Qué bueno es estar nuevamente junto a usted, amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. En la continuación del estudio del libro de Hebreos en la serie que lleva por título: La preeminencia de Jesucristo, David Logacho nos hablará acerca de la necesidad de poner en práctica los principios bíblicos sobre la disciplina.
En nuestro estudio bíblico último en el libro de Hebreos vimos que la disciplina del Señor no debe ser despreciada porque es útil para nuestras vidas. A través de la disciplina, Dios nos manifiesta su amor y nos confirma que somos sus hijos. La disciplina de Dios resulta en una vida con significado, en santidad y en un fruto apacible de justicia. Sobre esta base, el autor de Hebreos hace una exhortación a sus lectores para poner en práctica estos principios.
Abramos nuestras Biblias en Hebreos capítulo 12 versículos 12 a 17. En este pasaje, encontramos tres exhortaciones a aplicar los principios bíblicos de la disciplina. Veamos la primera. Hebreos 12:12-13 dice: “Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.” A través de dos mandatos el autor de Hebreos está exhortando a sus lectores a seguir adelante sin desmayar. Lo que sucede en la realidad es que cuando somos objeto de la disciplina de Dios nos sentimos tentados a desmayar y abandonar la carrera.
Pensamos: Pobre de mí, todos están en mi contra, aún Dios me ha abandonado. Tal vez sea mejor que abandone todo y me vaya al mundo. Pero la exhortación es: Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas. Esto significa: Fortalézcase en el Señor, no sucumba ante la disciplina. No baje los brazos, siga en la lucha, afírmese bien, no permita que sus rodillas se debiliten. Si ha sido objeto de la disciplina del Señor, lejos de desanimarse, decida experimentar gozo porque la disciplina de Dios es siempre para nuestro beneficio.
La segunda parte de la exhortación es a continuar. Dice: Y haced sendas derechas para vuestros pies. Esta expresión significa literalmente que nuestro andar como cristianos deje una huella sin desviaciones ni a derecha ni a izquierda. Qué triste es mirar atrás y ver las huellas que ha dejado nuestra vida cristiana. No pocas veces nos hemos acercado tanto al fuego que nuestros vestidos ya huelen a humo.
Una vez durante un invierno, un hombre salió de su casa con la finalidad de ir a una taberna a emborracharse. Después de caminar varias cuadras, notó que alguien le venía siguiendo. Al fijarse bien vio que era su propio hijo de seis años que a saltos caminaba sobre la nieve. Asombrado preguntó a su hijo: ¿Qué estás haciendo? El hijo, con la inocencia propia de un niño respondió: Nada, sólo estoy caminando sobre las huellas que van dejando tus zapatos sobre la nieve fresca. En ese instante el padre cayó de rodillas y reconoció lo torcido que había sido su camino hasta ese momento. Sus huellas estaban guiando a su hijo a una taberna.
Así es, amable oyente. Dios nos exhorta a hacer sendas derechas porque de seguro hay muchos que están caminando sobre las pisadas que vamos dejando. Quizá usted estará pensando que el caer o mantenerse en pie es cuestión personal y que nadie va a ser afectado por su caída. Pero mire lo que dice el texto a continuación: Para que lo cojo no se salga del camino, sino sea sanado. Esta declaración tiene una doble aplicación. Primero, lo cojo puede significar un hermano débil. Nuestro andar en la vida cristiana tiene una poderosa influencia en la vida de los que son tiernos en la fe.
Si nosotros que nos consideramos maduros hacemos una senda que no es derecha, podemos estar seguros que habrá varios cojos o inmaduros en la fe que tropezarán en nosotros y quedarán tirados sobre la senda torcida que nuestra vida cristiana trazó. La segunda aplicación de esta frase tiene que ver con otro significado que se puede dar a la frase: lo cojo. Lo cojo podría también referirse a los judíos convencidos intelectualmente de la salvación pero que están renuentes a recibir a Cristo de corazón.
Es posible que en cada iglesia exista este tipo de personas, gente que exteriormente parece ser creyente, se ha bautizado, canta, ora, hasta enseña la Biblia, pero en realidad no es creyente porque jamás ha tomado la decisión de recibir a Cristo como Salvador. Esto podría significar lo cojo. Nuestro testimonio como creyentes es clave par que personas así se salven o se condenen por la eternidad. Si la senda que traza nuestra vida cristiana no es derecha, no sería de extrañarse que en algún momento estas personas convencidas pero no convertidas razonarán y dirán: Veo tanta falsedad e hipocresía en esos creyentes que es mejor para mí no saber nada de ellos ni de la persona a quien dicen servir.
He llegado a la conclusión que todo esto del cristianismo es una farsa. Nuestro testimonio debe ser tal que lo cojo no se salga del camino sino por el contrario, sea sanado. La primera exhortación entonces tiene que ver con continuar en la lid, aun a pesar de las circunstancias adversas que podamos sobrellevar. La segunda exhortación se encuentra en el versículo 14 de Hebreos 12. Dice así: “Seguid la paz con todos, la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Esta exhortación es a ser diligentes. Hay dos cosas que el autor de Hebreos pide a los creyentes.
Primero, seguir la paz con todos. Esto tiene que ver con que los creyentes debemos esforzarnos por mantener relaciones armónicas con todos los hombres y en todo momento. Esta exhortación es especialmente necesaria en tiempos de persecución, cuando algunos están renegando de la fe y los nervios están en tensión. En estas circunstancias es muy fácil desquitarnos violentamente con el que está más cerca y por desgracia casi siempre es una persona muy querida. Pero en lugar de explotar violentamente, el creyente maduro es un pacificador, uno que busca medios para reestablecer relaciones. Segundo, seguir la santidad sin la cual nadie verá al Señor.
Esta frase ha causado muchos dolores de cabeza a muchas personas cuando han pretendido encontrar en esto asidero para enseñar que debemos buscar la santidad para obtener la salvación. Recordemos que la salvación se obtiene por fe, aparte totalmente de las obras, pro la fe que salva siempre producirá un deseo profundo de abandonar el pecado y acercarnos a Dios, y de esto es justamente lo que está hablando el texto.
El creyente debe apartarse del pecado porque le ha sido dado poder para hacerlo y adicionalmente debe imitar a Cristo porque él es nuestro modelo de conducta. Así que el autor de Hebreos está exhortando a sus lectores a seguir la santidad. Pero luego dice que sin santidad nadie verá al Señor. Pero debemos entender que esto no significa que podemos ganar por nosotros mismos el derecho de ver al Señor. No olvidemos que la única manera de poder ver al Señor es mediante la fe en la persona y obra del Señor Jesucristo, cuando le recibimos como Salvador.
El fondo del asunto es que la verdadera fe siempre se manifiesta en un procurar vivir en santidad. Si no hay un vivo interés por vivir en santidad, no se puede hablar de que ha habido fe viva y sin esta fe viva no se puede ver al Señor. Cuando el Espíritu Santo mora en una persona, esa persona mostrará la evidencia de eso por medio de procurar vivir en santidad práctica. Es como la ley de causa y efecto.
Si se ha recibido a Cristo, la causa, del interior de esa persona brotarán ríos de agua viva, el efecto. Tenemos entonces que el autor de Hebreos exhorta a continuar en la lucha y mostrar un celo por seguir la paz y la santidad. La tercera exhortación es a cuidar de los demás. Hebreos 12:15 dice: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.” La exhortación es a mirar bien, o tener cuidado de que dentro del grupo no exista ninguno con raíz de amargura. La raíz de amargura tiene que ver con el pecado de incredulidad.
Deuteronomio 29:18 dice: “No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo” Como creyentes maduros que somos, debemos mirar con detenimiento para detectar a alguien que estando con nosotros no es todavía creyente. No es fácil, pero aún así, debemos confrontar a los convencidos pero no convertidos a tomar la decisión de recibir a Cristo como Salvador.
La raíz de amargura o incredulidad hace que la gracia de Dios no pueda obrar en salvación y además de ello es algo que puede contaminar como cáncer. No es extraño por tanto que los creyentes debemos ser muy cuidadosos para detectar este mal a tiempo. En los versículos 16 y 17 de Hebreos 12 encontramos un típico ejemplo de alguien que tenía esta raíz de amargura. El texto dice: “no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.”
Esaú es un típico ejemplo de incredulidad. Sabía perfectamente sobre el privilegio de ser el primogénito, pero a la hora de la verdad, prefirió un plato de lentejas y despreció así su primogenitura. Así actúa el apóstata. Conoce toda la verdad sobre la salvación en Cristo, pero en algún momento da la espalda a esa verdad y se condena para siempre. Después de perder la primogenitura, Esaú lloró amargamente, no porque estuviera arrepentido de haber perdido el privilegio de ser el primogénito, sino porque se dio cuenta que ya no iba a poder tener el doble de la herencia de su padre. Esaú fue un profano. Sólo le interesaba lo material y sacrificó un precioso futuro en el altar del presente. Logró llenar su estómago, pero dejó vacía su alma. Una vez que Esaú dio la espalda a su primogenitura, perdió toda oportunidad de recuperarla. Su padre Isaac y no le dio oportunidad para el arrepentimiento.
Así sucede con el apóstata, una vez que da su espalda a la verdad de la salvación en Cristo, ya no le queda más esperanza. Hemos visto tres exhortaciones a los creyentes. Continuar en la lucha, mostrar celo por la paz y la santidad y cuidad de que no haya raíz de amargura o incredulidad en los que nos rodean. ¿Estamos atendiendo estas exhortaciones?
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