Saludos cordiales amigo oyente. Bienvenido una nueva emisión de nuestro programa de estudio bíblico. Estamos estudiando acerca de la santidad. Lo último que tratamos fue la doctrina sobre la cual se fundamenta la santidad en la vida de creyente. Partiendo de allí, vamos a proseguir viendo algunos principios prácticos para vivir en santidad delante de Dios y delante de los hombres.
Solamente Dios puede hacernos santos, pero él nunca lo hará en contra de nuestra voluntad. Una de las formas de cooperar con Dios para lograr vivir en santidad es ser llenos del Espíritu Santo. La Biblia dice que debemos andar en el Espíritu para no satisfacer los deseos de la carne. La frase andar en el Espíritu es sinónima de ser lleno del Espíritu. Esto de ser lleno del Espíritu suena como algo etéreo o algo místico. Algunos piensan inclusive que el ser lleno del Espíritu es una experiencia reservada solo para los predicadores y misioneros. Pero no hay tal, amigo oyente. Ser lleno del Espíritu es la responsabilidad de todo creyente y por tanto, todo creyente está en capacidad de conseguirlo. Permítanos por tanto dar algunos consejos prácticos para lograr el ser llenos del Espíritu. Por ahora consideremos solamente uno, a lo mejor el más importante. Dice así: No permita que se acumulen los pecados en su vida. Para mantenernos limpios delante de Dios debemos confesar y apartarnos del pecado tan pronto lo reconozcamos en nuestras vidas. Proverbios 28:13 dice: «El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» Ahora bien, sobre esto de la confesión de pecados existe una innecesaria confusión y por eso será muy necesario mostrar qué es lo que dice la Biblia sobre ello. Confesar es la traducción de un verbo que literalmente significa hablar lo mismo. Cuando se trata de confesar el pecado a Dios, estamos diciendo entonces que hablamos lo mismo que Dios sobre el pecado. Veamos que es lo que esto significa. En primer lugar, la confesión debe ser inmediata. No hay necesidad de esperar el fin del día para confesar el pecado. La mente es muy frágil para recordar cosas y si se trata de recordar pecados, se vuelve más frágil aún. No espere poner la cabeza sobre la almohada, para hacer memoria de los pecados cometidos durante el día, y así confesarlos. Antes que termine de recordar todas sus fechorías del día, llegará el sueño poniendo punto final a la sesión de confesión acumulada. Peor aún, es esto de esperar el fin de semana para confesar los pecados. Quizá minutos antes de salir al templo el Domingo a la mañana. Los pecados guardados de la semana despedirán tanto mal olor por haberse fermentado, que nos dará asco destapar la olla. Segundo, la confesión debe ser completa. No omita detalles importantes del pecado cometido. No sea como el hombre que confesó que se había robado unos cuantos metros de cuerda, pero no dijo nada sobre el hecho que en el extremo de aquella cuerda estaba atado un caballo. Tercero, sea específico en su confesión. No ande por las ramas. No sea como el niño que antes de acostarse a dormir eleva a Dios una oración diciendo: Señor, perdóname por lo malo que he hecho en el día. Esto no es confesión. Otros creyentes dicen: Señor, si he hecho algo de malo, perdóname. Esto tampoco es confesión. La confesión tiene que ver con algún pecado específico. Confesar es por ejemplo: Señor, confieso que mentí a mi jefe cuando le dije que llegué tarde a la oficina porque se me ponchó un neumático del vehículo. Cuarto, no se justifique ante Dios por su pecado. Al confesar su pecado no diga por ejemplo: Es que, Señor, tú sabes que ese dinero estaba allí tan a la mano, y no había nadie mirando y yo tenía tanta necesidad de ese dinero, por eso lo tomé. Esto no es confesión. Esto es auto justificación que no conduce a ningún lado. El creyente del ejemplo debió haber dicho simplemente: Señor, confieso que he robado. Estoy de acuerdo contigo que eso ofende tu santidad y voy a devolver lo que he robado. De esto último, que se llama restitución hablaremos en detalle posteriormente. Quinto, llame al pecado como la Biblia lo llama. No dore la píldora que contiene el veneno. Si ha caído en la embriaguez, no lo llame debilidad, llámelo borrachera. Si ha caído en hurto, no lo llame cleptomanía, diga que Ud. es un ladrón. Si ha caído en chisme, no diga que ha cometido un desliz con su boca, diga que Ud. es chismoso. ¿Para qué suavizar algo que la Biblia ya lo ha calificado con un nombre apropiado? Sexto, acompañe su confesión con un firme propósito de no volver a cometer el mismo pecado. No sea como el hombre que estaba confesando su pecado a Dios y le decía: Señor, te confieso que me robé un cajón de manzanas, pero mejor anota dos cajones de manzanas, porque mañana me voy a robar el otro. Si no existe el firme propósito de abandonar el pecado, la confesión, en realidad, no tiene ningún sentido. Cuando tomamos en cuenta estos principios para la confesión, podemos estar seguros, por lo que dice la Biblia, que Dios perdonará nuestros pecados. 1ª Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» Dios nos ha prometido perdón si confesamos el pecado. Dios no puede faltar a su promesa. El perdón de los pecados cometidos es algo que nos apropiamos por fe. Pero a lo mejor, alguien podría decir: Yo eh confesado mi pecado, como la Biblia enseña, pero no me siento perdonado. Eso puede ser así, pero el hecho real es que esa persona está perdonada, no importa si se siente o no perdonada. La seguridad del perdón no viene por depender de las emociones siempre cambiantes sino por depender de la palabra de Dios que nunca cambia. Algún otro podría decir: Sé que Dios me ha perdonado, pero yo no puedo perdonarme a mí mismo. Esta actitud amigo oyente es una forma innecesaria de auto tortura. Si Dios nos ha perdonado, ¿quienes somos nosotros para no poder perdonamos a nosotros mismos? Cuando Dios perdona el pecado, lo olvida. Hebreos 10:17 dice: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones» Esto no significa que Dios tiene mala memoria, sino más bien que Dios nunca jamás va a sacar el pecado ya confesado para acusarnos. Todo pecado confesado es un caso cerrado para Dios. Un penitente quebrantado, que había vuelto a caer en el mismo pecado que ya había confesado, clamó desde lo profundo de su ser: Oh Señor, te confieso que lo he vuelto a hacer. La historia continúa diciendo que el Señor respondió: ¿Cómo es eso de que lo has vuelto a hacer? En lo que a mí respecta es la primera vez que lo has hecho. Así es amigo oyente. El mismo instante que confesamos nuestro pecado, el Señor lo ha olvidado. Quizá sea bueno también hablar algo sobre el ámbito de confesión de pecados. A veces se ve mucho desorden a este respecto. La idea es que el ámbito de nuestra confesión debe ser tan amplio como el ámbito de nuestro pecado. L. Samuel ha escrito lo que parece lo más sensato sobre esto. Dice así: Si el pecado fue en el pensamiento, que tu confesión sea a Dios, en el pensamiento. No vayas a una mujer confesando que la has codiciado en tu corazón, eso solo producirá vergüenza y confusión como a veces desafortunadamente se ve en algunos círculos. Pero si tu pecado fue cometido a la vista de la comunidad de creyentes, entonces tu confesión tiene que ser ante Dios y ante la comunidad de creyentes. Harry Lloyd fue acusado por su conciencia al escuchar la alabanza de sus allegados, creyentes e incrédulos, quienes pensaban que era el más santo de los hombres de negocios cristianos. Lo que hizo fue digno de imitar. Publicó el siguiente remitido en un periódico de su localidad: Yo gasto casi todas mis energías en sacar adelante mi negocio y en la búsqueda de satisfacción personal. Prácticamente nunca leo la Biblia. Mis pecados en pensamiento y en acción son sobremanera graves. El 10% que doy a la obra del Señor es una burla cuando lo miro a la luz de dar al Señor sacrificadamente. La cantidad que ofrendo es mínima con relación a lo que gano. Como jefe tengo una actitud dictatorial y crítica. Muy a menudo soy áspero y falto de amor como esposo y padre. No asisto al templo como solía asistir cuando era niño. Por todo esto, cuando la gente me alaba, mi conciencia me dice que soy un fraude. Es por esto que me he sentido obligado a revelar con vergüenza, que soy un miserable ejemplo de creyente. No alaben a nadie excepto al único que lo merece. Al Señor. Son pocas las veces que oímos confesiones honestas como ésta. ¿Cómo vivir en la práctica la santidad? Por el poder del Espíritu Santo. El Espíritu Santo solamente concede su poder a los que están llenos de él. Para estar lleno del Espíritu Santo, el primer y más importante paso es no acumular el pecado en nuestras vidas sino que tan pronto como lo reconozcamos debemos confesarlo y apartarnos de él. Que el Señor nos motive a vivirlo en la práctica.
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