Saludos amable oyente. Mi nombre es David Araya y deseo darle una cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Mateo, en la serie titulada: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará acerca de la muerte del Señor Jesús.
Gracias sinceras por su sintonía amable oyente. Que el Señor bendiga grandemente su vida por medio de su palabra. En nuestro último estudio bíblico, el Señor Jesús estaba padeciendo el indescriptible suplicio de la muerte por crucifixión. La gente que pasaba por el lugar, los principales sacerdotes, los escribas, los fariseos y los ancianos del pueblo, le miraban y se burlaban de él con frases hirientes como: Confió en Dios, líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Es decir que el sufrimiento o el dolor, no era sólo físico, sino emocional y sobre todo, espiritual. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 27 a partir del versículo 45. Lo primero que vamos a notar es una señal sobrenatural. Permítame leer Mateo 27:45. La Biblia dice: Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
El Señor Jesucristo fue crucificado a la hora tercera, esto es a las 9 de la mañana. Han transcurrido ya tres horas de indescriptible sufrimiento. Era la hora sexta, las 12 del día, cuando el sol debió estar en su apogeo. En eso, ocurrió un fenómeno que no se puede explicar aparte de una intervención sobrenatural de Dios. Siendo el medio día, se hizo tinieblas sobre toda la tierra, como si fuera media noche. Así se mantuvo hasta la hora novena, las tres de la tarde. Era como si el sol se resistiera a arrojar sus rayos sobre la terrible agonía que estaba soportando el santo Hijo de Dios. Colgando de aquella cruz de vergüenza, el Señor Jesús pronunció siete frases que comúnmente se las conoce como las siete palabras. Mateo registra una de esas frases, las demás están en los otros tres evangelios. La frase se encuentra en Mateo 27:46. La Biblia dice: Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Las tinieblas prevalecían en el Gólgota. Era cerca de la hora novena, es decir, cerca de las tres de la tarde. En eso, sacando fuerza de flaqueza, el Señor Jesús pronunció aquella frase tan famosa. Elí, Elí, ¿lama sabactani? Elí es una palabra hebrea y significa: Dios mío. ¿Lama sabactani? es una frase en arameo y significa: ¿por qué me has desamparado? En el evangelio de Marcos aparece toda la frase en arameo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? El dicho del Señor Jesús fue el cumplimiento de la profecía en Salmo 22:1 donde dice: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
Al citar el comienzo del salmo 22, el Señor Jesús estaba diciendo: Todo lo que dice este salmo se refiere a mí. Yo soy el cumplimiento de lo que se profetizó en este salmo. Además es un grito de dolor, de angustia, de soledad. En ese instante, el Señor Jesús se sintió absolutamente sólo. ¿Por qué? Pues porque el santo y puro Hijo de Dios, el que no conoció el pecado, se hizo pecado por nosotros y en esas condiciones, aún su Padre celestial tuvo que desampararlo, tuvo de darle las espaldas, para descargar sobre él todo el peso de la ira por el pecado del mundo. A este punto ama Dios al pecador. A este punto ama el Hijo de Dios al pecador. La mente humana no puede captar en su totalidad todo lo que estaba pasando esos instantes. El clamor del Señor Jesús en su hora de más intenso dolor no tuvo ninguna respuesta. El silencio era elocuente. El eterno Hijo de Dios tuvo que ser desamparado por su Padre, para que el Padre pueda ampararnos a nosotros, pecadores. Veamos cuál fue la reacción de los que estaban presentes al pie de la cruz cuando oyeron el clamor del Señor Jesús. Voy a leer el texto en Mateo 27:47-49. La Biblia dice: Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste. Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle.
Ciegos de orgullo, de odio y de incredulidad, algunos de los que estaban al pie de la cruz, confundieron el dicho profundo del Señor Jesús, con un simple clamor al profeta Elías. Uno de ellos inclusive interpretó el clamor en el sentido que el Señor Jesús quería beber algo y por eso fue a la carrera, tomó una esponja, la empapó en vinagre, la amarró a una caña y se la acercó a la boca del Señor Jesús. Inclusive el error de esta persona fue utilizado por Dios para que se cumpla la profecía que aparece en Salmo 69:21 donde dice: Me pusieron además hiel por comida,
Y en mi sed me dieron a beber vinagre.
Sin embargo, la mayoría de la gente, en son de burla decía: Deja, veamos si viene Elías a librarle. En este punto, es necesario mencionar que en los otros Evangelios encontramos que el Señor Jesús pronunció dos frases más. Tengo sed; y consumado es. La obra indispensable para que Dios pueda perdonar a todo pecador se había completado. Aquí es donde entra el texto que aparece en Mateo 27:50. La Biblia dice: Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.
Mientras la gente que estaba al pie de la cruz estaba esperando para ver si venía Elías a librarle, el Señor Jesús clamó otra vez a gran voz. El clamor pudo haber sido lo que registra Lucas: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Inmediatamente después, el Señor Jesús, entregó el espíritu. Esto significa que murió. Pero no deje pasar por alto el hecho que el Señor Jesús, entregó el espíritu. Esto significa que fue un acto voluntario de él. Fue el cumplimiento de varios pasajes bíblicos como Juan 10:18 donde dice: Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Qué maravilla, el Señor Jesús puso su vida por amor de mí, y de usted amable oyente, y de todo pecador en general. Efectivamente, él murió, pero a él no se le quitó la vida sino que él puso la vida. Él tiene poder también para volverla a tomar. Lo hizo cuando resucitó de entre los muertos. Cuando el Señor Jesús expiró, sucedieron cosas asombrosas. Primero, se rasgó el velo del templo. La primera parte de Mateo 27:51 dice: Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo;
El velo del templo de Jerusalén era una pesada cortina que dividía el lugar santo del lugar santísimo. Solamente el sumo sacerdote podía atravesar el velo del templo una vez al año para cumplir con el rito establecido, y una vez terminado tenía que salir apresuradamente. Si no lo hacía podía morir dentro del lugar santísimo. Todo esto era una figura de que el camino hacia la presencia de Dios estaba bloqueado mientras no haya el sacrificio perfecto por el pecado. El sacrificio perfecto por el pecado es el sacrificio del Señor Jesús. Cuando el Señor Jesús expiró, el velo del templo se rasgó, indicando que a partir de ese momento está libre el camino para entrar a la presencia de Dios para todo aquel que quiera. El sacrificio del Señor Jesús hizo posible que pecadores como yo, y como muchos, podamos tener una comunión íntima y personal con Dios quien es santo. Pero note ese detalle tan importante, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, indicando que no fue el hombre quien abrió el camino hacia la presencia de Dios, sino que fue Dios mismo quien abrió el camino hacia su presencia. Sólo es cuestión de depositar la fe en la persona y obra del Señor Jesús y recibirlo como Salvador, para entrar a la misma presencia de Dios. Antes del sacrificio del Señor Jesús, sólo el Sumo Sacerdote tenía el privilegio de entrar a la presencia de Dios y eso por unos instantes una vez al año, rodeado de temor, pero ahora, todo pecador, con tan sólo haber recibido al Señor Jesús como Salvador, puede entrar a la presencia de Dios, para estar con él para siempre, no sólo por instantes y una vez al año. ¡Qué maravilloso privilegio! En nuestro próximo estudio bíblico nos vamos a ocupar de los otros eventos sobrenaturales que acontecieron a raíz de la muerte del Señor Jesús. Pero por lo pronto, permítame hacerle una pregunta: ¿Ha reconocido usted que el Señor Jesús recibió todo el castigo que usted como pecador merece? Si es así, ¿lo ha recibido como su único y suficiente Salvador? Si no lo ha hecho, hágalo este mismo instante. Al hacerlo, podrá entrar con libertad a la misma presencia de Dios para estar en comunión íntima con él por la eternidad.
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