Saludos cordiales amigo oyente. Gracias por su gentil sintonía. Es un privilegio para nosotros compartir con Ud. estos pocos minutos. Prosiguiendo con el estudio bíblico de los eventos futuros, hemos cubierto ya lo referente al arrebatamiento de la iglesia y el tribunal de Cristo. El siguiente evento se llama: Las Bodas del Cordero y eso será el tema del estudio bíblico de hoy, traído por David Logacho.
Si Ud. es una persona casada, es natural que guarde gratos recuerdos de su boda, a no ser que haya sido obligado a casarse, cosa que a veces acontece o que hubo algo excepcional que empañó tan feliz acontecimiento.
En mí caso, después de la experiencia de salvación, el evento que más ha traído gozo a mi corazón es justamente la ceremonia nupcial. Tuve que esperar cuatro largos años de noviazgo para finalmente poder casarme. ¡Costó convencer a quien hoy es mi esposa! Pero la larga espera fue recompensada con creces por la felicidad extrema que trajo la boda.
Traigo esto a colación porque la felicidad que se puede experimentar en la boda más esplendorosa de toda la historia de la humanidad es nada en comparación con la felicidad que los creyentes experimentaremos en lo que la Biblia llama las Bodas del Cordero.
Para entender y poder soñar desde ya con este magno acontecimiento, es necesario primero dar un vistazo a la manera como se celebraban las bodas en la época en la cual se escribió el Nuevo Testamento.
En primer lugar se negociaba un contrato matrimonial entre los padres de los contrayentes, usualmente cuando los contrayentes eran todavía niños. Este contrato matrimonial obligaba a los contrayentes a unirse en matrimonio cuando llegasen a ser adultos.
Esto significa que los contrayentes aunque eran todavía niños o adolescentes estaban legalmente casados aunque no habían vivido juntos jamás y quizá inclusive ni siquiera se habían visto por años. Esta etapa dentro del proceso de matrimonio se llamaba el desposorio. No era meramente un compromiso de matrimonio como cuando en la actualidad una pareja se compromete a casarse en algún momento, era en realidad como estar ya casados, con la única diferencia que no habían vivido juntos todavía.
María, la madre de Jesús, y José estaban en esta etapa de su matrimonio cuando María encontró que había concebido del Espíritu Santo, por eso dice el evangelio según Mateo que estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que habla concebido del Espíritu Santo.
También el evangelio según Lucas dice que el ángel Gabriel fue a una virgen desposada contaron que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. José y María se habían desposado, había un contrato matrimonial que les obligaba a casarse en el momento oportuno aunque por supuesto todavía no habían vivido juntos y por eso encontramos que María era virgen.
Muy bien, después del desposorio, cuando se cumplían las condiciones establecidas en el contrato de matrimonio, se entraba a la segunda etapa de las Bodas.
En esta etapa, quien para nosotros sería el novio, pero para los judíos ya el esposo, iba acompañado de un grupo de sus familiares a la casa donde vivía quien para nosotros sería la novia pero para los judíos ya la esposa.
Previamente, ella se vestía de gala y tenía listos los presentes que había preparado para el esposo. Acto seguido, sus familiares escoltaban a la pareja en su marcha hacia la casa donde habitarían a partir de ese momento y que normalmente había sido construida y adornada por el esposo. Allí se efectuaba una mutua entrega de presentes. La novia entregaba al novio la dote y el novio entregaba a la novia los presentes que había preparado. Esta etapa se llamaba la presentación, porque en realidad era una ceremonia privada y familiar donde los padres entregaban a sus hijos para que a partir de allí comiencen a formar su hogar viviendo juntos.
Acto seguido se entraba a la tercera etapa de las bodas, lo que se llamaba el banquete de las bodas, al cual estaban invitados no solo los familiares cercanos de la pareja sino también sus amigos. Había abundante comida y bebida y todos tenían la oportunidad de dar sus parabienes a los flamantes esposos. Esta fiesta solía durar 7 días o más.
A uno de estos banquetes fue invitado el Señor Jesús, su madre y sus discípulos. El esposo estaba acompañado por el que se denominaba el amigo del esposo y la esposa estaba acompañada por doncellas.
Así que, las bodas en la época que se escribió el Nuevo Testamento tenían tres etapas. Primero el desposorio, cuando los padres de los contrayentes celebraban un contrato matrimonial entre sus hijos todavía niños o adolescentes. Segundo, la presentación, cuando en una ceremonia privada y familiar los padres entregaban a sus hijos para que a partir de allí comiencen a vivir juntos y Tercero, el banquete de las bodas, un tiempo de regocijo generalizado matizado por abundante comida y no poca bebida. Todo esto tiene su paralelo en las Bodas del Cordero.
En el Nuevo Testamento encontramos abundante evidencia para afirmar que la Iglesia de Cristo ha sido desposada con Cristo. 2ª Corintios 11:2 dice lo siguiente al respecto: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo”
Pablo está hablando al cuerpo de creyentes, a la iglesia de Cristo y cual padre haría con su hija dice que nos ha desposado con un solo esposo, para presentarnos como una virgen pura a Cristo. Cuando una persona acepta el perdón de pecados que Dios ofrece en Cristo Jesús, esa persona entra al vínculo legal de un contrató matrimonial con Cristo. Ha sido desposada con Cristo. El Espíritu Santo ha dado una nueva vida a alguien que estaba muerto espiritualmente y allí comienza a crecer y desarrollarse una hermosa relación entre Cristo y esa persona.
Esta relación hermosa tiene algunas implicaciones de orden práctico.
Primero, tenemos la responsabilidad de amar a Cristo. 1ª Pedro 1:8 dice: “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”
No podemos ver al novio, pero sabemos qué hemos sido desposados con el y un día el vendrá a buscarnos. Este pensamiento debe hacer latir más aprisa nuestro corazón. Debemos amarlo ataque no lo veamos. Pedro dice qué debemos alegrarnos con gozo inefable y glorioso. Una novia se emociona con solo pensar en el momento de su casamiento, tanto mas nosotros creyentes, deberíamos estar al borde del delirio al pensar en el momento cuando Jesucristo el novio venga a buscarnos para estar con él para siempre. ¿Se llena su pecho de emoción ante la gloriosa verdad dé que hemos sido desposados con Cristo? Si es así debemos amarlo con todo nuestro ser.
Segundo, mientras tarda su venida, él esta preparando nuestra morada celestial. Juan14:1-3 dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”
Son casi dos mil años desde que él como un esposo amante está preparando morada para su prometida. Qué hermoso lugar será aquel. Imagine, un lugar hecho por el mejor arquitecto del universo y en tanto tiempo. Un día él vendrá y nos tomará y marcharemos con él a la morada donde pasaremos con él por la eternidad. Qué pensamiento tan sublime.
Tercero, mientras él tarda en venir a tomar a quien ha sido desposada con él, nosotros, la esposa, la iglesia, le debemos fidelidad absoluta. Es interesante lo que dice Santiago 4:4: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”
Almas adúlteras son aquellas que habiendo sido desposadas con Cristo se entregan a lo que el mundo ofrece. Es como si una esposa se entregara a otro hombre que no fuera su esposo. Cuando damos rienda suelta a los deseos de la carne, a los deseos de los ojos y a la vanagloria de la vida y relegamos a Cristo a un plano secundario estamos siendo infieles con nuestro esposo. Cuando jugamos con el pecado y lo tomamos ligeramente estamos siendo infieles con Cristo.
Dios demanda por tanto santidad en nuestras vidas. 1ª Pedro 1:15 dice: “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”
Estar desposados con Cristo es algo sublime, algo grandioso, porque nos garantiza un futuro glorioso, pero trae sus responsabilidades mientras esperamos que el esposo venga a buscar a su esposa.
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