Qué bendición es estar nuevamente junto a Usted, mi amiga, mi amigo. Vamos a continuar con el estudio del libro de Proverbios en la serie que lleva por título: Proverbios, sabiduría celestial para la vida terrenal. Hoy comenzaremos a estudiar el capítulo 30. Luego de la siguiente pausa musical, estará ya con nosotros David Logacho para guiarnos en el estudio de esta porción bíblica.
En nuestro recorrido por el libro de Proverbios llegamos al capítulo 30. El versículo 1 de este capítulo es una especie de introducción a lo que resta del capítulo, de modo que vamos a considerarlo inmediatamente. Dice así: «Palabras de Agur, hijo de Jaqué; la profecía que dijo el varón a Itiel, a Itiel y a Ucal.» Por lo que dice este versículo, no reviste mayor problema deducir que los proverbios del capítulo 30 del libro de Proverbios fueron pronunciados por un personaje, de quien no se sabe mayor cosa, aparte de su nombre: Agur, que significa «el que recoge» quien fue hijo de Jaqué. El versículo leído dice que las palabras de Agur son una profecía. Esta palabra, profecía, se la puede traducir también como: oráculo, lo cual da a entender que tiene un carácter sagrado. Lo que sucede es que Agur fue inspirado por Dios, de modo que lo que escribió fueron en realidad las palabras de Dios. Las palabras de Agur fueron dirigidas a dos personajes, Itiel y Ucal, sobre quienes no se conoce mayor detalle. Dicho esto, vayamos al primer asunto que trata Agur. Tiene que ver con la incapacidad del hombre para comprender, por sí solo, al Dios infinito. Hablando de su propia incapacidad para comprender a Dios por sí solo, Agur llega a una conclusión inevitable. Proverbios 30:2-3 dice: «Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, ni tengo entendimiento de hombre. Yo ni aprendí sabiduría, ni conozco la ciencia del Santo» Agur trató de comprender a Dios en su propia fuerza. Cuando fracasó en su intento se sintió como el más ignorante de todos los hombres. Más aún, se sintió como que no había en él discernimiento humano. Reconoció que no tenía la sabiduría para poder conocer a Dios. Estaba tan lejos del conocimiento de un Dios santo. Así es amable oyente. Es imposible comprender a Dios sobre la base del puro razonamiento humano. Hace falta ayuda divina para poder comprender a Dios, al menos hasta donde él mismo se ha dado a conocer en su Palabra. Para ilustrar lo grandioso y excelso que es Dios, Agur hace cinco preguntas. Proverbios 30:4 dice: «¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños?¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?» Cada una de estas preguntas nos hace pensar en lo inescrutable que es Dios y en lo inútil del esfuerzo de intentar comprenderlo sobre la base del puro razonamiento humano. Dios es quien subió al cielo y descendió del cielo. Dios es quien puede contener el viento en su puño. Dios es quien puede envolver el mar en su capa. Dios es quien estableció los límites de la tierra. El hombre no puede conocer por sí mismo su nombre ni el nombre de su hijo. Para comprender a un Dios con estas características hace falta algo más que el razonamiento humano. Hace falta la sabiduría que sólo Dios puede dar. Este es el punto que quiere comunicar Agur, y esto es lo abre la entrada al segundo asunto que trata. La ayuda imprescindible para poder conocer a Dios viene de Dios mismo a través de su palabra. Proverbios 30:5-6 dice: «Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso.» Este es un claro y contundente testimonio a favor de la palabra de Dios en general. Cuando Agur habla de que toda la palabra de Dios es limpia se está refiriendo a que toda la palabra de Dios es digna de todo crédito. La Biblia no es un libro de ciencia, pero cuando habla de algo científico, siempre está en lo correcto. La Biblia no es un libro de historia, pero cuando habla de algo histórico, siempre está en lo correcto. La Biblia no es un libro de Geografía, pero cuando habla sobre algo de Geografía, siempre está en lo correcto. La Biblia no contiene ningún error, la Biblia no se contradice a sí misma en ninguna de sus partes. La Biblia es la palabra de Dios, de principio a fin. No es que la Biblia contiene la palabra de Dios. La Biblia es la palabra de Dios. Por tanto, Usted y yo podemos confiar totalmente en todo lo que la Biblia dice. Si Dios ha hecho alguna promesa en la Biblia, eso se tiene que cumplir absolutamente. Esto ha motivado a Agur a decir: Dios es escudo a los que en él esperan. Qué gran verdad. El Señor protege a los que en él confían. ¿En dónde está puesta su confianza mi amigo? Siendo la Biblia la palabra infalible de Dios, sería un sacrilegio que el hombre le añada algo. Eso justamente manifiesta Agur. A manera de advertencia dice: No añadas nada a lo que la Biblia dice. A pesar de la advertencia, han habido y habrá personas que osan añadir sus propias ideas a la Biblia. A personas así, Agur les hace una solemne advertencia: Si te atreves a añadir algo a la Biblia, Dios te reprenderá y quedarás como un mentiroso. Amable oyente, la Biblia es digna de todo crédito, la Biblia es la verdad, la Biblia está completa. No le sobra nada ni le falta nada. Si quiere conocer a Dios, búsquelo en la Biblia. No pierda su tiempo buscándolo en otra parte. Luego de hablar sobre la única fuente de la sabiduría para poder conocer a Dios, Agur prosigue haciendo una oración que muestra lo que realmente hay en su corazón. ¿Sabía Usted que lo que oramos indica lo que hay en nuestro corazón? Si su oración se ciñe solamente a pedir a Dios por dinero, entonces su corazón no está centrado en Dios sino en el dinero. Veamos pues qué es lo que hay en el corazón de Agur. Proverbios 30:7-9 dice: «Dos cosas te he demandado; no me las niegues antes que muera: Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte y blasfeme el nombre de mi Dios.» Esta es la oración de un hombre sabio. Está pidiendo a Dios por dos cosas antes de que muera. La primera: Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí. Esto habla de honestidad. Agur quería ser un hombre honesto. Pide a Dios que de su boca no salgan palabras vacías, palabras que no edifican al oyente. Pide a Dios que de su boca no salgan mentiras, palabras que destruyen el carácter del oyente. Notamos un deseo vehemente por pureza en el hablar. Lo que una persona habla indica lo que la persona es. ¿Cómo es su hablar mi amigo? La segunda cosa que Agur pide a Dios es que su suficiencia esté siempre en Dios. Agur no quiere ser ni pobre ni rico. Simplemente quiere tener lo indispensable para el diario vivir. Mantenme del pan necesario. La misma idea que Jesús comunicó a sus discípulos cuando les enseñó a orar. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Agur estaba consciente de los peligros de la pobreza y la riqueza. Está diciendo a Dios: Temo que si me das riqueza, me vaya a sentir autosuficiente, y eso me arrastre a negarte ignorándote en todos mis asuntos. También está diciendo: Temo que si me das pobreza, me sienta fuertemente tentado a robar, y al hacerlo ofenda tu divino nombre. Señor quiero que mi suficiencia se encuentre en ti. No en lo mucho que pueda tener ni en lo poco que pueda tener ¡Qué lección para nosotros amado oyente! Agur tenía su corazón centrado en Dios y lo más que deseaba en el mundo es honrar su nombre tanto en su hablar como en su accionar. Me pregunto a mí mismo: ¿Qué dirán los que proclaman el evangelio de la prosperidad cuando se encuentran con Agur diciendo a Dios: No me des pobreza ni riquezas? ¿No es que, según ellos, la voluntad de Dios es que todos los que somos suyos seamos ricos y prósperos? Seguramente Agur será tachado de la lista de los hombres de fe, porque no tiene la aspiración a ser rico. Acto seguido, como un hombre sabio, cuya suficiencia está en Dios únicamente, comienza a dar consejos sabios a nosotros, sus lectores. Proverbios 30:10 dice: «No acuses al siervo ante su señor, no sea que te maldiga, y lleves el castigo.» Este proverbio tiene en mente a una persona que acusa falsamente a un siervo en la presencia de su amo. Claro, como el siervo acusado injustamente no está presente, no puede defenderse. Tal vez el amo tome medidas disciplinarias contra ese desafortunado siervo y la reacción del siervo sea lanzar una maldición en contra de quien le acusó injustamente. El proverbio dice que esta maldición se hará efectiva en la persona que acusó al siervo ante su amo injustamente. Cuidado querido amigo con hablar mal de otros cuando no están presentes. Tenga en mente lo que dice este proverbio cuando esté tentado a hacerlo. La lengua es un miembro pequeño del cuerpo, pero es capaz de hacer tanto daño cuando no está sometida al control del Espíritu Santo. Hablar mal de otros es abrir la puerta a todo tipo de mal. Sufrirá la persona contra quien se habla mal, pero sufrirá también, y tal vez más, la persona que habla mal, porque Dios en su tiempo traerá el castigo merecido.
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