Es motivo de mucho gozo para nosotros dar la bienvenida a todos nuestros amigos oyentes. Dentro de la serie titulada “Malaquías, un llamado a vivir piadosamente en medio de un mundo de impiedad, David Logacho nos hablará acerca de lo desastroso de permitir que se enfríe nuestro amor al Señor.
Algo terriblemente trágico es amar sin ser correspondido. Lo experimentan esposas que creyeron en las promesas de amor de sus esposos y ahora contemplan aturdidas que esas promesas de amor se transformaron en ofensas, engaños, traiciones y maltrato.
Lo experimentan padres que se sacrificaron tanto por sus hijos para tan sólo cosechar en ellos odio, venganza, rebeldía y desprecio.
Lo experimentan pastores que volcaron todo su amor a su congregación, para luego ser desechados en un rincón como si fueran trapo sucio. ¡Qué terrible que es amar sin ser correspondido!
¿Cómo se sentirá Dios cuando los que somos suyos, habiéndole prometido amor, le pagamos con indiferencia, frialdad y hasta odio?
De seguro que no será una experiencia grata para él. Pero tristemente así es como justamente pagamos a Dios por el gran amor que nos ha tenido. Menos mal que la Biblia dice si fuéremos infieles, él permanece fiel.
De otra manera, tiempo ha que hubiéramos sufrido la consecuencia de nuestra falta de devoción a Dios.
En la época de Malaquías, el pueblo de Israel se enfermó de esta actitud de frialdad hacia Dios. Cumplían con todos los gestos del rito, pero su corazón era un témpano de hielo hacia Dios. Estaban sirviendo a Dios sin amor, lo cual es hipocresía. Dios tuvo que confrontar esta actitud y fue así como envió a su mensajero Malaquías con una palabra de exhortación.
Malaquías 1:2 dice: “Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? Dice Jehová. Y amé a Jacob.”
Dios está declarando el profundo amor que siempre ha tenido hacia su pueblo. En Jeremías 31:3 leemos: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.”
En lugar de hallar reciprocidad por parte del pueblo de Israel, Jehová encontró frialdad absoluta. ¿En qué nos amaste? No olvide amable oyente que el pueblo de Israel había pasado por la difícil experiencia de sufrir el exilio a causa de su pecado. Quizá esta experiencia había dejado una profunda herida que tardaba en cicatrizar.
A lo mejor el pueblo estaba pensando: Si Dios nos hubiera amado, no hubiera permitido que seamos llevados al exilio. Si Dios nos hubiera amado, hubiera evitado que nuestros enemigos maten a nuestros hermanos judíos, destruyan nuestras ciudades y arrasen con nuestro templo. Seguramente Dios no nos ama y por eso nuestra nación pasó por todo eso.
Estaban ignorando voluntariamente que todas las calamidades que les sobrevinieron fueron consecuencia directa de su propio pecado. Lo mismo suele pasarnos a nosotros de vez en cuando. A veces tomamos malas decisiones y tenemos que sufrir las consecuencias de ello, es la ley de la siembra y la cosecha, pero en lugar de admitir nuestra propia culpa echamos la culpa a Dios de lo que nos ha pasado. Ah… Dios es injusto conmigo porque ha permitido que tal o cual cosa me pase, o qué malo que es Dios conmigo para permitir que esto me haya sucedido, o Dios no me ama por eso me hace sufrir tanto.
El pueblo de Israel entonces desafió el amor de Dios diciendo ¿En qué nos amaste? Jehová por tanto mostrará a este pueblo lo mucho que les ha amado desde siempre. Lo hace por medio de una pregunta: ¿No era Esaú hermano de Jacob? La respuesta es: Sí. Seguramente recordará la historia.
Cuando Rebeca quedó embarazada, muy pronto supo que en su vientre había gemelos y no sólo eso, sino también que esos gemelos iban a ser progenitores de naciones poderosas pero enemigas entre ellas. En el momento del alumbramiento, nació primero uno que era rubio y todo velludo, como si estuviera cubierto de piel de cordero. Le pusieron el nombre Esaú, que significa velludo. Inmediatamente después, nació su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob, que significa: el que toma por el calcañar, o el que suplanta.
Esaú entonces era el primogénito. Conforme a la costumbre de la época, Esaú gozaba de todos los privilegios de la primogenitura. Pero Dios tenía otros planes. En una decisión incomprensible desde el punto de vista humano, Esaú vendió su primogenitura a Jacob a cambio de un guiso rojo. Por eso se le conoce con el nombre de Edom, que significa rojo.
De modo que Jacob pasó a ser el primogénito. Más tarde, Jacob usó de toda su natural astucia para engañar o suplantar y consiguió la bendición del primogénito de parte de su padre, Isaac. Esto incomodó tanto a Esaú que odió a muerte a Jacob. Fueron muchos años los que pasaron hasta que Esaú y Jacob se reconciliaron, al menos superficialmente, porque a decir verdad, los descendientes de Esaú y los descendientes de Jacob mantenían antagonismo mutuo.
Es difícil entender que sabiendo cuales son los privilegios del primogénito, Esaú haya cambiado su primogenitura por el proverbial plato de lentejas. La única explicación válida es aquella que apunta a que Dios en su soberanía estaba manejando hábilmente los hilos de los acontecimientos para que se cumpla su voluntad de que el mayor servirá al menor. No es que Jacob, que era el menor, merecía los privilegios de la primogenitura, sino que por amor, Dios lo decidió así.
Sin merecerlo, Jacob, el embustero y engañador, halló el favor de Jehová. En eso Jehová demostró el amor a Jacob y hacia sus descendientes los judíos. En cambio, el panorama para Esaú y sus descendientes fue tétrico.
Malaquías lo resume así en el capítulo 1 versículos 3 y 4 “y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto. Cuando Edom dijere: Nos hemos empobrecido, pero volveremos a edificar lo arruinado; así ha dicho Jehová de los ejércitos: Ellos edificarán, y yo destruiré; y les llamarán territorio de impiedad, y pueblo contra el cual Jehová está indignado para siempre.”
Para muchos puede sonar muy extraño que Dios pueda odiar a alguien. Bueno, si amor denota escoger a alguien, el no escoger a alguien denota odio. Es en este contexto que Dios aborreció a Esaú. Como consecuencia, el país de Esaú, que era montañoso, fue convertido en un desierto, y su territorio en tierra únicamente buena para los animales salvajes.
Si los descendientes de Esaú resolvían reconstruir su país, la respuesta de Dios sería en el sentido que serán destruidos otra vez. El país de Esaú será entonces conocido como “nación de maldad” y “nación del eterno enojo del Señor” La historia confirma que esta palabra de Dios se cumplió absolutamente. Esaú se casó con una mujer cananea y también con una hija de Ismael. Se estableció en la región montañosa al sur del Mar Muerto, la cual se llamó Edom o Idumea en Griego, una región de unos 50 kilómetros de ancho que se extiende aproximadamente por 160 kilómetros hacia el Sur, hacia el golfo de Acaba.
Cuando Israel salió de Egipto y marchó hacia la tierra prometida, Edom negó el paso a Israel. Sin embargo, Dios instruyó a Israel a tratar bien a Edom. Habiendo recibido una visión de Dios, el profeta Abdías fue enviado para anunciar la total destrucción de Edom debido a la manera como trató a Israel. Los edomitas se opusieron a Saúl y fueron subyugados por David y Salomón. Se rebelaron contra Josafat y Joram. Después fueron nuevamente conquistados por Judá bajo el mando de Amazías, pero recuperaron su libertad durante el reinado de Acaz.
Posteriormente, Edom cayó bajo control de Asiria y Babilonia y en el siglo quinto antes de Cristo fueron obligados a abandonar su territorio por los Nabateos. Luego se trasladaron a un área al Sur de Palestina donde se les conocía como los Idumeos. Herodes el Grande, un Idumeo, llegó a ser rey de Judea, cuando Judea estaba bajo el poder de Roma en el año 37 antes de Crist
En un sentido, la enemistad entre Esaú y Jacob se hizo evidente en el intento de Herodes de matar al niño Jesús. Los idumeos participaron en la rebelión de Jerusalén en contra de Roma y fueron derrotados juntamente con los judíos por Tito en el año 70 después de Cristo.
Irónicamente, los edomitas aplaudieron la destrucción de Jerusalén en el año 586 antes de Cristo, pero murieron tratando de defenderla en el año 70 después de Cristo. Después de este tiempo, prácticamente desaparecieron de la faz de la tierra. Esto fue un cumplimiento de la profecía de Abdías según lo que dice en su libro, versículo 10 “Por la injuria a tu hermano Jacob te cubrirá vergüenza, y serás cortado para siempre.”
Así es como terminó la descendencia de Esaú. Malaquías también lo anunció de antemano cuando en Malaquías 1:5 dice lo siguiente: “Y vuestros ojos lo verán, y diréis: Sea Jehová engrandecido más allá de los límites de Israel.”
Triste el destino de los descendientes de Esaú. De aquí podemos aprender que nada bueno es el destino de alguien que no ha sido escogido de Dios. Lo que pasó a los descendientes de Esaú es tan diferente a lo que espera a los descendientes de Jacob.
El remanente fiel de Judá que sobreviva a la tribulación, entrará al glorioso reino milenial, en el cual Jesucristo resucitado será Rey de reyes y Señor de señores. Pero no nos confundamos en los detalles históricos. El hecho real es que Dios amó tanto a Israel, que si no hubiera sido por eso, Israel hubiera desaparecido como los edomitas. Esto es lo que los judíos de la época de Malaquías no entendían y en un acto de insolencia contra Dios le preguntaron ¿En qué nos amaste?
Ahora dejemos atrás la época de Malaquías y volemos hasta nuestro tiempo. La iglesia, los creyentes también somos amados de Dios. ¿Estamos correspondiendo al inescrutable amor que Dios ha tenido para con nosotros?
Dios nos amó tanto que permitió que su Hijo muera por nosotros. El Hijo nos amó tanto que estuvo dispuesto a morir en la cruz por nosotros. ¿Estamos correspondiendo a ese amor, o nos hemos enfriado en nuestro amor hacia él? A veces las pruebas, o a veces las consecuencias de nuestro propio pecado nos hacen dudar del amor de Dios y como los judíos de antaño solemos decir: Dios no me debe amar para permitir que esté pasando por este sufrimiento tan grande.
Cuidado amable oyente. No sea que nos hallemos atentando contra el inescrutable amor que Dios ha tenido para con nosotros.
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