Es grato saludarle amable oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Continuando con el estudio del libro de Romanos en la serie que lleva por título Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús, en esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca de la manera como se debe manejar las diferencias de opinión en asuntos que no han sido legislados en la Biblia.
Hace algún tiempo atrás oí acerca de una iglesia local relativamente grande que sufrió una división por cuanto no pudieron ponerse de acuerdo acerca del color de la alfombra que estaban por colocar en su templo. ¿Se imagina? Los que querían alfombra roja se fueron y comenzaron otra iglesia, mientras los que querían alfombra verde se quedaron. Difícil de creer, pero tristemente esa es la realidad. Las iglesias se pelean y terminan por dividirse por cosas totalmente secundarias y triviales, en las cuales la Biblia no se ha pronunciado con fuerza de ley. ¿Qué hacer cuando las opiniones sobre asuntos secundarios no concuerdan? Pues justamente sobre esto trata el tema de hoy. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Romanos 14:1-12. La ley del amor al prójimo que nos obliga a realizar acciones de sacrificio en beneficio del prójimo determina la manera como debemos tratar a los que tienen opiniones diferentes a las nuestras en asuntos que la Biblia no ha legislado. Pablo comienza exponiendo el mandato. Romanos 14:1 dice: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones.” Se trata de un creyente maduro en su relación con un creyente que ha sido llamado débil en la fe. Un creyente débil en la fe no significa un creyente que está en pecado ni tampoco un creyente recién convertido. Un creyente débil en la fe es aquel que tiene una opinión diferente a la del creyente maduro en algún asunto secundario, sobre el cual la Biblia no se ha pronunciado con fuerza de ley. El mandato contempla en primer lugar el recibir al débil en la fe. Recibir tiene que ver con aceptar a alguien o admitir a alguien. La tendencia natural de nuestra carne es repeler o rechazar a los que no piensan como nosotros, pero el creyente controlado por el Espíritu Santo debe recibir o aceptar o admitir a otros creyentes que tienen una opinión diferente. Lo hermoso de la comunión entre creyentes es que podemos vivir en armonía a pesar de las diferencias de opinión en los asuntos secundarios. En segundo lugar, el mandato contempla el no contender sobre opiniones. Esto simplemente significa que como creyentes no debemos embarcarnos en largas y extenuantes discusiones para hacer prevalecer nuestro propio punto de vista en los asuntos secundarios. Acto seguido Pablo proporciona algunos ejemplos de cómo funciona este principio en la práctica. Romanos 14:2-4 dice: “Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quien eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.” El creyente maduro es de la opinión que puede comer cualquier clase de alimento. El creyente débil en la fe, en cambio, es de la opinión que no debe comer determinados alimentos, probablemente carne, y en consecuencia es vegetariano, come legumbres. Los dos están en la misma iglesia. ¿Qué hacer? Pues deben recibirse mutuamente a pesar de sus diferencias y no deben contender sobre opiniones. Esto, en este caso significa que el que come de todo, no debe menospreciar al que no come de todo y por su lado, el que no come de todo, no debe juzgar al que come de todo. Si Dios ha recibido tanto al que come de todo, como al que no come de todo, ¿Qué derecho tenemos nosotros para rechazar a uno de los dos? ¿Nos creemos superiores a Dios? Sería equivalente a juzgar a criado ajeno, algo que está totalmente fuera de lugar. Que el criado ajeno se mantenga en pie o que caiga, es asunto de su propio amo, y se mantendrá en pie, porque poderoso es el Señor Jesucristo para sostenerlo. Otro ejemplo de cómo funciona esto en la práctica lo tenemos en Romanos 14:5 donde dice: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.” El creyente débil en la fe, quien seguramente provenía de un trasfondo judío, piensa que debe guardar el séptimo día de la semana y también otros días del año, como días especiales o días de reposo, el creyente maduro, quien seguramente provenía de un trasfondo gentil, piensa que no es necesario hacerlo, sino que todos los días son iguales porque en cualquier día podemos hacer la voluntad de Dios. La orden de Pablo es que cada creyente debe seguir los dictados de su propia conciencia en aquellos asuntos no legislados específicamente en la Biblia. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente, dice Pablo. Si pensamos que es malo tomar té o café y a pesar de esto, lo hacemos, estamos cometiendo pecado; pero si no tenemos conciencia en este asunto, estamos libres de pecado al hacerlo. Tampoco es saludable amigo oyente obligar a que otros creyentes tengan las mismas convicciones que nosotros en los asuntos secundarios. Pero en último término lo que cuenta es si lo que hacemos lo estamos haciendo o no para el Señor. Sobre esto trata Romanos 14:6-12 donde dice: “El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.” Si el creyente maduro o el creyente débil en la fe, hace lo que hace, tratando sinceramente de agradar al Señor, no hay problema, no es condenado. Todo lo que hacen los creyentes debe estar enfocado en agradar al Señor. A esto se refiere Pablo cuando dice: Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí mismo. Si vivimos debemos vivir para el Señor y si morimos, debemos morir para el Señor, por cuanto sea que vivamos o sea que muramos del Señor somos. Pablo está enfatizando que el Señor debe ser el objeto y la meta en la vida de los que somos de él. Una de las razones por las cuales Cristo murió, resucitó y volvió a vivir es para poder ser nuestro Señor o nuestro Amo y para que nosotros nos sometamos a él voluntariamente. Su señorío continúa inclusive después de nuestra muerte, cuando nuestros cuerpos estén en la tumba y nuestros espíritus y almas estén en su presencia. Debido a esto, es realmente una necedad que un creyente débil en la fe juzgue a un creyente maduro por las cosas que éste hace y que el otro piensa que no debería hacer. De la misma forma, es una necedad que un creyente maduro desprecie a un creyente débil en la fe por las cosas que éste no hace y que el otro piensa que debería hacer. La realidad es que cada uno de nosotros creyentes, compareceremos al tribunal de Cristo, en el cual Cristo es el Juez. La evaluación que Él haga es la única que cuenta. Esta evaluación o juicio tiene que ver con el servicio del creyente, no con su pecado, porque el pecado del creyente ya fue juzgado cuando Cristo murió en la cruz del Calvario. El tribunal de Cristo es para evaluar y recompensar las obras que han hecho los creyentes mientras estaban en este mundo. La certeza de nuestra comparecencia al tribunal de Cristo se refuerza por lo que dice Isaías 45:23 en donde Jehová mismo hace una fuerte afirmación que toda rodilla se doblará ante él, reconociendo su suprema autoridad. Queda claro entonces que cada uno de nosotros, en forma personal, daremos cuenta de nuestros actos como creyentes ante el Señor Jesucristo, no ante otro creyente, por tanto es de vital importancia que nos ocupemos de agradar al Señor sin preocuparnos de qué es lo que hacen los demás creyentes, en aquellos asuntos en los cuales la Biblia no se ha pronunciado con fuerza de ley. Si como creyentes observáramos estos principios en nuestras relaciones con otros creyentes en la iglesia local nos ahorraríamos una cantidad enorme de problemas, pero cuando nos esforzamos por imponer nuestras convicciones personales en los demás creyentes, en cuanto a asuntos no legislados en la Biblia, estamos creando una atmósfera enrarecida que perfectamente puede explotar dejando muertos y heridos en el camino. Que por la gracia de Dios aprendamos a vivir juntos en armonía.
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