Es un gozo saludarle amable oyente. Soy David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el evangelio según Juan. En esta oportunidad vamos a examinar la segunda parte del discurso que pronunció el Señor Jesús a raíz del milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Juan 6:41-51. Como antecedente, en el pasaje bíblico anterior, hablando a la gente que vino en su búsqueda a Capernaum, el Señor Jesús, refiriéndose a sí mismo les dijo que el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. A esto, la gente le dijo: Señor, danos siempre este pan. La respuesta del Señor Jesús fue una afirmación impactante. Dijo: Yo soy el pan de vida. Esta es la primera de siete declaraciones que comienzan con las palabras: Yo soy, denotando que el Señor Jesús es Jehová, porque el nombre Jehová significa: Yo soy el que soy. Luego el Señor Jesús dijo: El que a mí viene no tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá ser jamás. Es muy posible que después de hacer esta declaración, el Señor Jesús se haya dirigido a la sinagoga de Capernaúm, porque un poco más adelante, dice que el Señor Jesús dijo estas cosas en la sinagoga. Con esto en mente, consideremos en primer lugar la murmuración de los judíos. Juan 6:41-42 dice: Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo.
Joh 6:42 Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?
Entre la gente que escuchaba al Señor Jesús, estaban los que Juan llama los judíos. Se refiere a fariseos, escribas, sacerdotes, que muy probablemente formaban parte del sanedrín, el órgano de gobierno en Israel, bajo el dominio del imperio romano. De antemano, estas personas estaban en contra del Señor Jesús, y su hostilidad se acrecentó cuando oyeron al Señor Jesús decir: Yo soy el pan que descendió del cielo. Su incredulidad les llevó a hacerse una pregunta: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? Note el desprecio con el que se refirieron al Señor Jesús. Lo único que veían los judíos es la humanidad del Señor Jesús. Capernaum, el lugar donde estaban, no estaba muy lejos de Nazaret, donde el Señor Jesús creció con José y María hasta cuando inició su ministerio público. Los judíos no sabían que José no era el padre biológico del Señor Jesús, porque el Señor Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en la virgen María y basados en su errado conocimiento llegaron a la conclusión que es imposible que el Señor Jesús haya descendido del cielo. Veamos cuál fue la reacción del Señor Jesús ante la murmuración de los judíos. Juan 6:43-51 dice: Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros.
Joh 6:44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
Joh 6:45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios.(C) Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.
Joh 6:46 No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre.
Joh 6:47 De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.
Joh 6:48 Yo soy el pan de vida.
Joh 6:49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron.
Joh 6:50 Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera.
Joh 6:51 Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.
El Señor Jesús comenzó su réplica a los judíos ordenándoles que dejen de murmurar entre ellos. En lugar de murmurar entre ellos, era necesario prestar atención a lo que el Señor Jesús estaba por decir. En su incredulidad, los judíos rechazaron la afirmación del Señor Jesús cuando dijo: Yo soy el pan que descendió del cielo. El Señor Jesús les va a explicar por qué no podían reconocer que él es el pan que descendió del cielo. La razón es porque para acudir al Señor Jesús y reconocer que él es el pan que descendió del cielo, es necesario ser traído por el Padre, quien envió al Señor Jesús a este mundo. Los que son traídos por el Padre hacia el Señor Jesús, acuden al Señor Jesús, y el Señor Jesús les resucitará en el día postrero. Esto es en extremo interesante y a la vez en extremo profundo. Los creyentes somos traídos por el Padre al Señor Jesús, pero al mismo tiempo los creyentes tenemos que acudir al Señor Jesús para ser salvos. La parte del Padre es traer. La parte del hombre es acudir. En el plano humano, parece contradictorio, pero en el plano divino no existe ninguna contradicción. Los judíos que rechazaban al Señor Jesús cuando dijo: Yo soy el pan que descendió del cielo, lo hacían porque no habían sido traídos por el Padre hacia el Señor Jesús. Esta afirmación del Señor Jesús no es nueva, sino que estaba desde siglos antes en el Antiguo Testamento que tanto decían defender los judíos. Por eso el Señor Jesús les dijo: Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. El Señor Jesús citó a profetas como Isaías, quien, según Isaías 54:13 dijo: Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová;(D) y se multiplicará la paz de tus hijos.
Los que acudimos al Señor Jesús, para reconocer que él es el pan que descendió del cielo, y de esa manera ser salvos, necesitamos primeramente ser enseñados por el Padre. ¿De qué manera? Pues por medio de la palabra de Dios. Es la palabra de Dios, quien enseña al hombre que es pecador, que está condenado por su pecado, que el Señor Jesús murió en lugar del pecador, y que el pecador que cree en esto debe recibir al Señor Jesús como Salvador. El Señor Jesús dijo por tanto a esos incrédulos judíos: Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. Esto debe haber sido como una estocada final para los incrédulos judíos. El hecho que no querían acudir al Señor Jesús, era porque no habían oído al Padre y porque no habían aprendido del Padre. Por supuesto que nadie puede ver al Padre, porque el Padre es Espíritu, pero el Señor Jesús, aquel que vino de Dios, ha visto al Padre, porque estaba con el Padre. Si queremos conocer al Padre tenemos que mirar al Hijo, al Señor Jesús. Dicho todo esto, el Señor Jesús hizo una nueva declaración impactante que comienza con esas significativas palabras: De cierto, de cierto os digo. En esta ocasión, el dicho era: El que cree en mí, tiene vida eterna. ¡Maravillosas palabras! Dignos de ser enmarcadas y colocadas en algún lugar siempre visible. Quien quiera que crea en el Señor Jesús, tiene vida eterna. Note la conjugación del verbo creer. No dice El que cree en mí, tendrá vida eterna, tiempo futuro. Lo que dice es: El que cree en mí, tiene vida eterna, tiempo presente. Esto significa que la vida eterna es una realidad presente en todo instante del tiempo para todos lo que creemos en el Señor Jesús como nuestro Salvador. La vida eterna no es algo que recibiremos cuando los creyentes nos muramos, sino algo que tenemos desde el instante cuando recibimos al Señor Jesús como Salvador. En este punto, el Señor Jesús va a corregir un fatal error que estaban cometiendo los judíos. El Señor Jesús es el verdadero pan de vida. El maná que dio Dios al pueblo de Israel, no era el pan de vida, sino solamente una figura o un símbolo del verdadero pan de vida. Los que comieron el maná en el desierto, murieron en algún momento. En cambio, los que comen el verdadero pan de vida, en referencia a recibir al Señor Jesús como Salvador, tienen vida eterna. El Señor Jesús refiriéndose a sí mismo dijo por tanto: Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. El Señor Jesús es el pan vivo que descendió del cielo. Como tal tiene poder para otorgar vida a todo aquel que en él cree. El Señor Jesús dijo por tanto: Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre. En este punto, el Señor Jesús habló de cómo opera el pan de vida que descendió del cielo. Dijo: El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Preciosas palabras. En esencia, el Señor Jesús se estaba refiriendo a su muerte en la cruz. En cuestión de tiempo, el mismo iba a ofrecer su vida en sacrificio por el pecado del mundo. El Señor Jesús tomó el lugar de todo pecador en el mundo, o en otras palabra ofreció su carne, para que todo pecador en el mundo pueda tener vida eterna. La oferta de salvación es para todos los pecadores del mundo, pero la salvación se hace efectiva únicamente en los pecadores que creen en el Señor Jesús, y le reciben por la fe como su personal Salvador. ¿Ha tomado esta decisión, amable oyente? Si no, hágalo lo antes posible para comer, en un sentido figurado, el pan que descendió del cielo, y de esa manera tener vida eterna.
Leave a comment