Cordiales saludos amable oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Este estudio bíblico es parte de la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta oportunidad, David Logacho continuará hablándonos acerca de la obra del Espíritu Santo cambiando nuestra naturaleza y otorgándonos fortaleza para obtener victoria sobre nuestra carne no redimida.
En nuestro estudio bíblico último comenzamos a examinar la obra del Espíritu Santo cambiando nuestra naturaleza y otorgándonos fortaleza para obtener victoria sobre nuestra carne no redimida. Lo primero que notamos en Romanos 8:5 es un contraste entre un incrédulo y un creyente. El incrédulo pertenece a la carne y como tal piensa, o su mente se inclina única y exclusivamente a satisfacer los deseos de su carne. Pero por contraste, el creyente pertenece al Espíritu y como tal piensa, o su mente se inclina a satisfacer los deseos del Espíritu. Cuando una persona recibe a Cristo como Salvador, el Espíritu Santo hace una obra sobrenatural en esa persona. Lo saca de la esfera de la carne, donde siempre ha estado y lo coloca en la esfera del Espíritu. Continuando con los contrastes, Pablo va a mostrar los diferentes resultados de pertenecer a la carne y pertenecer al Espíritu. Romanos 8:6 dice: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.” Cuando este texto habla de “ocuparse” se está refiriendo a aquello que cautiva la mente de una persona. En el incrédulo, por ser de la carne y por pensar en las cosas de la carne, su mente está cautiva a la carne. Esto resulta en muerte espiritual. Pero por contraste, en el creyente, por ser del Espíritu y por pensar en las cosas del Espíritu, su mente está cautiva al Espíritu. Esto resulta en vida espiritual y también en paz con Dios. A continuación Pablo muestra la absoluta incapacidad de la carne para agradar a Dios. Romanos 8:7-8 dice: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.” No olvide que estos versículos están hablando de una persona incrédula. Pablo hace referencia a los designios de la carne del incrédulo. Los designios de la carne hace referencia a las intenciones finales de la carne. Las intenciones finales de la carne son enemistad contra Dios. En el fondo, aunque externamente adopte una forma de amistad con Dios, el incrédulo es enemigo de Dios. Las intenciones de la carne no se sujetan a la ley de Dios. Siempre estarán en rebeldía contra Dios. Por eso son enemistad contra Dios. Pero más triste aún, las intenciones de la carne no sólo que no se sujetan a la ley de Dios, sino que no pueden sujetarse a la ley de Dios. En otras palabras, las intenciones de la carne son un caso perdido. No existe forma de restaurarlas. La carne en el más maduro y piadoso creyente genuino es tan incorregible como la carne en el más perverso pecador que pueda imaginar. La carne no puede ser mejorada de ninguna manera. Esta es la razón por la cual, los incrédulos, quienes viven exclusivamente según la carne no pueden agradar a Dios. Esto explica por qué la Biblia enseña que aun las mejores obras realizadas por un incrédulo, son catalogadas por Dios como trapo de inmundicia. Lo que pasa es que por más buenas y loables que sean esas obras, son el producto de la carne y la carne es incorregible porque siempre ha estado y estará en enemistad contra Dios. Cuando hablo a algunas personas sobre su necesidad de salvación en Cristo, reaccionan y me dicen: Pero yo no soy una mala persona. Yo soy fiel a mi esposa, no robo a nadie, pago mis impuestos, vivo y dijo vivir. Piensan que por hacer buenas obras como estas van a ser aceptados por Dios. Pero lo que acabamos de estudiar echa por tierra esta concepto, porque todo los designios o las intenciones de la carne son enemistad contra Dios. El incrédulo, quien inevitablemente vive según la carne, no puede agradar a Dios, por más buenas obras que realice. Esta es la tenebrosa condición de toda persona incrédula. Pero ahora veamos por contraste la asombrosa condición de toda persona creyente. Romanos 8:9 dice: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” Esto se aplica a todo genuino creyente, independientemente de la madurez en Cristo. Es decir que este principio es verdad en el creyente que acaba de recibir a Cristo como Salvador y en el creyente más maduro y piadoso que usted pueda imaginar. El creyente ha dejado vivir según la carne y ha pasado a vivir según el Espíritu Santo. La frase: si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros, puede prestarse a malos entendidos, cuando se piensa que tal vez exista creyentes genuinos en quienes no mora el Espíritu Santo, pero nada más alejado de la verdad. Esta frase no está poniendo una condición, sino estableciendo un hecho. Haciendo justicia al texto, se debería mejor leer de esta manera. Siendo que el Espíritu de Dios mora en vosotros. A partir de que una persona recibe a Cristo como Salvador, el Espíritu Santo mora en esa persona garantizando vida y paz con Dios para siempre. Note la conjugación del verbo morar. Está conjugado en tiempo presente, indicando que la acción está presente en cualquier instante del tiempo. Esto significa que a partir del momento que el Espíritu Santo viene a morar en un creyente, mora en él por la eternidad. No existe la más mínima posibilidad de que el Espíritu Santo se vaya de la vida de un genuino creyente. Tan es así que Pablo dice que si alguien no tiene el Espíritu Santo, o el Espíritu de Cristo morando en su vida, eso es señal de que esa persona no es de Cristo. En otras palabras sería un incrédulo. Solamente los incrédulos no tienen al Espíritu Santo morando en sus vidas. Ahora bien, la presencia del Espíritu Santo en todo genuino creyente produce un efecto asombroso en ese creyente. Note lo que dice Romanos 8:10 “Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.” Una vez más aquí, este texto no está insinuando que tal vez Cristo no está en algún creyente. El texto en realidad está estableciendo un hecho. Por cuanto, o siendo que Cristo está en vosotros. Esto es maravilloso. Cristo está en todo genuino creyente, y todo genuino creyente está en Cristo. ¿Qué efecto tiene esto en el creyente? El texto dice que el cuerpo del creyente en verdad está muerto a causa del pecado pero el espíritu del creyente está vivo a causa de la justicia. ¿Qué significa esto? Pues sencillamente que por cuanto Cristo, por el Espíritu Santo, está en el creyente, únicamente él es la fuente de poder para vivir en santidad. El cuerpo no puede ayudar en lo absoluto. A esto se refiere Pablo cuando dice que el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado. El cuerpo debe ser considerado como si estuviera muerto o inerte en lo que respecta a producir fruto para Dios. El fruto para Dios se origina en el Espíritu Santo, quien permite al espíritu del creyente producir fruto para Dios. Pero todo esto no significa que el cuerpo del creyente no tiene ninguna importancia para Dios. Mire lo que dice Romanos 8:11 “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en nosotros.” El hecho que el Espíritu Santo mora en el creyente es garantía absoluta de que así como el Espíritu Santo levantó de entre los muertos a Jesús, El Espíritu Santo también levantará nuestros cuerpos cuando muramos. Nuestros cuerpos mortales serán glorificados como el cuerpo glorioso de nuestro Salvador. Así que la clave para vivir en santidad está en reconocer la presencia santificadora del Espíritu en la vida del creyente. Esto es lo que encontramos en Romanos 8:12-13 donde dice: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis, mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” El creyente no debe nada a la carne, por tanto no tiene por qué someterse a los dictámenes de la carne. La naturaleza vieja, mala y corrupta no es sino un peso muerto para el creyente. Si Cristo no nos hubiera salvado, la carne nos habría arrastrado a lo más profundo del infierno. ¿Por qué entonces tenemos que someternos a sus demandas? Los que viven según la carne deben morir, no sólo físicamente, sino eternamente. Vivir según la carne es sinónimo de ser incrédulo. Pero ¿Por qué es que Pablo hace esta advertencia a genuinos creyentes? ¿Será que existe la posibilidad de que un genuino creyente deje de serlo y pase a vivir según la carne? De ninguna manera. Pablo inserta este tipo de advertencias en varios de sus escritos para llamar a la reflexión a aquellos que externamente actúan como creyentes pero en el fondo jamás han recibido a Cristo como su Salvador. En conclusión amable oyente, la clave para la vida de santidad proviene de la obra del Espíritu Santo en la vida de un creyente. Sin esta obra santificadora, no hay manera de que un creyente pueda vivir en santidad.
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