Saludos cordiales amigo oyente. Apreciamos mucho su sintonía a nuestro programa y le damos la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Nuestro tema en esta serie de estudios bíblicos es la santidad. Lo último que vimos tenía que ver con el hecho que la santidad en el diario vivir no es algo que sucede automáticamente en la vida del creyente sino algo que resulta del esfuerzo del creyente por obedecer lo que Dios ha dicho en su palabra. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos hablará de la motivación correcta para vivir una vida de santidad.
¿Cuál es la motivación correcta para vivir una vida de santidad? Básicamente tenemos dos opciones. La una es el temor y la otra es el amor. La motivación que parte del temor es aquella que dice: Para vivir una vida de santidad tienes que hacer ciertas cosas o dejar de hacer ciertas cosas y si no cumples con eso tendrás el castigo merecido. Este sistema de alcanzar santidad en el diario vivir tiene la idea de que Dios es un viejo malhumorado con garrote en mano quien deja caer un garrotazo en la cabeza de todo aquel que hace algo que no debía hacer o no hace algo que debía hacer. Este sistema de alcanzar santidad en el diario vivir es equivalente a volver a poner al creyente bajo el pesado yugo de la ley. En esencia lo que la ley dice es: Haz esto y vivirás. Romanos 10:5 dice: «Porque de la justicia que es por la ley de Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas». El gran problema de alcanzar la santidad en el diario vivir por el temor al castigo si no hacemos lo que se supone es bueno, es que no es escritural. En ninguna parte de la Biblia se sugiere siquiera que podemos lograr la santidad en la vida por medio de obedecer la ley o en un sentido más general las leyes. Por el contrario, el apóstol Pablo reprendió a los Gálatas porque se estaban desviando en esa dirección. Gálatas 3:3 dice: «¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?. En otras palabras, ¿si no pudisteis llegar a ser salvos por guardar la ley, como podéis pensar que podéis obtener la santidad en el diario vivir por medio de lo mismo? Este sistema de alcanzar la santidad en el diario vivir no solo que no es escritural sino que además no funciona porque la ley demanda fortaleza a quien no tiene ninguna y no otorga poder para cumplir la ley. Además, la ley tiene esa extraña característica de revivir el pecado como dice Pablo en Romanos 7:9. Nuestra naturaleza humana contaminada por el pecado tiene una inclinación hacia todo aquello que sea prohibido en alguna ley. Queda claro entonces que el creyente jamás logrará alcanzar la santidad en el diario vivir por medio del temor al castigo si no cumple con determinadas leyes. Si esta alternativa no es la correcta, entonces la otra alternativa es la correcta, y en efecto así es. La motivación para alcanzar la santidad en el diario vivir no es el temor sino el amor. Es como si Dios diría lo siguiente: Mira hijo: Te he salvado por mi gracia. He derramado mi amor sobre ti. Ahora por ese amor, no por temor, quiero que vivas una vida de santidad. Te he hecho morada del Espíritu Santo y será él quien te dará el poder necesario para que andes como es digno de tu llamamiento. Te recompensaré cada vez que resistas la tentación y digas no al pecado en tu vida. Una pregunta válida sería: ¿Cómo puedo saber cuál es la conducta digna de mi llamamiento como hijo de Dios? Dios nos respondería: Muy bien, he llenado el Nuevo Testamento con las instrucciones precisas sobre cómo debe ser tu andar como hijo de Dios. Algunas de estas instrucciones tienen inclusive el carácter de mandamientos, pero recuerda que no se trata de leyes que contemplan condenación para quienes no las cumplen, sino que son cosas específicas que tienen que ver con el estilo de vida que me agrada. Esto es algo totalmente diferente al buscar santidad por medio del temor al castigo si no hacemos lo que es correcto. El momento que fuimos salvos llegamos a tener una posición de santidad delante de Dios, por el hecho de estar en Cristo. Nuestra responsabilidad mientras estamos en este mundo es tratar que nuestra práctica se acerque a nuestra posición y esto motivado por el amor al Salvador. Así es como Dios ve este asunto de la santidad en el diario vivir, amigo oyente. El creyente genuino instintivamente anhela vivir en santidad cuando piensa en el altísimo precio que pagó el Salvador para perdonar nuestros pecados. Los recuerdos del Calvario son el incentivo más grandioso para vivir una vida santa y justa. Note lo que dice 2ª Corintios 5:14-15 «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Es por amor que el creyente dice no al pecado y sí a la justicia. Un poeta desconocido ha escrito lo siguiente sobre este asunto: ¿Necesito que una ley me mantenga cautivo a ti? ¿Acaso mi corazón no está ardiente por la obra que hiciste por mí? Quiera Dios que todos nosotros tengamos ese mismo pensar. Pero quizá alguien podría objetar que esto de buscar la santidad en el diario vivir impulsados por el amor y no por el temor al castigo es equivalente a abrir la puerta al libertinaje. Claro, como ya no existe el miedo a que Dios nos caiga con un garrotazo, a lo mejor alguien decide vivir como quiera. Pero note la respuesta que Pablo da en Romanos 6:15: «¿Qué pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.» La libertad que tenemos para vivir en santidad por amor al Señor y no por temor al castigo no es de ninguna manera una licencia para pecar. ¿Por qué? Romanos 6:16-18 da una magnífica respuesta. Dice así: «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia» En otras palabras amigo oyente, el creyente que tiene libertad de vivir una vida santa inspirado por el amor al Salvador jamás va a vivir en pecado porque ha sido liberado de la esclavitud al pecado. Si de pronto un supuesto creyente dice: Ah, Dios ya no me va a castigar si peco, entonces voy a pecar todo lo que quiera, está demostrando que en realidad nunca ha sido liberado de la esclavitud del pecado y por eso sigue atado a la obediencia al pecado. Ser del Señor no es cuestión de solamente decir soy del Señor, amigo oyente. Ser del Señor es manifestar en el diario vivir que hemos sido liberados de la esclavitud del pecado por medio de nuestra separación del pecado. En cierta ocasión el Señor relató lo siguiente sobre esto. Se encuentra en Mateo 7: 21-23 «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» Esto se refiere a los que dicen que son del Señor, de labios para afuera, pero que en la realidad es todo lo contrario, porque sus obras son malas. Su esclavitud al pecado manifiesta que jamás han nacido de nuevo. De modo que, amigo oyente, una persona que piensa que porque tiene la libertad de vivir en santidad por amor, tiene licencia para pecar, está confundiendo los hechos y demostrando que no ha nacido de nuevo. Ciertamente que la gracia, como tantas otras cosas más en la vida, puede llegar a ser objeto de abuso por parte de creyentes que no aprecian lo que Cristo ha hecho por ellos, pero esto no debe ser una norma sino una excepción indeseable en la vida del creyente. El creyente no está bajo la ley, amigo oyente, pero eso no significa que el creyente debe vivir en libertinaje porque el creyente ha sido liberado de la esclavitud del pecado y por amor debe vivir una vida santa. Dos motivaciones para vivir en santidad, el temor al castigo y el amor por Cristo. La primera es de origen humano y condenada al fracaso, la otra es de origen divino y garantiza éxito en lograr santidad en la vida diaria.
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