Habla del pesimismo. ¡Oh cuán fácil es ser pesimista! ¡Cuán propensos somos todos al pesimismo! Alguien ha dicho que por un optimista hay cien pesimistas. Yo no sé cuán verídica será esta afirmación, pero ilustra la gravedad de este mal. Cuando se nos presenta una oportunidad, inmediatamente pensamos en los obstáculos, en las dificultades para cumplir con ese objetivo. Es el pesimismo.
Si estamos seguros que Dios está guiando determinado asunto, no debemos ser pesimistas sino optimistas. Lo que está diciendo el proverbio que estamos estudiando es que si comenzamos a hacer algo rodeados de pesimismo, no tendremos la fuerza o la energía necesaria para culminar con éxito. El pesimismo es un ladrón que nos priva de la energía para hacer un trabajo. No caiga en manos del pesimismo amable oyente.
Si está seguro que algo es la voluntada de Dios, llénese de optimismo, y marche hacia delante en el poder del Espíritu Santo. No es que no habrá dificultades, pero su actitud optimista le hará mirar a las dificultades como oportunidades para que Dios demuestre su poder maravilloso. No olvide que en el vocabulario de Dios no existe la palabra dificultad. Él la llama oportunidad.
Sigamos adelante. Ahora tenemos el vigésimo quinto dicho de los sabios. Se encuentra entre los versículos 11 y 12 donde dice: «Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras.»
Este dicho de los sabios me hace pensar en lo que dice 1ª Juan 3:17 donde leemos: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?»
Dios espera que hagamos siempre el bien cuando está en nuestro poder hacerlo. De esto es lo que nos habla este dicho de los sabios. Si está en nuestro poder libra a alguien que está siendo llevado a la muerte, debemos hacerlo. Si está en nuestro poder salvar a alguien que está en peligro de muerte, debemos hacerlo. De nada servirá el hacernos los desentendidos. No podemos engañar a Dios. Él sabe que pudimos haber hecho algo para ayudar a alguien, pero no lo hicimos. Esta conducta será juzgada por Dios y recibirá su justa retribución.
La lección, amable oyente, es que debemos hacer todo lo que está a nuestro alcance para ayudar a otros. Tal vez la mejor ayuda que podemos dar a otros es por medio de compartir con ellos las buenas nuevas de salvación en Cristo. No podemos excusarnos diciendo: No sabía que debía hacerlo, o no sabía como hacerlo. Dios no aceptará este tipo de excusas. Que por la gracia de Dios estemos dispuestos a ayudar a otros cuando estemos en posibilidad de hacerlo.
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