Ni siquiera podemos comenzar a imaginar el dolor físico y mucho menos el dolor espiritual de tomar nuestro pecado en su cuerpo y hacer que el Padre le dé la espalda. Señor, ayúdanos a darnos cuenta de que somos receptores de grandes bendiciones espirituales y eternas.
Padre, oramos para que hoy estés con nosotros mientras miramos tu Palabra. Te agradecemos por tenernos aquí. No estamos aquí por error o coincidencia. Tú eres el Dios soberano y nuestro tiempo está en tus manos. Venimos hoy con vidas ocupadas, algunos estudiantes están terminando sus carreras, algunos están atravesando por desafíos difíciles: enfermedades, situaciones de trabajo complicadas, relaciones dañinas, en fin, un sinnúmero de dificultades. Entonces Padre, venimos y nos inclinamos ante ti. Sólo tú nos conoces de adentro hacia afuera. Tú sabes exactamente lo que necesitamos. Tú sabes el próximo paso que debemos dar. Tú prometiste encontrarte con nosotros justo donde estamos. No tenemos que venir a ti. No podemos ir a ti. Tú vienes a nosotros. Y te pido, Señor, que le hables a cada persona aquí hoy, sean quienes sean, estén donde estén en la vida, que hablas directamente con sus corazones. Te agradecemos la oportunidad de cantarte alabanzas. Te agradecemos por la oportunidad de interactuar unos con otros y ahora, antes de mirar tu Palabra, queremos orar juntos mientras tu Hijo, el Salvador resucitado, nos enseña a orar » Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.» (Mateo 6: 9-13)
Toma tu Biblia y ábrela en el capítulo 19 de Juan, la historia de ese evento, la celebramos por la eternidad. Mientras te diriges allí, déjame establecer el contexto. Durante la mayor parte de los tres años, 12 discípulos habían seguido a Jesús por el campo de Israel. Dos de esos años los pasó en la parte norte del país, en Galilea, y muchas de las enseñanzas y milagros de Jesús sucedieron alrededor del Mar de Galilea. Una vez, Jesús caminó en el agua hacia sus discípulos quienes estaban en un bote. En otra ocasión, Jesús y sus discípulos estaban en un bote y se estaba produciendo una tormenta feroz, entonces Jesús habló a la tormenta y se aquietó.
Alrededor del mar de Galilea Jesús sanó a los enfermos, Él hizo que los ciegos lo vieran y que el cojo caminara, una vez en la ladera de una montaña, alimentó a 5.000 hombres más las mujeres y los niños, con apenas cinco panes y dos peces. ¿Recuerdas esa historia? Y un día, en la ciudad de Capernaúm, donde Jesús tenía su sede en Su ministerio, un gobernante de la sinagoga presentó un pedido a Jesús. Él dijo: «Mi pequeña niña está enferma» y mientras hablaban, alguien dijo: «No molestes más al maestro, tu pequeña niña murió.» Y Jesús le devolvió la vida a esa niña.
Ahora, por grandiosos que fueran estos milagros, había algo aún más significativo en cada uno de ellos. Estos fueron signos del Mesías, cuando en el Antiguo Testamento se anunció que vendría el Mesías, el que habían estado esperando. Este Mesías haría que el cojo camine, que los ciegos lo vieran, sanaría a los enfermos y Él resucitaría a los muertos. Y entonces la gente estaba convencida de que Jesús era el que habían estado esperando” Él era Aquel que iba a venir y establecer un reino terrenal. Él era el que iba a devolver la belleza del reino de David y Salomón en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel iba a ser una nación sin la opresión de Roma.
Los discípulos estaban tan convencidos de que Jesús iba a establecer un reino terrenal que discutieron sobre quién sería el más grande en ese reino. Ellos tuvieron debates sobre quién iba a tener las posiciones de autoridad y poder. De hecho, dos de los discípulos tenían una madre, bueno, todos ellos tenían madres. Bien, entonces esta madre vino a Jesús y ella dijo: «Cuando vengas a tu reino, quiero que mi hijo tenga autoridad específica. Quiero que alguien se ponga a su derecha e izquierda.» ¿Te imaginas la astucia de esta mujer?
Bueno, continuando con Jesús, cuando Él entró en Jerusalén, en ese Domingo de Ramos, lo que llamamos entrada triunfal, su popularidad alcanzó un nivel sin precedentes. Jerusalén estaba llena para la fiesta de la Pascua. Y cuando la gente oyó que Jesús venía, se alinearon en los caminos pues solo unos días antes, Jesús había resucitado a un hombre llamado Lázaro de entre los muertos. Y los israelitas estaban seguros de que este era el Mesías. Cuando llegó a la ciudad, había ramas de Palma que agitaban mientras gritaban: «¡Hosanna! Bienaventurado el que viene en el nombre del Señor» Jesús era el que habían estado esperando. Pero al final de la semana las cosas cambiaron; los Mesías no terminan así colgados de una cruz ¿verdad?
Para el viernes, después de la gran entrada triunfal, Jesús había sido arrestado, golpeado, azotado y clavado en una cruz romana. La crucifixión fue una muerte lenta y dolorosa, reservada para los peores criminales y rebeldes. De hecho, si tú fueras ciudadano romano y necesitara ser ejecutado, no te crucificarían, pero con Jesús fue muy diferente.
Ahora, Pilato ordenó todo eso, tratando de satisfacer a los judíos, porque no quería crucificar a Jesús, entonces hizo azotar a Jesús hasta el punto de la muerte. En ese entonces, los azotes eran dados con un látigo con correas de cuero en el extremo y al otro extremo estaban esas pequeñas correas de cuero con trozos de huesos dentados o de vidrio y cada uno de ellos se incrustaba en la espalda de la víctima, y luego, cuando el soldado lo arrancaba, este látigo rasgaba la carne. Y Jesús fue golpeado hasta el punto de la muerte. Jesús fue forzado a llevar la cruz atada a sus muñecas a través de calles abarrotadas, tal y como un delincuente común. Él fue clavado en la cruz. Y luego, cuando la cruz se levantaba para hundirla en el agujero, las articulaciones de Jesús se habrían separado. Él colgaba ensangrentado y desnudo, no como las imágenes que vemos hoy en día, Jesús estaba completamente desnudo y avergonzado. Los que pasaban se burlaban de Él.
El dolor de la cruz fue tan grande que ni siquiera había una palabra para describirlo. En un momento dado, mientras Jesús estaba colgado allí, llevando tus pecados y los míos en su cuerpo, el Padre celestial, la unidad de la Trinidad, en un punto, aunque difícilmente podemos comprenderlo, se separó. Este Dios que no puede ver el pecado, no podía ver a Su Hijo teniendo nuestro pecado y entonces volteó su cabeza y fue justo allí cuando Jesús dijo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Y luego, Jesús dice “tetelestai” esta palabra griega, se traduce como: “se ha terminado», pero en realidad significa «pagado en su totalidad” La deuda ha sido pagada. Y luego Jesús bajó la cabeza y murió por tus pecados y los míos.
Eso fue demasiado doloroso y demasiado lento y vergonzoso y solo uno de los discípulos se quedó con Jesús en la cruz, el resto no se encontraba por ningún lado. A veces le tomaba hasta seis días a una persona morir en la cruz, eso si antes no la comían vivos los animales salvajes. Pero Jesús no sucumbió a la muerte. El pecado de la humanidad ha sido pagado. Pagado. Y Jesús no fue una víctima, nadie puso a Jesús en la muerte. Mira Juan capítulo 9 versículo 30 «inclinó la cabeza y abandonó su espíritu».
La causa oficial de la muerte por crucifixión es la asfixia, colgando en una cruz, la víctima no podía respirar. Pero los líderes judíos no podían arriesgarse, el sábado estaba llegando. Entonces, les pidieron a los soldados que rompieran las piernas de los que estaban en la cruz para que no pudieran levantarse más. Rompieron las piernas de los dos ladrones, pero para su sorpresa, cuando vinieron a Jesús, Él ya estaba muerto. Sólo para asegurarse, un soldado romano tomó una lanza y la empujó a través del corazón de Jesús, y las Escrituras dicen que derramó sangre y agua. «Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.» (Juan 19:36-37).
¿Recuerdas que el programa anterior hablamos sobre la fiesta de la pascua? Pues bien, mientras la gente en todo Jerusalén se estaba preparando para masacrar a ese cordero varón de un año, Jesús moría por una única vez, pues Él es el perfecto Hijo de Dios, Él es el impecable Cordero de la Pascua y fue asesinado. Jesús vino como el Rey de la gracia. Gracia a nosotros, la salvación fue absolutamente gratis, pero de gran, gran costo.
Solo piensa en el contraste, nosotros decimos querer solamente 3 dólares de Dios y la Escritura dice que Él tomó todo nuestro dolor y cargó con todo nuestro sufrimiento. Limitamos a Dios y le decimos, ven a mi vida, pero no lo suficiente como para explotar mi alma o perturbar mi sueño. La Escritura dice que Él «fue traspasado por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades» (Isaías 53:5) Y nosotros decimos querer el éxtasis, pero no la transformación. La Escritura dice que «el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» y nosotros decimos: me gustaría una libra de lo eterno en una bolsa de papel por favor, me gustaría 3 dólares de Dios. Pero las Escrituras dicen: «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros» (Isaías 53:6)
Ahora reflexionemos sobre lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. El Rey de la paz, el Rey de la gracia, nos dio todo, totalmente gratis para nosotros, pero con un gran costo; piensa en Jesús siendo azotado, el vidrio y los huesos rasgando su carne, colgado en la cruz por ti y por mí. Piensa en su sangre, un cuerpo desnudo y ensangrentado, avergonzado en la cruz por ti y por mí, derramándolo todo hasta su muerte. Jesús dijo: no te olvides de eso, todo es gratis para ti, pero no olvides el costo. Si eres un creyente, no puedes olvidar el costo de la gracia.
Señor Jesús, te agradecemos, no tenemos palabras para expresar nuestro agradecimiento. Ni siquiera podemos comenzar a imaginar el dolor físico y mucho menos el dolor espiritual de tomar nuestro pecado en tu cuerpo y hacer que el Padre te dé la espalda, Señor Jesús realmente te damos infinitas gracias por tu enorme obra de amor para con nosotros.
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